miércoles, 9 de junio de 2010

UN PAÍS BARRABRAVA


El Ágora - 09-Jun-10 - Opinión


por Héctor B. Trillo

Desde que éramos muy chicos recordamos que en las canchas de fútbol la barra brava era el grupo de hinchas más exaltado que ocupaba la zona central de la tribuna popular. Nuestra madre nos decía que no era conveniente estar cerca de ese grupo, porque por ahí arrojaban botellas y otros objetos contundentes para, suponemos, hacer prevalecer su criterio. O por ahí se agarraban a los trompis con algunos hinchas díscolos que no aprobaban tal o cual aspecto del juego de su equipo en desacuerdo con tal barra.

Como todo el mundo sabe, con los años la cuestión ha ido tomando un color sustancialmente diferente. Aquel grupo violento de hinchas a los cuales convenía no acercarse demasiado fue derivando en una pandilla de ladrones, mafiosos, traficantes, apretadores y delincuentes de toda laya que es lo que hoy vemos a cualquier hora, en cualquier cancha, de cualquier club y en cualquier circunstancia, la que fuere.

Mucha gente, entre la que nos incluimos e incluimos a nuestros hijos (que jamás pisaron una cancha de fútbol como consecuencia justamente de esto que describimos), ha ido abandonando la costumbre de asistir a un evento futbolístico, aún en el caso de los llamados amistosos o, inclusive, los partidos de verano. Es decir aquellos partidos que se juegan durante el receso en lugares como Mar del Plata, Mendoza o Córdoba, por dar ejemplos.

Aquella barra brava original dio lugar, entonces, a la barrabrava -así, todo junto-, ésta a que sus integrantes también lo sean: barrabravas (o simple y abreviadamente barras)

Hace ya muchos años que no asistimos a una cancha, por lo que seguramente estamos un tanto fuera de onda respecto de los detalles del accionar presente de estos grupos. Pero con motivo del ya presente mundial de fútbol en Sudáfrica estos personajes saltaron nuevamente al ruedo y son, hoy por hoy, tapa de todos los diarios, inclusive (vaya sorpresa) de los diarios del gobierno.

En efecto, barrabravas acompañando a los futbolistas en el viaje y siendo recibidos por los coordinadores en la Villa donde se concentra la delegación argentina, imágenes de personas adultas (bastante grandotas y pelotudas, por cierto) cantando, gritando, saltando y golpeando el techo de una aeronave en vuelo, anuncios de deportaciones y otros etcéteras en medio de descaradas exculpaciones de parte de dirigentes y voceros de éstos y de la AFA que afirman no tener nada que ver ni saber de la existencia de estos grupos.

No vale la pena hacer una historia de lo que es ya sabido por todos quienes nos leen, con total seguridad. Incluso la patética condescendencia de dirigentes de todo tipo, incluyendo, cómo no, a los políticos e incluso a los judiciales, que al parecer ni siquiera habían tomado recaudos para que no saliera del país una persona procesada por un asesinato.

Pero todos estos acontecimientos nos hicieron reflexionar acerca de lo que ocurre en esta bendita tierra desde hace demasiado tiempo. Porque no por nada hemos tenido y seguimos teniendo ese sesgo autoritariote digno de un cuento de cualquier escritor latinoamericano que recuerde viejas tiranías aldeanas (García Márquez, Roa Bastos, Asturias, Vargas Llosa) o el celebrado filme Bananas de Woody Allen.

Y así llegamos a una triste, tristísima conclusión: éste es un país barrabrava. La Argentina es un país autoritario, soberbio, mandamasista, prepotente, apretador, cancherito. Veamos si no, algunos ejemplos:

¿Son los piqueteros que cortan rutas, calles, puentes o lo que sea otra cosa que barrabravas? Se trata de individuos en general cargados de palos y encapuchados que se muestran amenazantes y toman posiciones en lugares clave para producir adrede un corte con absoluta intención de hacerlo y en la más absoluta impunidad. Y que suelen cobrar peaje.

¿Son algo diferente los funcionarios que toman decisiones fuera de la legalidad y aprietan a particulares y empresas para que hagan lo que ellos quieren con amenazas e incluso armas?

¿Acaso entran en otra calificación ciertos integrantes de grupos de espionaje oficial que intervienen teléfonos de manera ilegal?

¿Y los llamados hackers que interceptan correos electrónicos?

¿Y los que hacen colocar lomos de burro que rompen automóviles y retrasan ambulancias y bomberos?

¿Y los cuida coches en los espectáculos públicos que cobran lo que quieren o te hacen pomada el auto?

¿Y quienes colocan cajones de manzana, o pintan cordones de amarillo, o insertan trozos de metal en la calle para que los autos no estacionen allí?

¿Y quienes protegen a los traficantes de drogas, facilitan el ejercicio de la prostitución (que no es ilegal, pero que suele merecer un cachet para ser practicada en ciertas zonas), o liberan sitios elegidos para cometer delitos?

¿Y los cabecillas piqueteros que golpean por la espalda a gente indefensa por televisión mientras la policía desaparece?

¿Y aquel conocido funcionario protegido por un campeón de kirk boxing ingresando a la Plaza de Mayo cual Increíble Hulk del subdesarrollo más cruel y despiadado por lo evidente?

¿Y la desidia autoritaria de los empleados públicos que verduguean a la gente con exigencias no solamente torpes y ridículas sino en muchos casos ilegales?

¿Y los entes recaudadores de impuestos y su accionar directamente mafioso mandando operativos adonde le dicen sus jefes políticos?

¿Y los sindicalistas bloqueando fábricas y supermercados, entre otras cosas. O cortando servicios esenciales de transporte en horas pico o cuando se aproxima un fin de semana largo?

¿Y el llamado gatillo fácil? ¿Y los aguantaderos en ciertas villas urbanas?

¿Y los lupanares cuando menos tolerados por la política, la policía y la justicia pero vistos por TV en mil y un programas de investigación?

¿Y la trata de personas, en muchos casos menores de edad?

Y podríamos seguir y seguir hasta el agotamiento.

Las presiones sobre precios y salarios basadas en el apriete.

La justicia que no actúa con premura sobre personajes nefastos, tomados incluso con las manos en la masa con valijas repletas de dinero o bolsas ídem en un baño de un ministerio.

La circulación de armas y drogas a lo largo y a lo ancho del país.

Los grupos empresarios que reúnen en las llamadas cámaras para intentar lograr prebendas que se sabe de antemano que serán nefastas para el país más temprano que tarde como tantas veces ha ocurrido.

La lista es realmente interminable. Ninguno de nosotros puede salir a la calle y decir que está medianamente seguro. La calle es una selva en la que puede pasarnos cualquier cosa. Vivimos encerrados protegidos por rejas, alarmas y perros. Cuando no por armas.

¿No es esto acaso el predominio del barrabrava por encima de la gente, de la ley, del Estado de Derecho, de la justicia, de la VIDA? No nos pusimos a revisar casos, simplemente acudimos a nuestra memoria. Y encontramos no solamente todos estos que acá citamos, sino también otros que por ahí nos obligan a dar nombres propios y la verdad es que preferimos no hacerlo.

Claro, el emergente (como se dice ahora) es Sudáfrica y el campeonato mundial de fútbol. Pero todos sabemos que no es más que eso: un emergente.

Es típico de barrabravas y patoteros en general no dar la cara. No dejar nada firmado. No aparecer como responsables de nada. Mirar para otro lado como perro al que le están haciendo dunga dunga. O simplemente se ponen capuchas. O argumentan que "los otros empezaron". Porque también es cierto, absolutamente cierto, que el prototipo del barrabrava es cobarde y artero. Jamás va de frente, jamás a cara descubierta. Jamás deja constancia. Jamás vio nada.

Se nos dirá que en ciertos casos personas públicas dicen cosas muy fuertes directamente por televisión. Piénselo un poco mejor. Dicen, sí, pero buscan fueros. Se protegen con los fueros. Así cualquiera.

Es la realidad en la que vivimos. No se trata de que haya hinchas que forman grupos de barrabravas. Es que la Argentina es un país barrabrava.

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