jueves, 19 de agosto de 2010

ALIENADOS


ALIENACIÓN POLÍTICA

Por Juan de Dios González (*)

El país se debate entre la injusticia, la perfidia y el oscurantismo. Cual voraz epidemia se extiende en el país una forma de hacer política que poco tiene que ver con el sistema democrático, que dicen, estamos deleitando.

Persiste la prepotencia y el “patoterismo”, a punto tal, que para justificar posicionamientos, algunos pseudos candidatos dicen “yo no recibo órdenes de nadie”, cuando en verdad, su accionar, debe ajustarse a lo que determina la Constitución y las Leyes; y además, deben cumplir con el mandato de quienes lo designaron como su representante, es decir, se encuentran a las órdenes de quienes les delegaran el poder.

El ciudadano padece un constante atropello por parte de los tres poderes del Estado. Se adelantan, se atrasan o se postergan los actos eleccionarios, siempre de acuerdo a la conveniencia de los intereses del poder, nunca por el imperio del derecho y en favor del elector.

Se juega con la voluntad de la gente tratando de acobardarlos e impresionarlos, para luego conferirles réditos y beneficios a minorías indeseables y proclives a corruptelas casi mafiosas.

Entre los inútiles anacoretas que juegan a “santones” y los audaces pícaros que justifican lo injustificable, se encuentran los incautos, cándidos e inocentes votantes, algunos de los cuales terminan creyendo en las promesas populistas y demagogas de ambos bandos enfrentados.

Luego llegan los resultados de los escrutinios con denuncias de fraudes, fullerías y engaños incluidos, asegurándose el triunfo a un desquicio de maldades, de inservibles y de protervos oportunistas.

Si las leyes y las urnas no les permiten obtener sus logros, no dudan en recurrir a la sedición y la barbarie.

Las consecuencias de tales actos nos agobian y avergüenzan. Concluimos juzgándonos como necios vasallos, ridiculizados ante el mundo, mundo que asiste boquiabierto observando a un gran país devastado y arruinado por gobernantes inapropiados, “turros”, fraudulentos y malintencionados.

Como consecuencia de esta situación y la aversión respecto a la política, hemos ingresado en lo que se denomina alineación política.

Esta situación se da cuando las instituciones políticas resultan impermeables a la posibilidad de participación masiva, por la ineficiencia de las entidades intermedias y por los sucesivos fracasos de los partidos políticos y su alternancia en la función dirigente.

También incide en la alineación política el participacionismo frustrado por esa impermeabilidad del sistema y de las estructuras partidarias, con la consecuente inaccesibilidad a los mecanismos de decisión.

Otra causa motor de la alineación política resulta la difusión de un modelo político que genera amplias expectativas, expectativas que luego son defraudadas al no ajustarse con la realidad, haciéndolas totalmente inaplicables.

El descreimiento heredado por haber experimentado en forma reiterada cualquiera de las causas antes señaladas, es también un factor de alineación política.

Nuestra democracia necesita una instrucción básica y permanente del ciudadano, para que pueda conducirse como tal y no como súbdito.

La democracia exige una información previa, puesto que si la participación es la intervención en las decisiones públicas y estas se convierten en puro “decisionismo” es necesario un planeamiento real para que la decisión sea prudente y reflexiva.

La democracia necesita también de una crítica posterior a la actuación de los gobernantes o de los representantes designados por los ciudadanos. Esta crítica es practicada generalmente por los distintos medios de comunicación e información, quienes se constituyen en uno de los controladores de la opinión pública. Es decir, ofician de instructores, cumplen una misión pedagógica y una misión crítica.

Lamentablemente, en este punto, también, el ciudadano debe de estar alerta y advertido, pues toda información canalizada a través de los medios de comunicación lleva implícita una cuota o dosis de subjetividad y de intencionalidad, no solo un intento de captar las opiniones ajenas, sino, además, una importante carga política que puede desvirtuar la realidad y propiciar en el receptor una descomposición de su libre razonamiento y la consecuente perdida del sentido común.

¡Que destino! el de los argentinos. Debemos cuidarnos hasta de nuestra propia sombra. Resulta imposible depositar confianza, sin antes tomar todas las precauciones; e inclusive, ello, no constituye ninguna garantía, igual podemos terminar defraudados por hábiles timadores de la voluntad popular.

(*) El periodista Juan de Dios González es el Director de Crónica y Análisis Periódico On line y Comisario Inspector (R.A.).

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