miércoles, 25 de agosto de 2010

TRAIDORES


Río Negro -

por Aleardo F. Laría

Para Aníbal Fernández, el locuaz jefe de Gabinete, tanto el vicepresidente Julio Cobos como el diputado y presidente del Bloque Federal Felipe Solá son unos execrables "traidores". La expresión inunda permanentemente los foros de internet. Para los disciplinados equipos de blogueros del oficialismo, la lista de "traidores" –es decir de todos aquellos que simplemente se decepcionaron con el gobierno del matrimonio de los Kirchner– es portadora del más infame pecado contemplado en la obra "La Divina Comedia" de Dante Alighieri, que conllevaba el ser devorados por Satán.

El calificativo "traidor" se asocia al uso que tiene la expresión "apóstata" o "converso" en las religiones del libro. La mayoría de las religiones, en algún momento de su historia, ha enviado a la hoguera o a la prisión a quienes han cuestionado los dogmas de la fe. En algunos países islámicos el delito de apostasía todavía se pena con la muerte. También los totalitarismos políticos y las diversas expresiones de las religiones políticas (como el estalinismo) han atacado ferozmente a quienes cuestionaban las verdades absolutas de los dogmas fundacionales.

En el mundo de la psicología social, el fundamentalismo dogmático se explica como una manifestación de inseguridad en la fuerza argumentativa de las propias ideas. Según señala Marcel Gauchet ("La religión en la democracia"), la rigidez y cerrazón de las sectas, que dividen a los que están dentro y fuera del grupo entre un "ellos" y un "nosotros", dan lugar a una ortodoxia estrecha y quisquillosa. A medida que se va debilitando el núcleo trascendente de la creencia, aumentan la rigidez y el intento de disciplinar a los fieles.

El uso y abuso de ciertos recursos retóricos, dirigidos en principio a las clientelas electorales –como el relato maniqueo que divide la sociedad entre representantes auténticos de los intereses populares y perversos comisionados de la oligarquía y el imperialismo– termina por convencer a sus propios autores. Al creerse portadores de misiones escatológicas como la de liberar al pueblo de sus opresores o crear un "hombre nuevo", los niveles de delirio se hacen crecientes y el contacto con la realidad, menos consistente.

La adhesión fanática a los principios se torna más vigorosa en la medida en que surge una pluralidad de pensamientos que cuestionan las ideas establecidas en el grupo. De este modo se produce la metamorfosis de las creencias en identidades cerradas, que son impermeables a toda crítica. Las identidades ideológicas son intransigentes y agresivas, dado que las cuestiones de fe no se argumentan ni discuten.

Si el fenómeno quedara reducido a una simple dificultad personal de incorporar el principio intelectual en que se basa el pluralismo –"la aceptación por parte del creyente de la existencia legítima de otras creencias en relación con la suya propia"– no habría mayores problemas. La intolerancia quedaría desnuda en el debate intelectual y allí se acabaría el asunto. Pero cuando la intolerancia afecta a un partido político que por vías democráticas se ha hecho con el poder, la cuestión toma otra dimensión.

La experiencia histórica demuestra sobradamente que el ensimismamiento y el cierre totalitario frente a la crítica provocan indefectiblemente una recaída permanente en el error. Al aumentar los errores aumenta la crítica, lo que provoca una mayor irritación en el grupo detentador del poder, que termina por intentar erradicar las fuentes de la crítica en una deriva creciente de autoritarismo. Un ejemplo de creciente autoritarismo lo tenemos actualmente en Venezuela, y la prueba del efecto que provoca la falta de pluralismo lo muestra con elocuencia el penoso fracaso de la revolución cubana.

Tanto la revolución cubana como el "socialismo bolivariano del siglo XXI" de Chávez o el gobierno "nacional y popular" del matrimonio Kirchner generaron en sus orígenes una corriente de simpatía en los círculos progresistas de izquierda. Pero en todos estos casos la acumulación permanente de errores, la arrogancia intelectual de ignorarlos y la creciente deriva autoritaria han decepcionado a muchos de sus seguidores, que han preferido depositar sus esperanzas y expectativas en fuerzas y movimientos políticos renovadores, como puede ser ahora el caso de Proyecto Sur en la Argentina.

La progresiva sustitución del debate de ideas por la confrontación rudimentaria de identidades que se verifica actualmente en la Argentina supone una degradación de la democracia. Pero en las democracias, la obra de un gobierno, como toda labor humana, está sujeta a la opinión ética y estética de los ciudadanos. De igual modo que una obra artística puede resultar atractiva para algunos y espantosa para otros, la eficacia en la labor de gestión ejecutiva puede dar lugar a juicios dispares según el valor que se asigne a los éxitos o fracasos alcanzados en distintos planos. No hay nada moral ni perverso en ese juicio.

El retorno de lo religioso-reprimido, que se verifica con la defensa mística de la labor del gobierno, frente a la crítica que proviene de "los otros-traidores", obtura el debate democrático. En una democracia avanzada nadie puede exigir la adhesión confesional a una Iglesia ni pensar que sus actuaciones son fruto de una relación privilegiada con Dios.

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