viernes, 26 de noviembre de 2010

EPITAFIO


El Epitafio

De pequeño he tenido el incómodo Don de decir lo inoportuno en el momento menos adecuado. En mi defensa debo argumentar que al tiempo, muchas veces se me ha reconocido la veracidad de mis ácidas afirmaciones. Entre nos, debo admitir que mi verborragia en tal sentido es por lo general no premeditada pero sí absolutamente voluntaria.

Es por ello que siento el irresistible impulso que lleva a arriesgarme a decirles que una de las cosas que mas me molesta es esa inaceptable propensión que tenemos a transformar a un hijo de puta vivo en un honorable muerto. A un ladrón en un santo. A un hipócrita sin modales en un apasionado militante post mortem.
Sres., ni el Pingüino era un patriota, ni Cristina es una pobre viuda desconsolada que perdió a su marido tras un intento de asalto en el conurbano bonaerense.

Hasta ayer mismo poblábase mi casilla de correo de cadenas donde se llamaba a no votar más a los KK, en ellos se llamaba yegua a la Sra. Presidente y al finadito Pingüino por lo menos, ladrón. Sin embargo parece que la muerte tiene ese poder transformador inmediato que como el detergente norteamericano del Fantasma de Canterville quita toda mancha de un momento a otro.
¿Es que acaso hoy sabemos cómo se compró la mitad del Calafate? Al menos yo aún no lo sé. Si sé que su viuda y sus herederos (que no es como decía el Gral. Perón el pueblo argentino) están forrados en guita y que no deberán, al mejor estilo del Gral. San Martin, reclamar su jubilación en medio de la mayor y absoluta de las pobrezas.

Retengan en sus retinas las caras de los mas allegados al féretro, a ese pobre pedazo de carne que ayer fue un hombre y que hoy es un muerto; todos serán políticos, ricos, sospechados y sospechosos. Todos estarán figurándose cuán bien les quedaría el traje, no de muerto sino de poderoso. También lo despedirá gente de bien, trabajadora, honesta, humilde, crédula. Los más serán vagos a sueldo detrás de las pancartas o trabajadores estatales obligados para no perder sus trabajos, arriados a la plaza para formar el número ¡como siempre!
Me cuesta darle cierre a este simple pedido. No seamos hipócritas. La muerte no redime a nadie y menos a Kirchner. Que sea obra del historiador transformar al hombre en mito, mas ¡Muerto el perro... quedan los K-chorritos!



Por eso bien cabría el siguiente epitafio



"Aqui yace NK, quien en su vida hizo el bien e hizo el mal: El bien que hizo lo hizo mal y el mal que hizo lo hizo bien"


AUTOR ANONIMO.

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