martes, 30 de noviembre de 2010
PAÍS PEQUEÑO
EL PACTO DEL PAÍS PEQUEÑO
Presos del miedo a no tener nada, los argentinos renunciamos al todo y nos conformamos con apenas un poco.
Por Carlos Mira
“Cuando nosotros, los italianos,
nos hayamos liberado de las calamidades del fascismo,
ustedes, los argentinos,
seguirán sufriendo las consecuencias.”
Conde Sforza
Dicen que si había algo que separaba las opiniones de Néstor y Cristina era el criterio con que cada uno veía el llamado “pacto tripartito” entre empresarios, gremios y Estado. Néstor no lo aprobaba; Cristina, sí. Con su esposo muerto, Cristina ha visto la posibilidad de lanzar nuevamente esa idea al ruedo. No es que el ex presidente fuera un apasionado de las instituciones de la democracia clásica y por eso rehuía del pacto… Lo que en realidad ocurría es que su estrategia se emparentaba con el conflicto y no con la paz, por eso toda firma de un documento que estableciera parámetros que le restaran discrecionalidad era un sacrilegio para él.
Por el otro lado, no es que Cristina sea una “fanática” de la paz y por eso añora un acuerdo de convivencia… Lo que la presidenta tiene en mente no es otra cosa que el mismo esquema del fascio italiano, creado hace 70 años por Benito Mussolini y recreado por Juan Domingo Perón aquí en 1945 cuando el fascismo era vencido en Italia.
Se trata de la misma antigüedad de siempre, consistente en asegurarles a los empresarios cotos de caza no competitivos que les permitan llenarse de oro ofreciendo bienes y servicios de baja calidad y a un altísimo costo (con claro impacto en el individuo consumidor), a cambio de lo cual éstos le reconocen ventajas a los gremios (generalmente en contra de la generación de empleo nuevo), todo bajo el arbitraje del Estado que (de palabra) demoniza a los empresarios (que se dejan demonizar a cambio de sus cotos de caza) y usa a los gremios para sus objetivos políticos (no los del Estado como institución de la democracia sino como entelequia bajo la que se cubren las conveniencias personales de aquellos que ocupan sus sillones). Este es el famoso “pacto tripartito”. Más viejo que María Castaña, es realmente increíble que el peronismo no haya podido elaborar una idea nueva después de 60 años que reemplace a este mamotreto corrupto, pesado, no competitivo, aislacionista, que condena a la gente común al encierro, la pobreza, a consumir lo que le dan y a los precios que les impongan.
¿Cómo es posible, entonces, que semejante esquema concite la atención y el apoyo de tan amplios sectores de la sociedad? Es muy sencillo: porque la gente olvida que el único colectivo realmente unánime es la condición de individuos que tenemos todos. Efectivamente “individuos” somos todos. Frente a esa cualidad nos igualamos todos; en la democracia votando y en la economía consumiendo.
Pero hay que conceder que el enorme logro del fascismo, -por lo menos en aquellos lugares donde ha quedado en pie (y la Argentina es, sino la principal, una de sus más importantes conquistas)- ha sido el haber convencido a la gente que, antes que individuos, las personas son aquello de lo que trabajan (camioneros, médicos, enfermeros, abogados, metalúrgicos, etc, etc). De esa manera ha logrado convencer a una interesante masa electoral de que consiguiendo “conquistas sociales” para sus “gremios” estarán mejor. Nadie atina a darse cuenta de que las ventajas conseguidas en tanto “camionero” son perdidas en tanto individuos, porque el costo que tiene pagar las ventajas para los camioneros lo pagan los mismos camioneros en su calidad de consumidores. De modo que el enorme mecano fascista termina en un tremendo enredo de (como mínimo) suma cero, cuando no directamente de saldo negativo.
Del lado empresario podría decirse lo mismo. Sus cotos de caza les reportan ganancias, pero el estrambótico sistema del fascio les genera costos materiales e inmateriales que les licuan sus beneficios y les impide multiplicarlos a un nivel mucho mayor (que podrían alcanzar si ganaran el genuino favor del individuo consumidor con sus productos). Esa es la razón de que no haya ningún multimillonario argentino a nivel mundial. Han aceptado la demonización del éxito a cambio de que les aseguraran unos beneficios mínimos. Si bien esos beneficios les alcanzan para llevar una muy buena vida, en nada se comparan con los que podrían tener en una sociedad libre.
Las personas que cooptan el Estado (que se llaman a si mismas “Estado” para que todo el mundo crea que ellos son el país mismo) llevan la mejor parte: su discurso demagógico capta masa que no advierte que la usan como carne de cañón (o lo advierte pero prefiere esa indignidad a cambio de tener también “un mínimo” seguro) y sus negocios con gremios y empresarios les permite vivir como millonarios y con los privilegios de los funcionarios, a costa del dinero público.
¿Cómo es posible que tanta gente inteligente no haya desenmascarado esta parodia en 60 años? En el caso argentino creo que se trata de un pacto con la seguridad mínima. En algún pliegue interno de nuestra más profunda personalidad nacional debe de haber algún complejo de inseguridad y de baja estima importante. Presos del miedo a no tener nada, renunciamos al todo y aceptamos un poco. Los empresarios renuncian a las fortunas de la Revista Forbes pero se aseguran sus countries, sus viajes, sus casas en la playa y el engole de sus posesiones. Los trabajadores renuncian a llegar a la cima saliendo de la nada a cambio de su ingreso seguro, de su vacación paga y de su mate en la vereda, conversando con “la patrona”. Y los okupas del Estado renuncian a la historia de los estadistas para quedarse con la guita que no generarían si tuviesen que desenvolverse en la actividad privada.
Estas son los rubros que se “negocian” en el pacto tripartito. Un pacto que simboliza escasez de ambiciones y que representa como nada una estructura mental pequeña que ha producido (como era lógico) un país pequeño.
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