viernes, 26 de noviembre de 2010

PODER DE LOS ALIMENTOS


SE ACERCA EL "FOOD POWER"

Por Susana Merlo

Mientras todavía hay sacudidas por la explosión mundial de la “burbuja” financiera e inmobiliaria en el Hemisferio Norte, que debilitó básicamente a los países más desarrollados y fuertes, como varios de los europeos y a los Estados Unidos, silenciosa pero sostenidamente comenzó a emerger un nuevo poder que ya no pasa por los servicios o la industria pesada, sino por los granos, aceites y alimentos en general.
Como una transformación mágica, su posesión está volviendo ricos a muchos de los que hasta hace poco eran “subdesarrollados”, mientras que los principales demandantes ya no están entre los otrora poderosos de Occidente sino, más vale, en la milenaria Asia y en la India.

China definitivamente irrumpió ascendiendo vertiginosamente al segundo puesto en la economía mundial, ya no demasiado lejos de los Estados Unidos, e inmediatamente se formuló la máxima que podría regir en el siglo XXI: “Todo lo que China produce se va abaratar, y lo que China compre se va a encarecer”.

Si esto fuera así (y, de hecho, ya en esta primera década lo fue), lo que este gigante genera es casi todo tipo de industria, máquinas, tecnología, textiles, equipos, y lo que compra es…¡comida!.

Así, el retorno del “food power”, o el poder de los alimentos, que antaño dividía a los países ricos de los pobres, parece estar volviendo al centro del escenario, y generando un nuevo mapa mundial donde demandantes y oferentes se encuentran, en general, entre los que eran países en vías de desarrollo (PEDs), es decir, China y la India creciendo vertiginosamente y enriqueciéndose por sus avances tecnológicos, sus ventas agresivas y esquema de servicios mientras, simultáneamente, como buenos ex –pobres comienzan a mejorar rápidamente su alimentación, demandando cantidades crecientes de comida.

Esto, por su parte, está transformando a varios países proveedores de alimentos (muchos en Latinoamérica), también en nuevos ricos, ya que la demanda de ambos gigantes, alcanza a los 2.600 millones de habitantes, casi imposible de ser satisfecha en el corto plazo.

Semejante situación es la que justifica que las cotizaciones internacionales de los principales commodities agrícolas se mantengan muy sostenidas, a pesar de la debacle financiera en los Estados Unidos, Grecia, España o Irlanda.

Es cierto que algunos temen que en esto haya también un poco de “burbuja”. Sin embargo, los análisis más serios muestran un crecimiento de la nueva demanda de alimentos muy superior a la velocidad a la que puede crecer la oferta. Y esto va a durar bastante tiempo generando no pocos cambios.

Por caso, si bien el proceso es relativamente reciente, la continua consolidación económica que están registrando varios de los países vecinos como Uruguay, Perú, Chile y hasta Paraguay, tiene en la exportación de alimentos uno de sus componentes más fuertes.

El extremo, como ya está siendo habitual, es Brasil que con una clara visión estratégica y continuidad en sus políticas se reconvirtió en poquísimos años de importador, en una potencia alimentaria mundial y primer exportador en cantidad de rubros, desde el más emblemático para Argentina -la carne vacuna-, hasta vinos o frutas (y no las tropicales que siempre tuvo, sino otras de zonas templadas, como las manzanas), carne de cerdo, de pollo, lácteos, jugos, azúcar, etc., etc.

En este esquema, el rol de Argentina es bien difuso pues, hasta ahora, comparativamente, creció en forma casi marginal, arrastrada por el fuerte impulso de la región y la aspiradora asiática, pero muy lejos de su verdadero potencial. Por ejemplo, se achicó 20% en materia de ganadería vacuna mientras los demás crecieron fuertemente, y debería estar produciendo por lo menos 120-130 millones de toneladas de granos, y hasta ahora solo logró superar los 90 millones.

Por otra parte, mientras en la década de los ’90 prácticamente se duplicó la producción agrícola, en los primeros 10 años del nuevo siglo, y con mucho más tecnología disponible a nivel mundial, sólo hubo un incremento menor al 20% promedio.

Pero lo más grave, es que aún si corrigiera el rumbo y decidiera aprovechar la extraordinaria situación mundial, casi no podría hacerlo por dos limitantes básicas: la falta de energía (electricidad, gas y combustibles), y el profundo déficit de infraestructura en el que faltan caminos, ferrocarriles, puertos, almacenamiento, servicios, y todo lo que se requiere para “sacar” y procesar la gran cantidad de alimentos que el país es capaz de generar.

Así, por falta de previsión y estrategia, no sería raro que, nuevamente, llueva sopa y a la Argentina la encuentre con un tenedor en la mano...

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