jueves, 25 de noviembre de 2010

PROSTITUTOS EN ACCIÓN


Autoritarismo e intolerancia

por Héctor B. Trillo

En estos días tuvieron gran repercusión pública las declaraciones formuladas por el actor Federico Luppi a un programa de la televisión uruguaya. No es para menos.

Por una parte Luppi tiene una extensísima trayectoria actoral y ha recibido innumerables premios por su labor, por la otra se trata de una figura del espectáculo que, curiosamente, ha salido a insultar a otras figuras del espectáculo de una manera soez y verdaderamente poco feliz para con su condición de hombre.

Como todo el mundo ha de saber, Luppi se refirió a Mirtha Legrand en los siguientes términos "No sé qué me irrita más de Mirtha. Si su profunda y extensa ignorancia, o lo totalmente reaccionario de su alma. Un alma pobre". También respondió sobre Susana Giménez, de quien digo que "caga por la boca".

Sinceramente lo primero que pensé cuando lo ví espetar semejantes frases es si no se trataría de un problema de senectud. Y quiero ser bien claro para no caer yo también en alguna forma de ofensa.

Luppi siempre me resultó una persona de cierta lucidez, actor en los 70 de telenovelas que luego logró un lugar en el cine y en el teatro mayor. Una persona con cierto carisma y muy reconocido por su trabajo. Me hubiera gustado estar personalmente cuando dijo lo que dijo, porque es la mejor manera de palpar el sentir de una persona. Obviamente no pude más que verlo por televisión.

Me dio la impresión de que sopesaba sus palabras, de que se trataba de algo que no surgía espontáneamente de sus labios, sino que más bien era premeditado, elaborado.

Yo también, al igual que la señora Legrand, recordé que las palabras que había empleado en contra de ella, se asemejaban a las utilizadas por Aníbal Fernández, el jefe de gabinete. Y a su vez recordé que en los últimos tiempos, y casi sin comerla ni beberla, el actor se despachó con frases elogiosas sobre el difunto presidente Kirchner y su gobierno.

Entonces relacioné una cosa con la otra. Luppi descalificaba a dos personas famosas y reconocidas en el medio artístico y televisivo porque no son oficialistas y porque con sus palabras influyen mucho en la gente. Es decir, Luppi hacía lo mismo que hace Aníbal Fernández, lo mismo que hacía el Matrimonio y lo mismo que hacen personajes secundarios como el ministro Boudou: descalificar al adversario político. Sea éste un periódico, un periodista, un actor, un conductor o un caricaturista (como cabe recordar el caso de Hermenegildo Sábat por boca de la presidenta a raiz de aquella caricatura en la que la había dibujado con dos curitas cruzando su boca). Pero aún en la descalificación, esa forma paupérrima de responder sin responder, hay una diferencia entre un político con antecedentes francamente poco atractivos, como el caso de un Aníbal Fernandez, y un actor de vasta trayectoria.

Luppi es prácticamente contemporáneo de Susana Giménez y debe haber cruzado palabras con ella en reuniones sociales de diversa índole a lo largo de más de 40 años. De Mirtha Legrand debe haber visto infinidad de películas de las cuales extrajo seguramente conocimientos para luego aplicar en sus telenovelas setentistas. También es sabido que muchas veces concurrió a los "Almuerzos" de la popular conductora y actriz.

A mi mente siempre acude el tristemente célebre senador McCarthy. Este hombre se convirtió, en los años 50, en un verdadero cruzado contra el comunismo. Se pasó la vida buscando antecedentes de personas que alguna vez hubieran tenido alguna relación con alguien de esa ideología, participado en algún acto, firmado alguna declaración o lo que fuere que pudiera involucrarlos de algún modo con el denostado totalitarismo soviético. Todo esto es sabido, la "caza de brujas" que le siguió no difirió mayormente de aquella que en el medioevo había emprendido Torquemada.

Salvando todas las distancias, desde ya, es imperioso que aclare lo que quiero decir y por qué.

Que Federico Luppi salga a alabar a gobernantes como los que actualmente conducen el país y del modo en que lo hacen, no lo muestra demasiado afecto a los principios constitucionales y de respeto de las ideas de los otros. Eso desde el vamos. Ni la presidenta ni su difunto esposo se han jactado por su tolerancia, y si alguna vez lo hicieron no pueden haber arrancado otra cosa que una sonrisa de parte del oyente más o menos informado. Luppi es, supongo, un oyente informado.

Por lo tanto, y para no hacerla larga, lo que nos queda es ese regusto amargo de aquel que adhiere a una causa por alguna razón que a mí no termina de cerrarme.

Buscando, encontré unas declaraciones hechas por el citado en oportunidad del velatorio de Néstor Kirchner:
"debemos estar alerta ante la reacción de la derecha. Tengo la firme convicción de que lo montado no se va a desmontar pero va a haber un 'caranchaje' lanzando cataratas de negatividad. Se pierde un referente político de los más importantes de las últimas cinco décadas, cívicamente corajudo y con vergüenza política, de lenguaje directo, un poco a cara de perro, campechano. Espero que Cristina tenga el ánimo, el coraje, la fuerza y hasta la capacidad de llanto para superar este momento".

Leyendo este párrafo creo entender rotundamente el porqué del trato descalificatorio y soez. Mirtha y Susana representan, en la mente de este personaje, el "caranchaje". Los arteros, los negativos, los inmorales, los "pobres de espíritu" están en la derecha carancha. Los impolutos, los buenos, los nobles de espíritu, los cultos, están a la izquierda.

Es difícil encontrar un comportamiento y una forma de expresarse más maniqueas. Realmente.

Las cataratas de negatividad no las lanza él cuando insulta groseramente a dos personas que piensan que ciertas cosas están decididamente mal en la Argentina. No. La negatividad es de ellas al mencionarlas.

Si Mirtha Legrand o Susana Giménez no hubieran hecho ciertas declaraciones sobre la inseguridad y otros temas, probablemente Luppi nada hubiera dicho.

La verdad es que es terrible. Tengo la sensanción de encontrarme ante un personaje con una doble personalidad. Un hombre que esconde un profundo resentimiento, un verdadero resentimiento de clase. Un patovica de la palabra que la usa artera y soezmente contra una mujer. Un mamarracho de tipo. Un impresentable.

Y encima, no se lo dice en la cara.

Sé que los antecentes de este genuino espécimen de la intolerancia son bastante conocidos y traidos a cuento en los comentarios de estas horas. No me interesa a mí personalmente remontarme a ellos. No participo de la idea esa que sostiene que quien tiene un pasado más o menos turbio jamás puede redimirse. No lo creo. No lo siento.

Todos tenemos el derecho de expresarnos como queramos. Eso pienso. Y Luppi también lo tiene.

Pero me parece espantosamente autoritario, increíblemente cobarde y faccioso. Penosamente intolerante.

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