sábado, 20 de noviembre de 2010
LOS NIÑOS MUEREN
Crimen de crímenes
16/11/10
Por Silvana Melo
(APe).- Si existe una revelación fría y certera del fracaso inapelable de la humanidad, ésa es el hambre. Un mundo que tolera la muerte de un niño cada seis segundos por enfermedades socias del hambre es una calamidad. Un desastre muy alejado de los brotes de ira de la naturaleza. El naufragio de los sueños de todas las revoluciones, la muerte a cuchillo de cualquier utopía. El hambre mata en complicidad con el hombre. El hombre sigue siendo su propio lobo; se devora a sí mismo, famélico y amoral.
La disminución de los hambrientos de 1023 a 925 millones entre 2009 y 2010, anunciada por la FAO, depende exclusivamente del precio de los alimentos y puede tener evoluciones elípticas el próximo año o en los meses venideros. No responde a una toma de conciencia brutal de los países ricos. A un repliegue repentino de los colmillos del hombre lobo del hombre. Sino a una parada ocasional de la rueda de la fortuna.
El Africa no produce alimentos y fabrica indigentes cada vez con más eficacia mientras los países privilegiados generan sofisticaciones tecnológicas, banquetes y opulencia. No se puede dar vuelta la página ligeramente a la cruda verdad de haber vivido los primeros diez años del milenio en un planeta desangrado por la in-justicia. No se puede naturalizar el hambre inexorable de millones de personas mientras la riqueza se concentra en la siesta palaciega capitalista que tiene una discapacidad temible: la ceguera ante cualquier otra cosa que no sea el avistaje hedonista de su propio ombligo.
El pobre país que primereó las luchas contra la esclavitud y empujó a la negritud a irrumpir en la historia sólo aparece cíclicamente en la globalizada pantalla mediática cuando sube al cielo su aguja de catástrofes. Antes del terremoto de enero el 80 por ciento de la población de Haití sobrevivía con dos dolares diarios. Y los niños comían galletas de barro para engañar la panza. La movida de la tierra se tragó al dos por ciento de la gente, al gobierno, a las instituciones y a todo atisbo de estructura social que intentara erigirse en una de las tierras más pobres del planeta. Gran parte de las ayudas alimentarias durmieron meses en los hangares de la ONU. Y del auxilio económico prometido por el primer mundo con panderetas de traje y luces apenas llegó el 15 por ciento hasta noviembre.
Haití volvió, dramáticamente -al menos por un rato- a la cúspide noticiosa. Es que una epidemia de cólera se lleva a la gente como el humo venenoso a las hormigas. Todos los análisis convergen en que el brote habría sido traído por una delegación nepalesa de ayuda humanitaria de la ONU que dejó sus excretas en el río donde los haitianos van a buscar el agua. El mundo que convergió en Haití desde enero para oler su tragedia no hizo más que profundizarla. Lejos de salvar vidas, terminó de derrumbar el último techo de la esperanza, si es que alguna vez tuvo uno.
El G-20 -el grupo de países industrializados y emergentes que celebró su reunión hace pocos días- ni siquiera mencionó la tragedia de Haití. El hambre no parece ser tema de discusión en el mundo. Aunque se mueran un niño cada seis segundos en el planeta y 25 niños por día en la Argentina por enfermedades parientes de la falta de alimentos.
No hubo menciones de las autoridades nacionales ni de los líderes de la oposición, muy entrampados en la discusiones alejadas de los mal nutridos del Impenetrable y de los niños muertos de los tareferos.
La pelea políticamente sangrienta por el presupuesto 2011, ¿es por el hambre? ¿Es la médula de la discusión los dos bebés indígenas salteños que se murieron en junio en el departamento de Rivadavia mientras el joven y bello gobernador Urtubey celebraba con fastos a Guemes? ¿O la nena de 15 que cerró los ojos en Cafayate, cuando medía un metro y pesaba ocho kilos y no pudo más?
Hace pocos días no más murió una chiquita de dos años en Colonia Santa Rosa, a 250 kilómetros del corazón de Salta la linda. Era morenita, de ojos profundos. Nacida en una comunidad originaria. El certificado de defunción que firmó el médico dijo que había sufrido de “deshidratación y desnutrición grave”. Se llamaba Tatiana Tapia y todo el mundo desmintió después que estuviera desnutrida. Menos su familia, 16 que viven en una casita del barrio Las Palmeras, pobre y alejado.
En Montecarlo y en Apóstoles murieron Milagros y Héctor. En Oberá hay dos nenes “en estado desesperante por la desnutrición”. Nacieron hace varios años pero sus cuerpitos son mínimos. La sala común del Hospital Samic no es mejor que las casillas donde nacieron. En Misiones ya han muerto cerca de 250 en el año. Hay otros mil en situación crítica. ¿Es ésta la pelea enardecida por el presupuesto 2011? ¿Están discutiendo por el hambre?
En Formosa, en octubre, se denunció la “dramática situación de los niños de dos colonias aborígenes de Ibarreta”. Hay 28 chicos desnutridos y, ante la ausencia del Estado, médicos y pobladores piden que manden alimentos. De cualquier lado, de cualquier manera.
Mientras se discute con uñas afiladas el presupuesto nacional 2011. ¿Alguien habla del hambre? En el país de los alimentos para 400 millones, de la soja precio y cosecha record, de la macroeconomía envidiable, del crecimiento a tasas chinas, ¿alguien discute el hambre?.
En Ibarreta hay un bebé de un año que pesa 5,5 kilos. Debería pesar diez. “Es una desnutrición del 46%”. Es que en el país donde brota alimento de la tierra y se puede pinchar una nube para tomarle toda el agua, los niños se mueren de hambre.
Es el más crimen de los crímenes. El fracaso más atronador de la humanidad. Buitre de sí misma. Ciega. Sorda. Muda.
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