domingo, 8 de mayo de 2011

NO ES LA BENGALA......


NO ES LA BENGALA, ES LA GENTE
“El hombre es la medida de todas las cosas” *Protágoras

Por Malú Kikuchi (9/5/11)


La tragedia de Cromagnon, -194 muertos en el momento, luego se le sumaron otros, y decenas de heridos-, sucedió el 30/12/2004. Más allá de las responsabilidades concurrentes del dueño del boliche, del manager de Callejeros, de los inspectores que no miraron lo que debían mirar y de los que desde la jefatura de gobierno de la ciudad estuvieron ocupados en otros quehaceres, el desastre lo provocó el que arrojó la bengala.

Del responsable directo, el que arrojó la bengala que incendió el lugar, no se sabe nada. Impunidad total amparada en el anonimato más absoluto. De eso hace ya 6 años y 4 meses. ¡Hace sólo 6 años y 4 meses! El resto de los responsables, bien o mal, han sido juzgados y sentenciados. El culpable directo, sigue siendo un desconocido, en libertad.

Fue un golpe durísimo para toda la sociedad. Durante un tiempo prudencial se tomaron medidas en los festivales de rock para evitar el uso de bengalas. Mucha policía, controles estrictos a los asistentes y un saludable miedo que fue menguando con el correr de los días.

En el prestigioso diario La Gaceta de Tucumán, el 14/4/08, aparece un título escalofriante: “Volvieron las bengalas. Pusieron color toda la noche”. Y se describe un festival en Jesús María, Córdoba, de Los Redonditos de Ricota, con el Indio Solari y 40.000 asistentes.

¿Alguien recordó los muertos de Cromagnon? No.

El diario La Nación, 19/4/09, relata que en el estadio de Vélez Sarsfield, durante un recital de Viejas Locas, se arrojaron 3 bengalas dentro del estadio y se dispararon 3 tiros fuera del mismo.

¿Alguien recordó los muertos de Cromagnon? No.

Pequeñas muestras de la corta memoria de los argentinos. Porque notas como las anteriores fueron apareciendo en todos los medios del país. Las bengalas dejaron de ser elementos náuticos indispensables en caso de necesitar auxilio y volvieron, de a poco y ante la indiferencia de la gente, a ser un complemento indispensable para acompañar un festival de rock.

El sábado 30 de abril 2011, en el autódromo de La Plata, antes de comenzar el recital de La Renga, alguien, otro desconocido, arrojó una bengala de gran calibre. No apuntó hacia el cielo, lo hizo en forma horizontal. La bengala se clavó en el cuello, costado derecho, de Miguel Gutiérrez, 32 años, casado, 2 hijos y otro en camino.

Hoy, Miguel Gutiérrez, internado en terapia intensiva en el Hospital Melchor Romero de La Plata, según su director, el Dr. Egidio Melia, está, gravísimo. Se descuenta muerte cerebral, las evaluaciones las está haciendo CUCAIBA, centro de donación de órganos de la provincia de Buenos Aires. Lo que adelanta que el pronóstico es de muerte.

Las preguntas se suceden pero nadie las contesta. Antes de entrar al autódromo, ¿no había controles de pirotecnia? La policía que custodiaba el lugar, ¿era suficiente? ¿Nadie vio al que llevó, encendió y luego arrojó la bengala? El lugar estaba repleto de gente, ¿y no hay testigos? No es posible, simplemente no es posible. Mucha gente vio. Nadie habla.

¿Alguien recordó los muertos de Cromagnon? No.

Se sabe que los argentinos no somos buenos controlando, se sabe que los argentinos somos dados a la anomia y adoramos desobedecer las normas, se sabe que la cultura del rock está “iluminada” por las bengalas; ¿pero ya se olvidó la mayor tragedia de este tipo ocurrida en el país? Porque no se puede ser tan desmemoriado. Cromagnon no sucedió hace 200 años.

Y la culpa de los muertos de Cromagnon y del coma de Miguel Gutiérrez, no la tienen las bengalas que produjeron estos hechos, la tienen las personas que arrojaron las bengalas. Los irresponsables desconocidos de siempre. Que siempre quedan en libertad.

Basta abrir cualquier página de rock en Internet, leer Facebook, los blogs y los twitters roqueros, para comprobar que la mayoría hace la apología de las bengalas; insta a llevar bengalas a los recitales al aire libre, es más, no conciben el rock sin bengalas, como si escuchar no fuera suficiente, hay que sumarle el colorido de las bengalas.

También hay roqueros que están en contra de la cultura de las bengalas, pero son los menos. La mayoría sostiene que Cromagnon fue una vez, que era un local cerrado y que por supuesto no se va a repetir. Argumento falaz, que no podrían sostener delante de los familiares de Miguel Gutiérrez.

Y mientras la gente del rock siga apegada a la cultura de la bengala como elemento indispensable para disfrutar un recital de rock, la sombra de otro posible Cromagnon, seguirá persiguiendo y matando personas. Todo ello en nombre del color, de la adrenalina que producen la combinación de la particular música roquera y la luz intensa que termina en una horrible oscuridad.

La culpa no es de la bengala, la culpa es de la gente que necesita comprar, llevar a escondidas, encender y arrojar bengalas al costo que sea para disfrutar de un rock. No hay que prohibir las bengalas, hay que educar a las personas.

Si todos los líderes del rock nacional sostienen que no van a admitir una sola bengala, ni un petardo, ni un fósforo encendido en sus recitales, que si llegan a ver cualquiera de estos elementos mientras están tocando, paran el concierto y lo cumplen, puede que la cultura empiece a cambiar.

No es razonable, ni lógico y mucho menos solidario para con los otros, que sigan desde sus sitios de Internet incitando a llevar y a usar bengalas en este tipo de actividades. Habla de una sociedad muy enferma, de la que todos, aunque sea muy tangencialmente, somos responsables.

Hasta los que nunca asistimos a un recital de rock y probablemente nunca vayamos, somos en algo responsables. No hemos hablado lo suficiente con la gente que nos rodea respecto al tema del respeto por las normas, que simplemente son el reflejo del respeto por los demás.

Hagamos algo antes de seguir asesinando chicos y jóvenes a los que les encanta el rock y siguen como buenos fans a sus bandas preferidas. Las bengalas no se compran solas, hay gente que las compra; las bengalas no se transportan solas, hay gente que las transporta: las bengalas no se esconden de los controles solas, hay gente que las esconde; las bengalas no se encienden solas, hay gente que las enciende; las bengalas no se arrojan solas, hay gente que las arroja.

La bengala es sólo un instrumento; lo que mata a la gente, es la gente. Y hay gente que vio y calló. Esa gente es cómplice.

*Protágoras, “Sobre la verdad”, sofista griego, 490 a C/¿?, tiempo de Pericles,

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