Entre heridas y venganzas
por Eugenio Paillet
Aquella furibunda demostración de poder de la mandataria, esperable desde la tradición misma del partido que fundó Juan Perón, puede encontrarse asimismo en la fuerte humillación que le provocó a Daniel Scioli, al imponerle contra su voluntad el nombre de Gabriel Mariotto, un cristinista recalcitrante que lo primero que le reclamará al gobernador, además de demostrarle que lo suyo será nomás un comisariato político al servicio de la Casa Rosada, será un mucho más fuerte compromiso en la lucha a muerte que Cristina y sus seguidores le han declarado a los grandes multimedios y en general a todo aquel periodismo que no piense como ellos o se niegue a aceptar la bajada de línea que dicta diariamente a la prensa amiga la secretaría de Medios de Comunicación.
Scioli pagó caro su estado de sumisión irritante frente a los contínuos desplantes de los Kirchner, y haber dicho para que llegara a oídos de Cristina que andaba a la búsqueda de "otro perfil" para cubrir las vacante que dejó Alberto Balestrini.
La impresión que quedaba anoche en campamentos moderados del kirchnerismo, y en grado aumentado en donde habitan los mejores intérpretes del sciolismo, era que los problemas de Cristina Fernández, lejos de quedar sepultados debajo de la parafernalia comunicacional de esta semana que culminó con el mega acto de Olivos, bien pueden estar empezando.
La cerrazón de la mandataria hacia sus propias filas y su decisión de recostarse en los más incondicionales preanuncia de hecho batallas campales con lo más granado del peronismo, tanto en la provincia de Buenos Aires como en el resto de la geografía nacional.
Los lamentos y las quejas de otrora bravos caciques del conurbano por haber sido marginados del armado de las listas, y en muchos casos ni siquiera tenidos en cuenta para colar algún nombre en puestos expectantes, dejó más de un herido y bastantes promesas de venganza a corto o mediano plazo.
Difícilmente caciques probados en mil batallas como Hugo Curto y Alberto Descalzo, por citar algunos, repetirían en público las andanadas que le dedicaron en privado a la viuda de Kirchner y a los gurkas de su administración durante aquellas horas en las que a lo sumo se les permitió entregar sus peticiones en la mesa de entrada de la Casa Rosada.
La deserción hacia filas duhaldistas de intendentes como Jesún Cariglino (Malvinas Argentinas) y otras al caer como las de Luis Acuña (Hurlingham) y Joaquín de la Torre (San Miguel), sin ser relevantes, son un reflejo de esos vientos de guerra.
Otro tanto se preanuncia en la relación siempre tirante de Cristina con el sindicalismo que se encolumna detrás de Hugo Moyano. El brazo derecho del camionero, Héctor Recalde, había admitido durante aquellas horas febriles que el armado de listas, que no es otra cosa que la construcción del nuevo andamiaje de poder sobre el que el gobierno y sus aliados se aprestarían a gobernar otros cuatro años, no genera peleas pero "si mucha tensión".
El líder de la CGT sabe de los planes de la presidente para desplazarlo de la central obrera y colocar en su lugar a un dirigente menos belicoso y más afín a los intereses del gobierno de reconquistar el favor de la clase media como es el secretario general del gremio de la construcción, Gerardo Martínez. Y quiere a la vez construir su propio polo de poder tal vez hasta pensando en una candidatura nacional suya en 2015, dato que Moyano no ha negado ni siquiera cuando se lo han preguntado en público.
El acto de anoche, en Olivos, puede afirmarse sin pecar de exagerado, va en dirección absolutamente contraria a esos aprontes del hombre a cuyo poder de fuego tanto temía Néstor Kirchner.
Para sumar contratiempos, el escándalo por corrupción que afecta al gobierno y las Madres de Plaza de Mayo por presunta malversación de fondos públicos, que ya le había restado algunos puntos en las encuestas de imagen a Cristina Fernández, ha crecido en intensidad y en la semana que termina entregó nuevos capítulos que comprometen a la Casa Rosada.
La mira de la justicia en al menos dos de sus hombres, como José Sbatella y Abel Fatala, y la suposición recogida en los tribunales acerca de un futuro comprometido para Julio de Vido, agigantan una escena que el gobierno no ha podido tapar ni siquiera con la estrategia de anticipar, como ocurrió el martes por cadena nacional, la decisión de la presidente de ir por la reelección.
"El caso Schoklender es una espina clavada en el pecho", reconoce un operador del gobierno que conoce de los esfuerzos por evitar que las salpicaduras del escándalo más grave que ha tenido que soportar el gobierno desde 2003 a la fecha presionen todavía más sobre la conciencia de los ciudadanos.
El dato viene a cuento porque detrás de esa pérdida de cuatro o cinco puntos en materia de imagen se ha desplegado por estas horas otra gran pregunta: si esos avatares ligados a la impresión de que existe un alto grado de corrupción en el oficialismo que podría costarle caro en octubre, y al mismo tiempo el despliegue de un amplio abanico de candidaturas en el frente opositor, ayudarían cada uno por su costado a desmitificar la suposición de que Cristina ya ganó.
¿La existencia de siete candidaturas opositoras y que van desde una punta a otra del arco ideológico le hacen el juego a la presidente, como pregonan en los laboratorios oficiales, o la perjudican por la sangría de votos que provocaría esa profusión de postulantes, como sostienen en la oposición y en no pocas consultoras independientes?
En el gobierno han llegado a decir que para ellos era toda una gran noticia la pelea entre Hermes Binner y Pino Solanas, porque suman a la fragmentación del voto enemigo que suponen que se dará en octubre, y que generarían a la vez las candidaturas de Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde, Elisa Carrió, Alberto Rodríguez Saá y en menor medida la porción de voto cautivo de la extrema izquierda que representa Jorge Altamira.
Sin embargo, hay análisis arraigados entre encuestadores y observadores independientes que permiten advertir que esa repartija del voto oficial podrpia comprometer seriamente la aspiración de Cristina de alcanzar el 40 por ciento en la primera vuelta del 23 de octubre.
Cristina Fernández perdió una buena oportunidad con la elección de su acompañante de tenderle un brazo al peronismo tradicional que no se decide a cruzarse a veredas duhaldistas o hasta de pegar el gran salto hacia las posiciones de la coalición entre radicales y peronistas que representan Alfonsín y Francisco De Narváez.
De algún modo ese puente era Jorge Capitanich, un gobernador proveniente del peronismo que terminó como muchos otros convertido al kirchnerismo por mera conveniencia económica. El chaqueño suponía además para el peronismo la posibilidad de terciar en la conversación por la sucesión en 2015, y no limitarse a mirar el partido desde afuera como muy probablemente ocurrirá con las cartas echadas y sobre la mesa.
Dicen en la Casa Rosada dos cosas: que "el que avisa no traiciona", en referencia a que la presidenta anunció al lanzar su candidatura aquello de ser un puente entre el viejo peronismo y las nuevas generaciones. Boudou forma parte de ella, aunque rara paradoja, hace menos de un mes tuvo que desecharlo porque sus mediciones sobre intención de voto en la capital eran paupérrimas. Lo segundo: que la cerrazón absoluta en torno a incondicionales como La Cámpora, la "patota cultural" que representan Mariotto, los intelectuales todo terreno de Carta Abierta y el programa ultraoficialista 6, 7 y 8, era lo que "él" hubiese hecho de haber estado vivo. Fuera el "viejo pejotismo" y encumbramiento total del setentismo recalcitrante. Se verá si tomó el camino acertado.
domingo, 26 de junio de 2011
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