La apuesta del autoritarismo,
por Rodolfo Pandolfi
Las rápidas y audaces reformas que puso en marcha el presidente francés Nicolás Sarkozy reviven la vieja discusión sobre la personalidad de las diversas culturas. Sarkozy tiene un esquema que será muy debatido en los próximos meses pero que pone sobre el tapete la vieja cuestión respecto a equidad e indiferenciación.
El resurgimiento de los estudios sobre las sociedades constituye ya un hecho evidente y en los últimos tiempos se insiste en que la reiteración de malos gobiernos en la Argentina no es ajena a las características de la sociedad.
Durante el Congreso Panamericano de 1910, la Argentina estaba ubicada en el segundo puesto entre los países del continente, con estándar parecido a aquel de los Estados Unidos mientras Canadá ocupaba el séptimo lugar. Nuestro país era, a la vez, el séptimo del mundo mientras que ahora está en los últimos lugares.
La Argentina ocupa el 105° lugar en lo que respecta a prestigio y transparencia, apenas delante de Somalia y Myanmar según el estudio de Transparencia Internacional elaborado en base a los informes del Banco Mundial y la Universidad de Columbia. Es una de las naciones más fóbicas del planeta: frente a los 6,7 puntos de Uruguay logró 2,9, con la indicación que "su corrupción es desenfrenada". El país se encierra en un orgulloso aislacionismo que tuvo indicadores tan elocuentes como la alternancia entre el neutralismo y el doble juego en los conflictos internacionales.
El gobierno actual despliega una curiosísima diplomacia al revés y está distanciado con la Unión Europea, con los Estados Unidos de América, (que son los malos de la película, pero mantienen excelentes relaciones con Vietnam, luego de una guerra atroz), con Chile, con Brasil, con Colombia, con México y hasta sostiene una ínfima guerra fría con Uruguay. La aparente excepción, aunque la cuestión puede cambiar, es Venezuela, que constituye otro país gobernado en base a constantes litigios.
Una característica adicional de la sociedad argentina es su estruendosa discontinuidad. El Proceso militar fue apoyado por una abrumadora mayoría de la población y luego repudiado en igual medida. Tanto Raúl Alfonsín como Carlos Saúl Menem sufrieron el mismo efecto pendular, con una amnesia colectiva sorprendente. La actual administración ataca todos los días aquello que llama el noventismo pero los miembros del poder central, comenzando por el Presidente de la Nación, fueron sólidos noventistas y existe un curioso efecto esquizoide. Al menos la clase media conoce los extravagantes discursos laudatorios, pronunciados por el actual Primer Mandatario, que exaltaban al presidente Carlos Saúl Menem, pero al mismo tiempo finge, o al menos fingía creer que la política oficial tiene una insuperable diferencia ética con el menemismo.
Sin duda, las sociedades que carecen de valores y reglas de juego estables decaen. Ni siquiera una simple amistad personal puede mantenerse sin códigos aceptados por ambas partes.
¿Cuál es el punto de persistencia de la sociedad argentina?. Un dato que salta a la vista es que prefiere los gobiernos fuertes, en la mayor parte de los casos autoritarios, y se somete con más facilidad a la prepotencia del poderoso de turno que a la severidad de la ley. El historiador alemán Karl Bracher se confiesa desconcertado al estudiar los datos del colapso de la democracia de su país en 1933. Anota que, por lo pronto, no fue el resultado de un golpe de Estado ni la consecuencia de un fracaso de las instituciones políticas. Aunque el Tratado de Versalles había establecido sanciones económicas a Alemania, éstas fueron infinitamente más benignas que las impuestas después de la segunda guerra mundial, como explica con detalle Paul Johnson, y sin embargo Alemania se constituyó en una democracia estable después de 1945, en condiciones económicas mucho peores.
Bracher anota que en 1933 Alemania expresaba a una civilización avanzada con un pueblo más tradicional y culto que el promedio. Existían garantías políticas, legales, sociales, morales, espirituales y religiosas. Sin embargo, un cabo mediocre y gesticulante, basado en una prédica de odio y de revancha, conquistó el poder y lo mantuvo hasta la derrota militar. Adolfo Hitler, a quien Ernesto Sábato y Osiris Troiani coincidieron en calificar como antigenio, había logrado una sólida alianza contra suya de los conservadores ingleses, los comunistas rusos, los demócratas americanos y los nacionalistas franceses al estilo de Charles de Gaulle. Lograr ese milagro fue un hecho asombroso.
Pero el Führer no llegó al poder a través de un golpe de Estado sino mediante lo que el autor denomina manipulaciones formales seudo legales. Luego siguió la destrucción de la democracia por vía democrática. Una de las explicaciones que se proporcionan es que Alemania carecía de una verdadera tradición democrática. Ningún país nació con esa tradición.
Una astucia del nazismo fue la ambigüedad de su propio nombre, Socialismo Nacional o, en la sintaxis germánica, nacional socialismo, con la utilización de la bandera roja y la cruz esvástica. Ello permitía atraer a sectores diversos, incluyendo las tendencias más tradicionalistas y las más revolucionarias, en una exitosa manipulación. Se unían el resentimiento nacionalista por la derrota en la guerra de 1914, el resentimiento social por la miseria, la historia de una hiperinflación mágica y las teorías más agresivas del activismo revolucionario. La falta de claridad ideológica no fue una táctica sino una estrategia.
Existe una interesante línea antropológica que utiliza la metodología del rodeo, o sea el estudio de las características políticas de una sociedad a través de temas que no son políticos. Esa técnica, en los Estados Unidos, se llama cross-national study.
Sobre la base de la interpretación de Claus Eyfert pueden indagarse aspectos sobre autoritarismo y prepotencia en las sociedades a partir de diversos temas:
Estadísticas de criminalidad seguida de muerte, heridas físicas, ofensa de hecho, peleas callejeras, transgresiones gratuitas, hechos contrarios al orden público, comisión de daños en viviendas o en automóviles como actos de represalia o simplemente mediáticos, delitos masivos (lo que incluye huelgas salvajes), etc.
Tendencia hacia la competencia extra deportiva o extra comercial, preferencia popular por deportes agresivos (rugby, boxeo y corridas de toros), propagación de insultos significativos y groserías.
Carencia de amabilidad hacia el prójimo, agresividad a través de chistes discriminatorios racistas o genéricos.
Desorden y agresividad en el tránsito vehicular.
El autor anota que los modernos métodos matemáticos, como el análisis factorial, permiten obtener puntos de vista objetivos sobre la agresividad manifiesta y latente de cada sociedad. También señala que el estudio del vocabulario empleado por el hombre común a través del porcentaje de palabras obscenas o agresivas establece resultados notables. Hay una correlación evidente entre el lenguaje agresivo y las actitudes agresivas. Observa, sin embargo, que la llamada contabilidad de palabras no puede desconocer la comparación metódica de las lenguas.
Tanto la obediencia sumisa a los gobiernos como la desobediencia sistemática a las normas indican los niveles de prepotencia de una sociedad que puede delegar en un gobernante el ejercicio del autoritarismo o ejercerlo en forma individual, como se observa en la forma de manejar un automóvil.
La tendencia mediática a subvalorar al general José de San Martín porque era militar y ensalzar al general Simón Bolívar, porque era militar pero autoritario, tiende a generar una fisura profunda en la identidad nacional y no un análisis crítico de tipo científico.
Ciertas doctrinas en apariencia compasivas son en realidad, de acatamiento al autoritarismo, un tema que en su momento desarrolló Jacques Lacan, ya que si bien el criminal suele ser tal como consecuencia de haber sido antes una víctima, admitir la criminalidad o tolerarla implica asegurar la cadena de atropellos.
Es cierto que casi siempre los abusadores fueron abusados, pero un garantismo fundamentalista convertiría a los abusos, que por supuesto constituyen actos represivos, en una cadena interminable.
En la Argentina las tendencias autoritarias fueron fóbicas, no dirigidas a premiar la buena actuación sino a infligir castigos reales o simbólicos a quienes han caído en desgracia. Una novedad de los últimos tiempos es la eternización mediática de juicios que inducen a una continúa secuencia de venganzas.
Si al Presidente le disgusta una declaración del Episcopado, al día siguiente aparecerá en diversos medios la historia de alguna aberración cometida por sacerdotes. Es la lógica de la noche de los cristales rotos producida en Alemania luego del asesinato de un secretario de embajada en París, Ernest von Rath.
La recurrencia de la sociedad a elegir presidentes que basan toda su propaganda en el odio y en la referencia a un pasado al que maldicen en un momento oportuno para hacerlo es una indicación bastante peligrosa sobre los reflejos de un país cuyos males siempre son responsabilidad de otros.
Los argentinos tienen una tendencia culpabilizadora comparable nada más que a la de Ecuador en el plano regional.
La noche de los cristales rotos implica otro símbolo: quien tira la piedra rompe el cristal y el cristal agredido se fragmenta. La absurda actitud de los opositores revela su impotencia para enfrentar en forma eficaz a un autoritarismo que estructura su discurso en base al odio, a las prebendas, a los premios y castigos que reciben gobernadores e intendentes según su nivel de obsecuencia, en la manipulación de todos los datos de la realidad, en el desdoblamiento de imágenes al estilo de los interrogatorios realizados por un policía duro y otro dulce, a la apuesta del olvido.
Por lo demás, un estilo político que sólo utiliza el cacique bolivariano, basado en el ataque continuo al adversario real o imaginario, ha dejado de usarse en el mundo pero sigue vigente en la Argentina, aunque aparecen algunos destellos de esperanza en lugares donde no gana el que insulta sino aquél que evita insultar.
domingo, 21 de septiembre de 2008
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