miércoles, 4 de agosto de 2010
GAMA DE LO PARECIDO
En el reino de lo conveniente,
el debate de superficie posterga lo esencial
La discusión sin profundidad enuncia una tendencia, el pragmatismo suprimió el análisis. El autor advierte: Sólo se discuten tonos, matices, pero nadie se anima a llegar al fondo de la cuestión, al menos para evaluarla como posibilidad, o incluso descartarla.
por Alberto Medina Méndez
medinamendez@gmail.com
El renovado debate que se lleva a cabo en Argentina, sobre las denominadas retenciones a las exportaciones, permite visualizar algo que ocurre con demasiada frecuencia en la política contemporánea, no sólo local, sino del continente y buena parte del planeta.
Los partidos políticos ya iniciaron el debate. Los opositores parecen haber coincidido en la necesidad de acotar las tan polémicas “facultades extraordinarias” de las que disponía el oficialismo. Sin embargo, cuando de llevarlo a algo más concreto se trata, y el debate de las retenciones apenas pretende asomar, los que aspiran a construir una opción de poder para la próxima compulsa electoral, empiezan a tropezar con sus propias limitaciones e inconsistencias de fondo.
Cierta inercia que nos propone la dinámica electoral invita a optar entre unos y otros en cada elección, y en ese esquema intentan mostrarse como diferentes, remarcando lo que suponen, sus profundas distancias ideológicas. Lo cierto es que a poco que nos aproximamos a la controversia, vemos que tales divergencias no lo son, siendo sólo simples tonalidades de una misma visión compartida por gran parte del arco político.
La discusión por las retenciones parece reducirse cada vez más a cuales sí, y cuáles no, cuánto sí y cuánto no. Que la soja, que el maíz, que el trigo, que esto sí, que esto no. En definitiva, nadie discute la moralidad o no de la medida, mucho menos aún su constitucionalidad, o hasta eventualmente su legitimidad. Parecen todos coincidir en esto de que, en definitiva, deben estar y el tema sólo termina siendo una cuestión meramente matemática, superficialmente cuántica o hasta de cronología temporal, lo que anula el debate moral y pone nuevamente en la cresta de la ola, al tan promocionado pragmatismo de estos tiempos.
Algo similar sucede en otros debates y no sólo en este. Pasa en Argentina, pero también en el resto del mundo con distinta intensidad y otros ingredientes. Las discusiones partidarias culminan siendo entre pragmáticos, entre similares, entre semejantes o casi gemelos. Sólo se discuten tonos, matices, pero nadie se anima a llegar al fondo de la cuestión, al menos para evaluarla como posibilidad, o incluso descartarla.
Todos se llenan la boca hablando de la perversidad de los sistemas, pero cuando tienen la oportunidad de derribarlos, los confirman, y creen que atemperándolos lo mejoran. Hasta a los más audaces parece escapárseles que se trata de medidas no deseables, pero pronto encuentran justificaciones en la coyuntura, las disparidades y desigualdades, para explicar porqué ameritan su consideración para renovar el flujo de caja que la política precisa. Intentan convencernos de que un poco de veneno no es tan malo después de todo.
Durante un tiempo muchos creyeron encontrar una antonimia entre oficialismo y oposición como si se tratara de visiones contrapuestas. No tuvo que pasar mucho tiempo para que se confirmara lo que era una sospecha con sobrados fundamentos. Piensan demasiado parecido y lo que nos ofrecerán a los ciudadanos en materia de ideas es un hermoso abanico de posibilidades que sólo proponen matices de un mismo color. Sus diferencias son de formas, de estilo, de rima poética y aspecto exterior, pero sus contenidos son muy similares, demasiado parecidos.
La política mundial debe animarse a decir lo que piensa, ser menos políticamente correcta y más honesta con sus profundas convicciones. Así al menos, acertados o equivocados, podrán recuperar la credibilidad que vienen perdiendo inexorablemente y que es imprescindible por el bien de las democracias que se recupere para que aparezca ese punto de inflexión que sólo amaga y no termina de surgir.
El debate por las retenciones no sólo muestra a dirigentes políticos recorriendo esos matices y confundiéndose unos con otros sin que, por momentos, logremos individualizar a oficialistas de opositores.
El desconcierto parece ser contagioso y alcanza niveles impensados que llega a economistas, intelectuales y hasta productores de los sectores directamente impactados que parecen tener temor de decir lo que piensan, por vaya a saber qué raro prurito.
La discusión ideológica es extraña, esa que aporta argumentos a la altura de las circunstancias, explicando los alcances de las decisiones y ambicionando algo más que este estado actual del timorato “reino de lo conveniente”.
Tanto se ha demonizado a las ideas, responsabilizándolas de cuestiones tan propias de los perversos, que finalmente arribaron los pragmáticos, esos que casi cualquier táctica les resulta propia y que van amoldando su discurso según soplan los vientos y adecuando sus alocuciones según eventuales conveniencias de coyuntura.
Una cuota de coraje, de imprescindible debate profundo, merece ser considerada, para al menos analizar otras posibilidades y no sólo ésas que parecen no agraviar a nadie, pero que en el intento ofenden a la honestidad intelectual.
A no equivocarse, los políticos no tienen el monopolio de estas prácticas. Como en tantas otras oportunidades, la clase dirigencial no es más que la resultante de una sociedad que siempre se queda a mitad de camino, escondiendo lo que piensa, y haciendo un culto del discurso demagógicamente apropiado. Es una lástima que sigamos desaprovechando oportunidades, que se mimeticen unos con otros y sigamos deambulando en esta interminable gama de lo parecido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario