viernes, 6 de agosto de 2010

PERORATAS


Las peroratas de Cristina

por Carlos Berro Madero
carlosberro@arnet.com.ar

“El charlatán se despreocupa totalmente de cuál sea la verdad sobre el asunto del que habla; es más, prefiere sus pamplinas preocupado sólo por el efecto que causa en los oyentes o por la idea que éstos pueden hacerse de él: quiere pasar por piadoso, elevado, sensible, un iniciado en los misterios del universo…¡ un amigo de la verdad!”
-Fernando Savater

Dicen los que circulan por sus adyacencias, que Cristina Kirchner se halla en una fase de euforia que la ha convencido que está convirtiéndose en un ícono de gran repercusión popular.

Sus recientes alusiones a algunos ídolos del pasado, indican que dicha creencia ha aumentado su fanatismo mediante enérgicos rechazos a todo lo que no provenga de su cerrado e invulnerable universo personal.

La autodenominada “pingüina” cree vivir la hora de su máximo esplendor. Sus peroratas inconsistentes son como el cauce de un río desbocado que arrasa todo a su paso.

Casi, casi, como la inflación que comienza a “taparnos”.

Mientras esto ocurre, ha olvidado que la consecuencia de ignorar los problemas reales y los datos verdaderos, es que finalmente se los padece tal y como los provocan aquellos que los crearon –en nuestro caso ella y su marido-, ASEGURÁNDOSE ASÍ SU INDESEABLE PERPETUIDAD.

Sin duda alguna, la señora de Kirchner cree a pies juntillas que ha llegado la hora de consolidar su “glorificación” personal, mientras las consecuencias emergentes de sus confusiones políticas y culturales parecen alimentar aún más su soberbia.

¿Advertimos que el régimen al que se abraza es realmente tal? ¿Hemos comprendido cuál es la política que propone? ¿Nos estamos moviendo como país en alguna dirección previsible? ¿Es la técnica del “manotazo” a los fondos de los organismos públicos como el ANSES y el Banco Central ó los fideicomisos el nuevo “hallazgo” kirchnerista que puede promover a sus mentores para el próximo Nobel de Economía?

Solo puede asegurarse por el momento que el “modelo” está resultando en apariencia un galope frenético hacia un idílico -¿e inexistente?-, país de “nunca jamás”, donde algunos “ponen” a la vista lo que otros se llevan “por detrás”.

El parte diario está constituido por una catarata de informaciones de realidad incierta –y contabilidad trucada-, y un ataque constante a quienes “no entienden” lo que la primera mandataria y su consorte “ven” con una claridad iridiscente.

La Presidente solo debe superar la etapa del “fastidio” que la aqueja (Cristina dixit) -apenas contenido por un rictus despectivo en su rostro-, mientras deja magnánimamente la tarea del “enojo” a Hebe de Bonafini, porque nadie como ella sabe enojarse “tan bien” y “con tanta razón”, le ha dicho con su habitual tono de maestra siruela.

Mientras tanto, nos “castiga” sin clemencia con una historia secuencial que cree conocer mejor que nadie, olvidando lo que dice acertadamente en esta materia Juan José Sebreli: “en un deliberado anacronismo, se buscan en el pasado las claves para explicar el presente; pero ese pasado es a la vez interpretado partiendo de los códigos del presente, con lo cual se cae en un círculo vicioso”.

Todo lo que sostiene la primera mandataria en sus enfervorizados monólogos sólo parece interesar a un grupo de “aprovechados” que aplauden una política autoritaria que les permite –en un clima de silencio y ocultamiento-, enriquecerse escandalosamente.

“Los mitólogos”, (como Cristina), “caen en el dogmatismo cuando niegan a los no creyentes” (en nuestro caso, nosotros) “el derecho de desmitificar y desacralizar sus creencias, los acusan de profanar lo sagrado, de cometer el sacrilegio de entrometerse en lo intocable” (Sebreli nuevamente).

Para la Presidente, emana de ella una sabiduría que considera casi profética, que la “autoriza” hasta predecir el futuro de “la humanidad”.

Es el universo quimérico al que esta señora se ha aferrado con frenesí, mientras nos “sacude” diariamente con versiones agobiantes y monotemáticas sobre la vida, la libertad y la justicia.

¿Hasta cuándo?

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