martes, 16 de noviembre de 2010

EL EMBUSTE


EL EMBUSTE DE LA GESTIÓN

Por Alberto Medina Méndez

Algunos políticos se han esmerado en endiosar ese discurso que tiene como protagonista a “la gestión”. Han hecho de ese termino algo así como un fin en si mismo, y habrá que decir que muchos ciudadanos han comprado sin mas esa visión.



Los que se han montado sobre este vocablo, parecen querer convencernos de que en realidad todo es un problema de eficiencia, que solo se trata de gestionarlo bien, de administrarlo con criterio, de hacerlo con honestidad, utilizando los recursos con prudencia y aportando una poco habitual cuota de sentido común.



Hay que reconocer que es un discurso simpático, convocante, verosímil y hasta racional en algún punto. Ningún votante medio, con algo de luces, podría oponerse a tanta aparente abrumadora sensatez.



Pero lo que no dice este discurso, lo que oculta claramente y lo que esconde premeditadamente, es que no se trata de gestionar bien, lo que antes se ha decidido mal. Toda la política que solo habla de gestión, descuenta que las decisiones son las correctas. Y entonces presume que solo se trata de hacerlo con más inteligencia, con más idoneidad, con más talento y habilidad.



En realidad estamos frente a un absoluto embuste, a un mero ardid, el de un laberinto sin salida que distrae la atención con todo éxito, y que pone el foco en cuestiones laterales de eficiencia, y no en temas centrales vinculados a la eficacia.



Nos quieren convencer que se trata de cuestiones administrativas, y minimizan el terreno de las ideas. El pragmatismo es su paraíso. Los que se paran sobre esta visión fundamentalista de la gestión son los mismos que despotrican contra las ideologías, los que vienen fogoneando hace décadas acerca del fin de las ideas.



En realidad, las ideologías los incomodan, porque los obliga a tomar posición y abandonar el ambiguo discurso del pragmatismo. La muerte de los sistemas de ideas, les permite deambular entre unas y otras, no tener posición, ser laxos, oscilar, prescindir de los principios y esconderse detrás de las decisiones de gestión para sostener su vacío intelectual.



Se trata de los paracaidistas de la política, esos que creen que administrar la cosa pública es cosa de empresarios, de una casta de burócratas iluminados mejor preparados, de gente con títulos académicos que los ostenta por haber pasado por varias universidades.



El debate ideológico define rumbos, marca compromisos y obliga a una revisión permanente. Se trata de discutir el QUE y no el COMO. El “como”, es una cuestión operativa, instrumental, importante, determinante, significativa, pero su mayor eficiencia no define el futuro, en todo caso establece los plazos, orienta acerca de los tiempos, y eventualmente de sus costos.



Un problema se resuelve si se encara adecuadamente, es decir si se dispone de un diagnostico correcto, una lectura adecuada de la realidad y por lo tanto una interpretación estricta de sus causas y como abordarlas para corregirlas.



La gestión solo define una parte que solo ocurre en un tiempo posterior y que tiene que ver con COMO encarar la cuestión. Pero si el diagnostico es fallido, no habrá gestión que lo enderece, y el que aporta la mirada clara que explica el problema es el patrón ideológico, la interpretación sociológica de lo que ocurre. La gestión no aporta soluciones, solo nos lleva a obtener eventualmente resultados mejores, pero solo si antes fueron correctamente diagnosticados los problemas.



Ellos están empeñados en vaciar la discusión política. Les resulta un terreno más simple, menos comprometido, más sencillo, para poder deambular sin ataduras. Su mundo pasa por implementar políticas, no por discutirlas. No se preguntan nada profundo, solo avanzan y obviamente sus resultados son como ellos, paupérrimos. Pero, de todas formas, se las ingenian para buscar responsables pronto. Sobran enemigos en este mundo global y los fantasmas se inventan o se recurre a los viejos recursos mitológicos del pasado para explicar lo inexplicable.



Hacen de todo menos analizar lo esencial, mucho menos aun revisar sus diagnósticos, para operar sobre lo importante. En definitiva, los que hablan de la gestión nos proponen un embuste. Solo quieren hacer lo mismo que sus oponentes, pero un poco mejor, en menos tiempo, con menos recursos, con más criterio y eventualmente de un modo algo más prolijo.



Todo suena fantástico, pero lo que no dicen, o no quieren decir, es que sus políticas son las mismas que las de sus contrincantes. Solo nos proponen una variante de estilo, más ordenada, mas transparente, tal vez más elegante y amigable.



Solo hacen desfilar nuevos matices de viejas ideas ya probadas hasta el cansancio. Dirán que antes no funcionaron solo porque se utilizaron tácticas inadecuadas, o que las circunstancias no eran favorables, pero harán un nuevo intento con giros menores, nuevamente amparados en retorcidas teorías.



Alguna vez habrá que animarse a la discusión de fondo. Para ellos no vale la pena, los pragmáticos seguirán esquivando debates, porque eso los pone en un brete en el que no quieren estar. Pero habrá que ser sinceros, sin un debate ideológico profundo y sin un acuerdo respecto de la interpretación de las causas de los problemas que nos aquejan, no tendremos chance alguna de mirar las probables soluciones con algún optimismo.



Mientras eso no ocurra, seguiremos siendo prisioneros de este interminable juego en el que discutimos el “COMO hacer” sin debatir sobre el “QUE hacer” previamente y seguiremos optando así, por prestarnos al eterno embuste de la gestión.

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