miércoles, 1 de diciembre de 2010

IDONEIDAD


LA IDONEIDAD DE CRISTINA

Por Carlos Manuel Acuña

En realidad fue una sorpresa mayúscula. El aparato de inteligencia del Estado argentino, más dedicado a averiguar el comportamiento de los políticos, periodistas, empresarios y otras personas de mucha o poca importancia, no pudo prever la noticia y ésta llegó como una verdadera bomba política: el gobierno norteamericano está preocupado por la salud mental de la presidente de la República. No vamos a entrar en detalles acerca de cómo se utilizó una aparente filtración de documentos clasificados del gobierno de los Estados Unidos, pues el conflictivo asunto ya es por demás conocido con sus dudas y certezas, pero el tema admite varias consideraciones al margen de que esas supuestas filtraciones -extrañas por las severas medidas de seguridad con que los norteamericanos manejan sus comunicaciones- también afectan a presidentes y personalidades de otros países. Incluso lo afecta a Obama y a sus amigos demócratas, lo que hace pensar que una circunstancia oscura está detrás de esta curiosa maniobra que obliga a preguntarse antes que nada, cuál es la razón de que el gobierno de los Estados Unidos, con toda su capacidad tecnológica, no haga nada para bloquear al servidor cibernético que distribuye estos correos comprometedores y molestos para algunos. Para otros, son motivo de alegría, regocijo y satisfacción y para el oficialismo de ese país, el inicio de un largo y deteriorante debate acerca de la propuesta de que el FBI pueda realizar tareas de inteligencia sobre el funcionamiento cibernético.

Digamos para comenzar que al menos hasta ahora, la Argentina fue el único blanco sudamericano de estas filtraciones, lo que es un síntoma que debe tenerse en cuenta. Nuestro país, que gracias a los manejos del kirchnerismo quedó fuera de los intereses políticos del mundo, ahora vuelve a ser tomado en cuenta por un tema no de trascendencia estratégica sino de interés prioritariamente local. En el indirecto lenguaje de la inteligencia y en el más sutil de la diplomacia esto quiere decir mucho, sobre todo si este incidente -no hay otra forma de calificarlo- viene a producirse en un momento crucial de nuestra política interna, momento que gira en torno de candidaturas que no terminan de definirse y la de la propia Cristina Fernández de Kirchner, quien se empeña en mantener la duda acerca de su vocación reeleccionaria.

Esto no es todo, pues el tema viene a darse en una atmósfera de crisis contenida y de graves premoniciones acerca del futuro, pero vayamos primero al hecho en sí mismo. El escándalo producido por la difusión de centenares de miles de documentos secretos inauguró un debate internacional acerca de la veracidad del suceso por un lado y las sospechas conspirativas que tienden a señalar que en realidad es una audaz maniobra norteamericana para incidir sobre el escenario mundial sin comprometer oficialmente su opinión respecto del contenido más ríspido de los documentos distribuidos a través del periodismo. Pero cualquiera sea la verdad -y por cierto, según evolucione con el correr de los días- lo cierto es que internamente la novedad afecta seriamente a una Cristina que se maneja en medio de presiones encontradas. Por un lado, la de sus hijos, que quieren apartarla de los disgustos que ofrece la política para que se dedique a vivir una vida más placentera atento que no le faltan recursos. Por el otro, la de aquellos funcionarios y personajes más interesados en su permanencia en el poder hasta que logren solucionar los entuertos ilegales que prometen llevarlos a la cárcel apenas los jueces puedan afirmarse en su independencia.

Estos dos extremos son importantes y gozan de un cierto equilibrio, aunque también contribuyen a la misma e íntima inquietud que transita por el ánimo de la presidente de la República. El compromiso hablado con las máximas autoridades de los Estados Unidos en el sentido de intervenir de alguna manera en las tensiones políticas que vive y se profundizan en la vecina Bolivia, a esta altura de las circunstancias es, para la Presidente, una cuestión menor. Lo cierto es que, tal como lo dijimos hace muy poco, su salud está seriamente afectada, sus médicos la atienden en base a ansiolíticos que le modifican el ánimo, asunto que adquiere una mayor proporción por la bipolaridad que la afecta.

Entonces cabe la pregunta ¿es idónea Cristina para desempeñarse en el cargo que ocupa? El planteo que surge de este interrogante vale por sí mismo. Si fue necesario que lo digan los norteamericanos tiene una mayor validez, por esa vocación de los argentinos por llevarle más el atadero a las opiniones que llegan desde afuera que a las que se vierten internamente. Nada más que por eso, pero si el planteo llega desde Washington es una cuestión que posee una cierta importancia adicional, sobre todo si no se producen las adecuadas explicaciones que el caso merece, y aun cuando se formulen atadas a las obligadas formas diplomáticas. La verdad es que, a la inversa de lo que serán las reacciones de los presidentes europeos que aparecen mencionados en los dichosos documentos, la inclusión del nombre de Cristina en una requisitoria formulada en el mayor nivel por confirmar o desmentir su estabilidad mental, apunta más bien a lo primero y ha generado un problema político que comienza a expandirse y dejará consecuencias. Digamos que éstas ya comenzaron

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