miércoles, 11 de mayo de 2011

BIGNONE


Reynaldo Bignone... penurias del
último presidente argentino

de facto...

Por Horacio R. Palma





Reynaldo Benito Antonio Bignone fue el último presidente militar de Argentina. Con sus propias manos le colocó la banda presidencial al Dr. Raúl Alfonsín quien, a diferencia de aquél personaje oscuro y vengativo que yace en un mausoleo del sur, no se tocó ninguna parte como conjuro, sino que más bien pareció disfrutar con una sonrisa el simbolismo histórico.

Bignone es un hombre muy mayor, de más de ochenta años, operado hace unos meses, con muy poca audición, hay que hablarle muy alto y muy cerca para que pueda escuchar. Tiene un hijo con capacidades diferentes y una esposa con una enfermedad tan seria que no puede valerse por sí misma.

A pesar de todo esto, la justicia le niega la prisión domiciliaria que por ley le corresponde. Que por humanidad le corresponde. Reinaldo Bignone está recluido en un Penal del Servicio Penitenciario en la Ciudad de Marcos Paz, en la Provincia de Buenos Aires… para quien nunca fue hasta allí, sepa que el penal de máxima seguridad está enclavado en un lugar casi inaccesible.

Desde hace muchos años al General Reinaldo Bignone, “el último de facto”, como él mismo se nombró alguna vez en un libro que edito Editorial Planeta (a la que misteriosamente se le “dañaron” 2.000, de los 6.000 ejemplares que había editado), desde hace muchos años, decía, al General Bignone le han retirado todo tipo de remuneración. Es decir, no percibe ningún ingreso de los que por ley le corresponden.

Preso, confinado en un Penal con difícil acceso y sin infraestructura suficiente para atender urgencias médicas de complejidad, enfermo, con más de ochenta años y con dos familiares a su cargo, vive de la caridad de los amigos y con la ayuda de familiares.

Tres veces la justicia le ordenó al Ansses que le restituyeran la remuneración. Tres veces el Estado se la negó, desoyendo a la justicia y haciendo algo que se parece y mucho, a un abandono de persona. De personas.

El Estado ni siquiera actúa por humanidad.

El General, Soldado al fin, habla con voz firme y no es afecto a las quejas ni a los lamentos.

Cada vez que lo trasladan desde el penal, lo levantan a las cuatro de la mañana, lo meten en una camioneta que traquetea un camino destruido, y lo devuelven 14 horas después con apenas una ración de comida difícil de comer, e imposible de digerir. Como esperando que se muera… como esforzándose por matarlo.

Curiosamente, las noticias que se publican en los medios… afirman con desparpajo que al General Bignone lo juzgan en causas por violaciones a los “derechos humanos”. Nada dicen que al General se le violan todos sus derechos más íntimamente humanos.

Lo he cruzado esta semana al General Bignone en un pasillo oscuro de un hospital atestado. Fuertemente custodiado. Como si alguien en su condición pensara en escapar. Ahí está el General con todos sus años y sus achaques a cuestas. Sentado en un banco duro, toma y acaricia la mano de su esposa como diciendo… “aquí estoy”. Su hijo está a su lado… aprovechan las horas de hospital para verlo.

Ahí está el General… preso en un país cuyo Estado no respeta a sus viejos, no se apiada de sus enfermos… y que desoye una decisión judicial que pide algo tan básico, como un resabio de humanidad.

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