viernes, 12 de octubre de 2007

ESPAÑA Y SU PASADO

Artículo escrito por el
periodista español Ignacio Camacho titulado:

DEJAD EN PAZ LA MALDITA GUERRA

Mientras una partida de asesinos intenta de nuevo
torcernos el futuro a bombazos, una recua de políticos
semianalfabetos ocupa su tiempo en la pretensión de
reescribir el pasado. Pertrechados de perjuicios
sectarios, no creen tener nada mejor que hacer en
estos momentos críticos para evacuar un juicio
histórico para el que carecen de conocimiento y
credibilidad.
Quieren saltar de un plumazo sobre toneladas de
estudios, sobre decenas de miles de testimonios, sobre
millones de experiencias de sufrimiento y congoja,
sobre décadas de esfuerzo de varias generaciones
empeñadas en asumir de un modo razonable las
consecuencias de un desvarío fraticida. Allá ellos.
Conmigo que no cuenten ni para discutirlo.
Sencillamente no me interesa. No reconozco a esta
clase dirigente, prohijada en covachuelas de aparatos
cerradamente banderizos y politicamente estrabicos, la
autoridad intelectual ni moral necesaria para un
dictamen sensato sobre nuestra tragedia de sangre. El
juicio historico está en los libros y la memoria forma
parte de la experiencia individual de quienes tuvieron
la desgracia de asistir a aquel vergonzoso fracaso de
convivencia, cuya sombra sólo proyecta demonios de
desesperanza. Si no fuese por el compromiso de una
generación renovadora que se esforzó en buscar una
salida a ese trauma colectivo, nadie podría vivir en
paz sintiéndose depositario de esa herencia de
horrores.
Hemos tenido que aprender a conciliar nuestra memoria
con la existencia de aquel pozo de infamia que no
vivimos. A desvincularnos del dolor de nuestros
mayores para levantar un marco cívico en el que no
tuviesemos que avergonzarnos los unos de los otros. A
buscar en el interior de nuestra conciencia el aliento
para desprendernos de ese lastre de culpa. A rechazar
la tentacion de ajustar cuentas con un pasado innoble.
A impedir que los fantasmas envilecieran con su pena
cainita e irredenta nuestro horizonte de libertad.
Para eso hemos tenido que admitir la universalidad de
la infamia. Desprendernos de los prejuicios
familiares, ideológicos o vitales y bajar al infierno
de la razon en busca de un rescoldo de piedad. Se
logró, y no fue fácil, pero se impuso la exigencia de
un pacto con nuestra propia necesidad de sobrevivir.
Un pacto de mutuo perdon retrospectivo que ahora
quieren liquidar mirando hacia atrás los que no saben
urdir un acuerdo de mínimos para avanzar hacia
delante.
Sabemos que provenimos de un albañal de odio cuyas
salpicaduras hemos tenido que limpiar para poder
mirarnos en un espejo de dignidad. La memoria de esa
cienaga nos provoca espanto, compasión y repugnacia. Y
lo que queremos es enterrar de una vez esa maldita
guerra con todos sus muertos, y que quienes nos
representan se ocupen del futuro de nuestros hijos y
dejen de revolver el estéril pasado de nuestros padres
y de nuestros abuelos. Si saben, y si no, que se
dediquen a otra cosa.

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