lunes, 2 de agosto de 2010
ES LA GENTE...........
¡ES LA GENTE ESTÚPIDO!
La agenda política y la de la sociedad transitan caminos y urgencias diferentes. Mientras tanto, la realidad nos lleva a todos por delante.
Por Gabriela Pousa
Detrás de los himnos y de las banderas,
detrás de la hoguera de la Inquisición,
detrás de las cifras y de los rascacielos,
detrás de los anuncios de neón.
Detrás, está la gente con sus pequeños temas,
sus pequeños problemas y sus pequeños amores
Con sus pequeños sueldos, sus pequeñas campañas
, sus pequeñas hazañas y sus pequeños errores. (…)”
Estrofa de un tema de Joan Manuel Serrat
Si bien no es la primera vez que el escenario político se divide en dos, hoy la grieta que queda entre ambas partes parece insalvable. Por un lado, los temas que desvelan a la dirigencia y constituyen aquello que comúnmente se llama “agenda política”, y por otro lado las demandas perentorias de la gente. Resulta paradójico que estando los políticos en plena puja electoral, aquello que preocupa a la ciudadanía sea prácticamente inexistente en el vocabulario que éstos emplean. Paradójico sí, novedoso no. ¿Para qué mentir?
Si ese silencio es la consecuencia de la ignorancia, el retiro de la vida pública debería ser inminente. No lo es. Si el silencio es acaso una estrategia, el sufrimiento de un sinfín de víctimas de la inoperancia manifiesta debería sojuzgarlo inmediatamente. Nadie habla sin embargo. Esta claro que del “debería” no se sale en la Argentina. La potencialidad del verbo conlleva implícita la causa de la decadencia.
Allí donde se manejan los hilos del poder yacen sobre la mesa encuestas, sondeos de imagen, mapas que dividen la geografía en feudos donde deben operar los punteros, y argucias varias para quebrar frentes opositores y adelantarse a las medidas aún con artificios y sofismas.
En el vértice opuesto, la obsesión por ganar alguna partida, y mostrarse capaz de enfrentar a un gobierno cuya habilidad para dar vuelta resultados está a la vista, mantiene a la masa amorfa de la oposición enceguecida. Hasta ahora no han demostrado poder ser alternativa.
Los políticos se han convertido en meros analistas. Proclaman una realidad ácida con impecable dialéctica. Un ministro de Seguridad asegura que “la situación es siniestra”. Hasta ahí llega. Un funcionario de la Salud sostiene que “el sistema está colapsado”, en los Tribunales se escucha decir que “no se da a basto”.
Quienes deben resolver lo siniestro, colapsado y desbordado son apenas fotógrafos. Muestran las imágenes y se regodean de la claridad que aquellas ostentan. Debaten en programas televisivos el estado de situación y conflicto a veces con una veracidad supina pero no tienen para ello solución que redima. Esto explica de algún modo, el por qué cuando se acerca la hora de armar las listas, cualquiera recibe propuestas para formar parte de ellas. No importa la ideología ni la sapiencia: si sabe diagnosticar bien puede encolumnarse en derechas o izquierdas aunque estás más que auténticas sean berretas.
En este contexto es coherente que un Ricardo Fort o un Marcelo Tinelli concentren más atención que el titular de alguna cartera ejecutiva o un legislador. Las oratorias de estos últimos son harto conocidas, repetidas. Cualquier ciudadano común puede recitarlas a pie juntillas y hasta exponer experiencias vividas; en cambio el millonario decidido a hacer de su vida un “reality show” ofrecerá más rarezas que, a esta altura, de lo grotesco hará emanar sonrisas.
Un análisis político, posiblemente, debería centrarse en la batalla con el agro, en la suerte que ha de correr un Mauricio Macri procesado con un incierto juicio político, o establecer el 24 de Agosto como fecha emblemática para el Ejecutivo porque ese día se tratará en el Congreso Nacional un conglomerado de leyes que se dan en llamar “facultades delegadas”. Lo cierto es que de eso, el pueblo no sabe nada.
Ahora bien, en trance de sincerarse es dable reconocer que de un tiempo a esta parte, los argentinos han vivido de cronologías abstractas, y fijando almanaques que terminaron ‘otoñando’ sus hojas sin poder resistir los embates. El 28 de junio de 2009 fue el comienzo de un sueño, siguieron meses de desvelo hasta el 10 de Diciembre del que también se despertó pronto. Marzo no fue diferente, ¿cómo asegurar que Agosto es la excepción?
“La esperanza es lo último que se pierde”, es cierto. Pero no nos jactemos de tener el dato inexpugnable en un país donde las ideas escasean, y la verdadera crisis es primero moral y después política.
La agenda que maneja el gobierno y la oposición se queda en la confrontación, no ofrece tratamiento: unos pugnan por ser los más hábiles en materia de torcer las realidades, y el resto se va en internas porque les han adelantado las fechas. Ninguno estudia con seriedad cómo frenar la delincuencia, a lo sumo polemiza sobre los orígenes de ésta, pero mientras se define ese enigma se destrozan familias.
Ninguno expone una tesis siquiera que se acerque a una solución para que la educación vuelva a ser lo que ya no es: un aprendizaje para la vida. Mientras se ponen de acuerdo en supuestos derechos y garantías, los colegios terminan tomados por alumnos, los docentes carecen de jerarquía, y los roles se trastocan desde la base misma.
Escuchar hablar de los candidatos que se barajan con miras al 2011 es una afrenta más que una campaña proselitista. Néstor Kirchner gana en perversión; Ricardo Alfonsín, en bonhomía. Ninguno de esos atributos hacen a un estadista. En ese contexto está claro que la Argentina se aproxima a otra elección de la cual emanará, sin eufemismos, un gobierno malo. Quizás no por sus integrantes sino por el estado en que está quedando esta geografía.
Ahora bien, es dable aceptar que hay una costumbre arraigada ya a convivir con administraciones ineptas, lo que no puede caer en idéntica situación es esta maledicencia que lleva a sobrevivir con un gobierno perverso y maniqueo capaz de poner, desde el primer ciudadano al último, en libertad condicional y en amenaza perpetua.
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