martes, 3 de agosto de 2010

FÁBULA


La fábula trágica de la Argentina

por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse



Jean de La Fontaine, el más maravilloso escritor de fábulas trágicas de toda la historia, murió en 1695... y los franceses lo tienen medio olvidado... en una tumba muy pequeña del cementerio parisino de Père Lachaise.

En su homenaje, hace unos años, escribí está fábula... que para mi sorpresa... todavía tiene perfecta vigencia...Y aquí la ofrezco...

En el arca de Noé se formaron varias parejas de animales, muchas de las cuales fueron consumadas entre especies que eran de muy distinto género zoológico.

De una elefanta y un cerdo, aparecieron los tapires.

De una nutria y un pato, salieron los ornitorrincos.

De una comadreja y un conejo, nacieron las ratas.

Pero todas esas posibilidades de cierta equivalencia lógica se fueron consumiendo muy rápido... y... a los pocos días, un escenario final muy comprometido, hizo que se formaran algunas parejas que parecían dramáticamente imprevisibles y raras, tanto en su entendimiento mutuo cuanto en su posible descendencia.

Eran lo que se podía denominar como parejas monstruosas y caóticas.

Fue muy resonante y verdaderamente disparatado el caso del cuervo y la serpiente.

Ambos eran peligrosos políticos de escalas zoológicas instintivamente similares (depredator corvis vorax avis y depredator crótalus reptor).

Pese a las extraordinarias diferencias morfológicas que ellos mismos se notaron mutuamente... enseguida se pusieron de acuerdo en un conjunto de expectativas que los dos enfocaban de manera casi idéntica.

Descubrieron, sin demora, que lo que más les apetecía era el poder, en cualquiera de sus formas. Las dos escalas difusas anteriores que señala la filosofía: la voluptuosidad y la vanidad... eran sus más amados vicios.

No les costó demasiado tiempo acordar mutuamente que jamás habrían de renunciar al odio, a la maldad y mucho menos a su predilección casi maniática por el daño predatorio y el saqueo. Era su condición ingénita.

La serpiente, obsesionada por el lujo y la figuración, lo puso sobre aviso a su marido, el cuervo, sobre que... cada vez que pudiera, cambiaría su piel por otra... bien fuera ésta, artificial, estirada o inflada con colágeno, y sólo para conservar una belleza que suponía poseer.

Como todo reptil... la piel vieja la dejaba tirada.

Y como era una serpiente “de cascabel”, le exigió al pájaro depredador que hiciera los trámites de inmediato para comprarle el cascabel de oro 24 con unos brillantes de 5 kilates. Era exagerada la víbora... desde niña.

“Si no me das los gustos que te pido, no he de envenenarte... pero tengo poderes para convertirte en un ciervo”, “Sólo cambiaré una letra: la “u”. En vez de cuervo serás ciervo", amenazó la víbora.

Temeroso de lucir cornamenta... el cuervo cumplió casi en el acto con ese pedido. Ya bastante sufría por graznar a escupitajos y tener un ojo vítreo.

Con la apetencia desmedida de poder discrecional que les brotaba a ambos por los ojos, muy pronto supieron que tendrían que dividirse los terrenos de acción política... para reunirse luego, cada noche, a efectuar el recuento y el arqueo del botín de la “caja”.

Se preguntaron entonces, acerca de sus objetivos políticos.

Era necesario para eso, saber primero sobre qué tipo de animales actuaría cada uno... para poder hacer una acumulación de poder más fácil y más rápida... sin incurrir en superposiciones.

“Quiero gobernar ovejas”!!, dijo el cuervo.

“Ovejas y borregos”, agregó... sabiendo muy bien que esas especies abundaban en el territorio de la comarca y que habrían de someterse sin chistar a cualquier arbitrariedad.

La serpiente, en cambio... manifestó su preferencia por los monos.

Especialmente aquellos más ágiles, cuyas acrobacias les permitieran cambiar rápidamente de árbol político sin que les importara realmente un bledo... el color o la altura de la vegetación. Monos tránsfugas, en verdad.

El cuervo, muy precavido, le preguntó a su esposa qué era lo que tenía pensado hacer con los animales y en especial con los monos díscolos.

La serpiente le contestó lacónicamente:
“Veneno... tengo mucho veneno en mi boca para que nadie ignore el peligro muy grave que represento cuando me enojo”.

“Debes cuidarte mucho”, le dijo el cuervo, “no olvides que no tienes pies para caminar. Y que tu cerebro es demasiado pequeño para pensar... me vas a tener que consultar a mi”.

La serpiente le contestó, algo molesta por esa indirecta tan humillante:
“Todos los que me sigan, sin excepción, van a tener que arrastrarse de manera obligatoria... tal como lo he hecho yo... toda mi vida. Yo repto... ergo todos reptan”.
“El que no se arrastre... ha de saber muy pronto... lo que es mi veneno”.

El cuervo lanzó un graznido y trató de calmarla:
“Yo no vuelo como el águila... pero voy a cuidarte desde arriba.
Te he de traer alimento si lo necesitas porque soy omnívoro y acaso no lo sepas, pero hasta me gusta la carroña”.

“¿ Carroña ?”, preguntó la serpiente. “Qué es eso”?”

“Cadáveres putrefactos, animales caídos que ya nadie ataca” “Cosas que no se puedan defender” “Allí es donde ataco yo”, contestó el cuervo.

La serpiente, le aclaró:
“No me traigas eso. Los prefiero vivos, retorciéndose cuando los trago y viendo el dolor que les provoca mi veneno”.

Puestos plenamente de acuerdo... se lanzaron a la búsqueda...

Un buen día... de confusión generalizada y gran hastío animal, tomaron el poder de la comarca distraída... y el cuervo asumió, pactando con ella la sucesión automática del trono y su posterior devolución en una cadena de reciprocidad política que arreglaron como interminable.

El gobierno de ambos... en esos tiempos... fue terrorífico.

Sumaron primero a las ovejas, a los borregos y a los loros.

Adiestraron a más de mil los monos y premiaron a aquellos que saltaban políticamente más largo.

Formaron su gabinete con burros, camaleones, hienas, gallos de riña, ratas de albañal y otras especies apropiadas a sus fines.

Por ejemplo... los jueces designados por ellos fueron sólo las tortugas y los chacales.

A todos, sin excepción, los maltrataban como perros.

Legislaban ellos mismos... con la ayuda de una piara parlamentaria mansa y obediente. Para ello, en primer lugar... arrasaron las instituciones con una plaga de langostas.

Leones y tigres honestos... fueron silenciados o deportados.

El ministro burro propició el delito desde su despacho y dejó abiertas las puertas para que los coyotes, los lobos y las comadrejas tuvieran campo libre para depredar vidas y haciendas a su voluntad.

El pasto y la vegetación dejaron de crecer muy pronto.

La “emergencia zoológica” fue impuesta como ley permanente: arrastrarse y comer carroña era obligatorio.

Leyes especiales beneficiaron en modo primario a los pingüinos, cuyas empresas ganaban --raramente-- todas las licitaciones y ocupaban las funciones de control.

El cuervo y la serpiente trabaron amistad profunda con un Guacamayo, líder de otras comarcas en las selvas de Bolívar... a quien una vez le habían enviado de regalo, un gato... para funcionar como titular de una embajada. El Guacamayo agradecido... desde esa época, empezó a enviarle importante ayuda secreta al cuervo y luego a la serpiente.

Aquel pajarraco tan colorido... admiraba también, por su conocida personalidad despótica, al último dinosaurio de la especie... que agonizaba en una isla del caribe. Y tenía afecto además, por un chimpancé del altiplano que, desorientado, buscaba con frecuencia su consejo.

La cascabel y el cuervo tenían un gabinete sumiso y peligroso.

Una foca fue designada Jefe de Gabinete con atribuciones tan amplias que hasta hubo signos de incomodidad entre las ovejas.

En el área económica, después de probar un gran número de designados, funcionaba un perrito amaestrado cuya obediencia ciega dejaba a la serpiente y al cuervo bastante tranquilos como para enmendarle la plana con infinitas humillaciones. Salvo el burro, la lagartija y el camaleón, el resto del gabinete estaba integrado por 3 murciélagos y un buitre.

El camaleón, debe aclararse, había accedido a la cancillería quitándole el cargo a un cocodrilo que se distrajo con los teléfonos... por su vejez.

El cuervo era un verdadero corrupto estructural por naturaleza, por lo cual necesitaba imperiosamente, para gobernar, un clima de terror y sumisión en derredor suyo, así como de las sutiles maniobras de una terna de operadores de su íntima confianza. Los gobernadores adictos eran pavos.

Acostumbrado a robar nidos ajenos, a copiar graznidos de otros y a imitar costumbres de cualquier especie, el cuervo había tomado, con horas de observación, los hábitos de engaño del zorro, la pericia distractiva del tero, la velocidad de lengua del sapo y los rostros de perplejidad del búho.

Pero confiaba mucho más en las aves... así que, colocó a un buitre de su confianza en la administración, diseño, contratación, distribución y sobrefacturación de la obra pública. A todo eso lo rotuló “planificación”.

El buitre se dedicaba día y noche, al latrocinio y a la depredación, rindiéndole al cuervo minuciosa cuenta de sus robos... cada mañana.

El ciclo se completaba con una perfección criminal en un ducto zoológico diseñado con enorme simpleza y desparpajo.

Las decisiones del buitre eran cohonestadas por el cuervo sólo a través de los superpoderes de la foca, quien hablaba cataratas... todas las mañanas.

La foca imponía en secreto, todos los hechos consumados... a una piara legislativa, pero con la estricta supervisión de la cascabel cuyo liderazgo se apoyaba sólo en su amenaza venenosa y en su conocida chapa conyugal córvida.

Era de tal grado la voluptuosidad en el vicio del poder... y la absoluta discrecionalidad para el robo en banda, que el cuervo y la serpiente se esmeraban, con ordinaria hipocresía, en innumerables discursos públicos para hacer --desde allí-- una exasperante docencia ética.

Hasta las ovejas se indignaban por las extensas exhortaciones de la pareja a adoptar conductas honestas.

El panorama en cada discurso era de tal repugnancia que hasta las moscas terminaban saliendo de allí... haciendo arcadas.

La vida se empezó a deteriorar en forma seria por cuanto el cuervo y la serpiente se ocuparon todo el tiempo de propiciar una fuerte división entre los súbditos. Proliferaron así... los enemigos y las conspiraciones.

Los jefes del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea... eran hamsters que habían aceptado, ciegamente, dejar a toda la comarca en estado de total indefensión.

Casi sin advertirlo, el cuervo enfermó gravemente y no quiso entregar sus secretos de piratería y abigeato a la serpiente. En tal proceso, la vida se convirtió en un verdadero infierno, en un “todos contra todos” y en un “sálvese quien pueda”.

Una muchedumbre de gusanos que hasta allí, se había mantenido todo el tiempo bajo tierra, tardó muy poco tiempo en organizarse tranquilamente para esperar, con infinita paciencia... que todos murieran.

Sabían hacía rato que ese... y no otro, sería de ser el escenario final... que jamás podrían evitar, con su infame gestión... el cuervo y la serpiente.

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