jueves, 12 de agosto de 2010

MALOS HÁBITOS


notiar.com.aR

por Carlos Berro Madero


“El ideólogo no desea conocer la verdad, sino proteger su sistema de creencias y abolir espiritualmente -ya que no puede hacer nada mejor-, a todos los que no creen lo mismo que él. La ideología se fundamenta en una comunión con la mentira, implicando el ostracismo automático de quienquiera que rehúse compartirla. Esa es la razón por la cual pretende establecer sistemáticamente la suspensión de las facultades intelectuales y del sentido moral”
Jean Francois Revel

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La ideología actúa como una máquina para destruir la información, usando siempre las aseveraciones más opuestas y contrarias a la evidencia. Sobre todo, cuando ella resulta de una diáfana y palpable “pureza esencial”.

Cuando un régimen autoritario comienza a apretar sus garfios sobre la libertad de pensar y emitir opiniones, procura obtener el concurso de periodistas y “opinólogos” que terminan defendiendo dicha ideología con más ardor y menos recato que los mismos creadores del sistema que se desea imponer.

Aparecen así estos insustituibles aliados con sus interpretaciones falsas y sus críticas a la crítica misma, utilizando términos reprobables para alabar una doctrina que los tiene “maniatados” psicológicamente y, probablemente, bien “recompensados”.

La etapa de “desinformación” kirchnerista está en su apogeo: se ha conseguido el concurso de algunos energúmenos desbocados que en su afán de defender lo indefendible, comienzan a cruzar impúdicamente las barreras de la ética profesional.

Se han sumado así a algunos “voceros” destemplados como el Jefe de Gabinete Fernández y el Secretario de Comercio Moreno y compiten por recibir el primer premio a la obsecuencia y la mala educación.

Algunos de ellos han terminado por autodefinirse, con mal talante, como funcionarios “barrabravas”. “Vayan acostumbrándose”, han añadido muy sueltos de cuerpo.

La extravagancia de los argumentos usados por su fanatismo, comienza a inundar todos los medios disponibles a su alcance, desafiando a sus adversarios con rudimentarias estadísticas, y una “historia” (¡cuándo no!) de la que se apoderan para sostener la invulnerabilidad de la que gozan por su respaldo al poder.

Los recientes “cruces” verbales de los señores Verbitzky y Timerman (que hoy funge ni más ni menos que como... ¡el jefe de nuestra diplomacia!) con algunos colegas, indican, además, que el régimen comienza a sentir que el agua le está trepando a los tobillos.

Parece increíble que alguien pretenda “apoderarse” de la verdad cuando hoy día ésta resulta tan accesible para todos y lo que menos necesita son explicaciones arrebatadas que pretendan restarle fuerza a denuncias que “calzan” muy bien por su propio peso específico.

¿Han olvidado acaso -como señala Ayn Rand-, que la “identidad” de las cosas está implícita en la natural percepción del plano “consciente” que nos indica que algo “es” más allá de ningún argumento en contrario?

¿Que por lo mismo, dicha identidad es axiomática y se nos revela a través de sus atributos naturales y el poder del sentido común, que no necesita explicación porque “está” siempre presente a través de nuestros sentidos?

Si vemos así un gato pequeño al lado de un gran sillón de tres cuerpos, aún sin poder “medirlos” en su tamaño, podemos inferir de inmediato que hay una diferencia de volumen entre ambas figuras. ¿No es así?

De la misma forma se nos aparecen muchas verdades por sus mismas evidencias, aunque desaten el encendido fervor de quienes creen que deben “atropellarnos” con sus visiones ideologizadas.

Generalmente ocurre que la información proveniente de esas fuentes contaminadas “sea a la vez intolerante y contradictoria. Intolerante por incapacidad de soportar que exista algo fuera de ella. Contradictoria, por estar dotada de la extraña facultad de actuar de una manera opuesta a sus propios principios, sin tener el sentimiento de traicionarlos. Su repetido fracaso no la induce nunca a reconsiderarlos; al contrario, la incita a radicalizar su aplicación” (Revel nuevamente).

Cualquier hombre normal -y un periodista más que nadie-, debe buscar la verdad después de haber agotado todas las demás posibilidades de investigación a su alcance. Y aún así, solo debe mostrarse como un custodio fiel del ejercicio de la libertad.

Su compromiso con la misma, no puede consistir nunca en constituirse en paladín irrestricto de un régimen político. Más aún, si en el ejercicio de lo que cree justo y verdadero utiliza la palabra como munición de guerra.

Los mecanismos de defensa del régimen autoritario kirchnerista funcionan hoy a pleno, y reciben el concurso adicional de quienes parecen haber abdicado de lo que debiera ser su misión: esclarecer y mantener intacto un espíritu crítico “esencial”.

Y en cualquier caso, no “vender su alma al diablo” por cuestiones ideológicas.
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