martes, 10 de agosto de 2010

NATURALIDADES




Cuando lo anómalo se vuelve cotidiano, se anula nuestra capacidad de pensarlo como extraño y excepcional: así sucede con la corrupción, las prebendas, la ineficiencia y tantos otros males de la política argentina.

Por Carlos Mira

Las expresiones espontáneas que suceden en medio de explosiones de ira son extraordinarias. Se trata de un blanqueo del espíritu que no mide nada y fluye a borbotones de hipersinceridad. Esas apariciones suelen acompañarse con el tono de la naturalidad, con aquel que usan los que comentan situaciones que consideran completamente normales y que no alcanzan a entender cómo es posible que los demás no lo entiendan.

Fue lo que aconteció la semana pasada con la rutilante aparición en los medios de la senadora por Santiago del Estero Rosa Iturrez de Capellini.

La legisladora es la esposa del intendente de la localidad santiagueña de Ojo de Agua, quien fuera acusado por el diputado de la misma provincia, José Zavalía, de recibir entre 5 y 8 millones de pesos en ATNs para la municipalidad que preside como contraprestación por la aceptación, por parte de su esposa, de la “invitación” presidencial para viajar a China en la comitiva que acompaño a CFK.

Más allá de las cuestiones que deban investigarse respecto de la comisión de algún delito de los denunciados por Zavalía, lo que resulta sorprendente es la naturalidad (si bien usando un tono de ofuscación) con la que la senadora uso sus argumentos de defensa.

En un programa radial de la mañana, Capellini ensayó como toda explicación a su viaje la siguiente argumentación: “La señora presidenta tuvo la deferencia de invitarme al viaje como un reconocimiento a mi militancia peronista de toda la vida. Yo recibí mi primera muñeca de las manos de Eva Perón y siempre fui peronista. ¿Usted sabe lo que significa que la presidenta de todos los argentinos la invite a una a subirse a su avión…? ¡Cómo voy a despreciarlo!”.

La frase podría subirse al podio de aquellas que, con pocas palabras, explican el deterioro argentino; las que dan un ejemplo palmario de cómo se ha subvertido el orden republicano y con la naturalidad con la que se confunde el orden público con el privado y el uso de los fondos de todos como si fueran propios.

La Sra Capellini entiende como perfectamente normal que la presidente –como ella misma dice- de “todos los argentinos”, utilice dineros fondeados por todos los argentinos, peronistas y no peronistas, para hacerle un “regalito” en reconocimiento a su “militancia peronista”. Y lo dice así, muy suelta de cuerpo, como si fuera lo más normal del mundo y sin entender como los demás no alcanzan a comprender algo tan simple y natural. Es más, la senadora estaba indignada por el hecho de no poder creer cómo alguien podía considerar como irregular algo de lo que había hecho.

Ni siquiera es este el lugar para detenerse a analizar la ventaja política adicional de haber separado a la senadora de una votación clave en el Senado en donde la opinión conocida de Capellini no coincidía con las necesidades del gobierno. Con ser grave este proceder, su gravedad, en términos de ser medida de nuestra decadencia, ni se le acerca al perfil de país que deja entrever la pasmosa naturalidad con la que la senadora considera que la presidenta puede disponer de los fondos públicos para hacer regalos partidarios.

Está claro que este dibujo social es el que Capellini mamó desde su infancia: los dineros que Eva Perón uso para “regalarle” su primera muñeca también eran aportados por esforzados contribuyentes que no necesariamente debían compartir los ideales de la Sra de Perón. La senadora aprendió desde la infancia que los patrones temporales del Estado pueden hacer uso de los fondos aportados por todos los argentinos como si fueran propios. Esa fue su “naturalidad”.

Es la misma naturalidad con la que la senadora se refirió al Tango 01 como “su” avión (el de la presidente) porque seguramente ella esta inconscientemente convencida de que efectivamente esa máquina le pertenece a Cristina Fernández.

El tono de asombro con que Capellini se dirigía a su interlocutor, como no pudiendo creer que se la acusara de lo que se la estaba acusando, cuando, en “su” mundo, lo que había hecho era perfectamente normal, es una de las mayores pautas de la confusión en la que ha caído la Argentina: no era un cualquiera el que manifestaba su extrañeza, era una senadora de la Nación.

Y repetimos una vez más: no nos referimos aquí a la millonada por la cual Zavalía acusa a los Capellini. Solo hacemos referencia a la normalidad con la que la senadora cree que la presidente puede disponer de los erarios públicos para regalarle un viaje por ser peronista de toda la vida. Ni siquiera considero la grosera incongruencia a la que la había sometido minutos antes su propio jefe de bloque, el senador Pichetto, cuando reconoció (aun sin considerarlo algo espurio) que las dos senadoras que viajaron lo habían hecho para poder ausentarse de una votación en la que sus convicciones y su pertenencia política no coincidían.

La confusión de los patrimonios públicos y privados es una señal muy profunda de subdesarrollo. Se trata de la marca en el orillo de regímenes de sojuzgamiento que usan al pueblo esclavo para que produzca recursos que ellos usan como si les pertenecieran personalmente.

Ahora, que haya trasnochados que, sentados en las poltronas del poder, quieran disponer sin control alguno de las riquezas que producimos todos, no quiere decir que la sociedad, y menos aun sus representantes, deban convalidar estas situaciones como “normales” y referirse a ellas con la naturalidad que utilizaría cualquiera para explicar que el Sol sale por el Este cada mañana. El mantenimiento de esa “normalidad” será la medida de cuánto durará nuestra decadencia.

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