viernes, 12 de noviembre de 2010
INTELIGENCIA
¿Una inteligencia en crisis?
Por Carlos Berro Madero
“Si aprendiéramos a tener un concepto más claro de los problemas y un control más inteligente de ciertos procesos clave, podríamos llegar a convertir las crisis en oportunidades y ayudar a la gente no solo a sobrevivir, sino a remontarse sobre las olas de los cambios, a crecer, A ADQUIRIR UNA NUEVA IMPRESIÓN DE DOMINIO SOBRE SU PROPIO DESTINO”
- Alvin Toffler
La inteligencia es la clave para el conocimiento personal, la llave de acceso a los sentimientos y la capacidad de distinguirlos y recurrir a ellos para guiar la conducta.
Si la Argentina ha llegado al punto de quedar eclipsada temporalmente ante las incoherencias de Maradona, la retórica hueca de muchos políticos, las groserías de Hebe Bonafini y Marcelo Tinelli, y la imbecilidad de los romances de Ricardo Fort (tomando algunos ejemplos al azar), algo nos dice que estamos en serios problemas.
Los psicólogos sociales determinan rasgos como éstos como una parte enferma de la “alfabetización emocional”, mientras investigan el aprovechamiento de una inteligencia “desprovista” que retarda los procesos de maduración imprescindibles para progresar en la vida.
De esta manera, han determinado que la falta de aplicación para vincularla con la necesidad de preservar sanamente dicha alfabetización, provoca el nacimiento de un mundo de visiones irreales que impiden tomar conciencia de “lo que está ocurriendo”.
Es, al mismo tiempo, un obstáculo para el ordenamiento del torrente de datos neurobiológicos que clarifican en el interior de la mente los sentimientos de ira, llanto, entusiasmo o desánimo (entre otras muchas sensaciones) que impiden situarse correctamente frente a los dilemas que plantea la realidad.
La inteligencia opera sobre una masa de células que permiten “abrir” los procesos del desarrollo mental y aplicarlos, prescindiendo de la engañosa influencia de la voluntad.
Las fallas producidas en dichos procesos individuales se esparce muchísimas veces por contagio dentro de la sociedad, dando lugar a la aparición de un paralizante estado de “stress” colectivo.
Es lo que estamos viviendo hoy día, mientras parecemos ignorar que la vida es un viaje y la inteligencia la guía necesaria para realizar el mismo con la menor cantidad de tropiezos posibles.
Resulta al mismo tiempo una herramienta necesaria para encontrar explicaciones lógicas y racionales para los momentos más desconcertantes que se nos presentan a diario, y, dado que vivimos en una comunidad, una forma de interpretar los sentimientos íntimos del “otro”. Es decir de aquellos con quienes debemos convivir, reconociendo de tal modo sus propias estructuras mentales.
Una sociedad sujeta a estas carencias, se vuelve siempre extremadamente débil para afrontar las dificultades que se le presentan y se convierte así en un ámbito de ciudadanos solitarios y deprimidos, airados e indisciplinados, nerviosos y propensos a preocuparse por lo que ocurre a través de impulsos agresivos.
En nuestro caso, las consecuencias están a la vista: somos hoy un caso clásico de desesperanza, en donde los mejores proyectos fracasan, sin que hayamos aprendido a transformar nuestras crisis en oportunidades, ni conseguido el dominio de nosotros mismos, como advierte Toffler.
Mientras tanto, la política y los gobiernos que elegimos, son el resultado inevitable de este estado de cosas que nos lleva a seguir luchando para obtener resultados diferentes, utilizando los mismos métodos que ya nos llevaron al fracaso.
La reciente muerte de Néstor Kirchner y las reacciones que ésta ha desatado, reflejan el estado de perplejidad en que solemos sumirnos.
Muchos ciudadanos -partidarios u opositores-, no se han puesto de acuerdo aún acerca de si es posible concebir una Argentina sin él, aferrándose a un concierto de eufemismos a los que somos tan afectos.
No solo están experimentando el fracaso de su inteligencia para ver la realidad, sino algo más. Lo están proponiendo como un paradigma histórico, casualmente por eso: porque fue un fracaso como modelo a ser imitado.
De este modo buscan darle al hecho un toque de nobleza utópica o mística: “no era de este mundo” dicen; encontrando así una forma morbosa de concederle la “absolución post mortem”
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