sábado, 26 de febrero de 2011

EL BESO


EL BESO DE LAMOURETTE

Por Jorge Omar Alonso

El panorama político argentino siempre estuvo cruzado de desencuentros, hostigamientos y muy “mala leche”. Es como un campo de batalla en donde se lucha a muerte por el poder, en una lucha feroz de todos contra todos. No existen códigos ni treguas y todo es válido para aniquilar al adversario: hostigamiento, provocaciones, falsas denuncias. Pero, y si cambiamos estas posturas por algo más amable ? Si nuestros políticos deciden que esos no son los mejores métodos para la construcción política y se deciden a confraternizar amorosamente? ¿No estaría mal dejar de lado la confrontación por el abrazo o el beso fraterno?. Veamos. El episodio al que se refiere el título fue una explosión de fraternidad y euforia colectiva desencadenada en el antiguo Pabellón de Doma del Palacio de las Tullerías que servía de sede al poder legislativo, cuando el obispo constitucional de Lyon, Adrien Lamourette, hizo un llamamiento a la unidad de los representantes del pueblo para que dejaran de un lado sus diferencias y cerraran filas ante una situación tan excepcional como la creada por la invasión austriaca.

Luis XVI desde su fuga, abortada en Varennes, llevaba un año convertido en prisionero y rehén de la Revolución. Entre tanto se producían serios desencuentros y el Club de los Jacobinos se había erigido en poder fáctico de la situación. El manipulado descontento de los parisinos acababa de tener un primer espasmo agresivo el 20 de junio cuando la chusma había logrado acceder a las Tullerías, sometiendo a Luis XVI a la humillación de tener que ponerse un gorro frigio y beber a morro el vino que le ofrecían los intrusos.

El miedo a las feroces represalias anunciadas por la contrarrevolución que avanzaba de la mano de los austriacos, había disparado todas las alarmas e incitado a los sans culottes a preparar el asalto final contra la Monarquía. En ese París en el que se palpitaba la tragedia, en el que cada jornada traía un enfrentamiento más violento y desagradable que el anterior cuya reverberación siempre llegaba a la Asamblea, el llamamiento de Lamourette a «entenderse y reencontrarse sobre el terreno de la honradez, del honor, del amor a la patria y a la libertad» fue como un relámpago caído sobre un bosque reseco y exhausto.

De repente una llamarada de emociones incendió los corazones más impasibles y diputados de todas las tendencias comenzaron primero a asentir, luego a aplaudir y finalmente a abrazarse, besarse y jurarse fraternidad, entre promesas de preservar la Constitución monárquica y expresas abjuraciones y repudios de toda tentación republicana. Poco después el propio Luis XVI comparecía junto a Lamourette para sellar tal éxtasis colectivo: «No hay acto más enternecedor para mí que esta reunión de todas las voluntades en pro de la salvación de la patria».

Claro que el rey fue engañado y los que primero lo aplaudieron, poco después asaltarían las Tullerías masacrando a la guarda suiza. Los que abjuraban de la República, iniciarían un fulgurante proceso legal para instaurarla y los que se abrazaban entre sí, pondrían manos a la obra a la tarea de empezar a exterminarse de forma concienzuda.

El episodio del 7 de junio ha quedado bautizado en las crónicas de la Revolución como el beso de Lamourette. En esta Argentina de desencuentros habría que hacer lo que proponía el gran Roberto Galán: “hay que besarse más”. A lo mejor así nos va mejor.

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