miércoles, 23 de febrero de 2011

SCIOLI NO ES DESCARTABLE



-Scioli
Por Vicente Massot

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Después de junio del 2009 nada fue igual, electoralmente hablando, para el kirchnerismo.


Hasta el momento en que Francisco De Narváez, entonces aliado con Mauricio Macri y Felipe Solá, logró un triunfo estratégico a expensas del santacruceño, de Daniel Scioli, de las candidaturas testimoniales de casi todos los intendentes del PJ, y del aparato nacional y provincial de ese partido, quedó en claro —de manera especial para el matrimonio gobernante— que sólo con el peronismo no se podía ganar Buenos Aires.

Ahora, cuando Cristina Fernández debe decidir qué hacer en octubre, aquella certeza cobra una dimensión enorme. Significa, ni más ni menos, que el actual gobernador es una de las condiciones necesarias a los efectos de triunfar —si se puede en primera vuelta, tanto mejor— en las elecciones presidenciales, pero no es condición suficiente. Si la premisa mayor del silogismo kirchnerista es que con Scioli no alcanza, cobra sentido la aparición en escena de Martín Sabbatella.

Más allá de la poca estima que el ex–motonauta despierta en la Casa Rosada y la desazón que gana a los K de paladar negro cuando piensan que, fuera de la presidente, nadie está mejor posicionado que él para heredar el sillón de Rivadavia —si acaso la señora decidiese a último momento dar un paso al costado—, el problema de fondo no es de simpatías o antipatías ideológicas. Es una cuestión de números o, si se prefiere, de votos.

Cristina Fernández sólo piensa en una posibilidad —ganar— y descarta, por lógica consecuencia, la opuesta. Si por importante que resulte la tracción de sufragios de Scioli, una lista colectora encabezada por Sabbatella consigue sumarle a la de ella entre 5 % y 10 % más de votos, rechazarla en razón de lealtades partidarias o consideraciones personales es algo que no entra en la cabeza de la viuda. El gobernador bonaerense podrá patalear cuanto quiera.

Sin embargo, la posición del comando nacional de campaña está tomada, le guste o no a aquél. Si Scioli en todos estos años hubiese tenido una actitud diferente delante de los desplantes, humillaciones y retos públicos de los cuales fue objeto pasivo por parte de Néstor Kirchner, seguramente los hombres de confianza de la presidente pensarían dos veces lo que están haciendo.

Pero como el gobernador no sólo nunca reaccionó sino que trató inclusive, frente a los arrebatos incalificables del santacruceño, de hallarles una explicación en desmedro propio, descuentan que no habrá ni siquiera un ademán de independencia de su parte.

En el fondo lo destratan porque lo consideran un pusilánime. De lo contrario, sería difícil explicar la nueva serie de agresiones enderezada en su contra en el curso de las últimas semanas.

Como un policía de la bonaerense se excedió brutalmente en sus atribuciones y mató a un joven, el gobierno nacional aprovechó la oportunidad para exigir la remoción del ministro de Seguridad provincial —al que tiene entre ceja y ceja— y la cúpula entera de esa fuerza. La respuesta lógica de La Plata debió ser la sanción al agente y el pase a retiro de su jefe. Pero no, Scioli, para no irritar al kirchnerismo, sobreactuó y descabezó a su policía.

Como un tren se tragó literalmente a otro, no se sabe todavía bien por qué, con un saldo de víctimas luctuoso —4 muertos y 120 heridos— Julio De Vido salió a deslindar cualquier responsabilidad de las autoridades nacionales, y, de paso, le tiró el fardo a Scioli de una manera verdaderamente desfachatada. ¿Qué hizo el mandatario provincial? Se cayó la boca cuando podría haber asumido su culpa —que la tiene— y contestado algo que es cierto y hubiera puesto en su lugar al titular de la cartera de Infraestructura: que su ministerio tiene la obligación de supervisar el estado de los ferrocarriles.

El razonamiento de la Casa Rosada es, al respecto, absolutamente lineal: Scioli tiene una serie de características que, a esta altura de su vida, no habrá de modificar. Siendo así, se le pueden dictar condiciones y dar, en última instancia, órdenes que serían intolerables si se las quisieran imponer a una persona de personalidad firme y reacciones volcánicas.

Entiéndase bien: para Cristina Fernández el gobernador no es descartable.

Por el contrario, es una pieza indispensable de su arquitectura electoral. Sólo que, al mismo tiempo, resulta maleable. ¿Qué tanto? En la Casa Rosada la opinión no deja lugar a dudas: hasta el infinito.

En cambio, no piensan igual algunos de los hombres que frecuentan y conocen como pocos al gobernador. La explicación de éstos no es condescendiente con Scioli. Reconocen, muchas veces apesadumbrados, las veces que permitió maltratos inconcebibles de parte del santacruceño pero advierten que, luego de aquella reprimenda feroz de Kirchner poco antes de morir, el hombre manso por naturaleza reaccionó —cierto que de manera tímida— y puso alguna distancia respecto al patagónico y decidió fotografiarse en Mar del Plata junto a Eduardo Duhalde, Mauricio Macri y José María Aznar. Algo literalmente impensable hasta ese instante.

Siempre de acuerdo con esta visión, Scioli ha fijado ahora un límite más allá del cual no está dispuesto a ceder un tranco de pollo: no aceptará una imposición, por parte del Ejecutivo Nacional, respecto del candidato a vicegobernador de la fórmula para competir en octubre y tampoco aceptará la mecánica de las colectoras, tal cual está armada.

Es realista en cuanto a la imposibilidad de bajar a Sabbatella. Su candidatura, avalada con bombas y platillos por la presidente, no tiene retorno. Las encuestas que maneja el gobierno dan cuenta de un crecimiento notable del ex–intendente de Morón si se comparan los números que arrojan esos sondeos con los sumados por su partido en los comicios de 2009. El entusiasmo tiene base en la convicción de que hay un voto de centroizquierda que Scioli no puede retener.

Un peso distinto tienen, para el gobernador bonaerense, la conformación de la fórmula y las colectoras, por razones obvias. De un lado, no quiere tener a un hombre que no sea de su confianza como vice.

Los nombres girados desde la Casa Rosada le son indigeribles —excepción hecha de Julián Domínguez— y si tuviera que decidir hoy se inclinaría por alguien de peso en el peronismo del conurbano. Del otro, en el tema de las colectoras municipales, sabe que cuenta con el apoyo de buena parte de los caciques del PJ bonaerense. Por eso en la reciente reunión llevada a cabo en Sierra de los Padres no figuró en la agenda.

El kirchnerismo da por descontada la fidelidad y mansedumbre del gobernador. Cree que puede tensar la cuerda al máximo, sin preocuparse de las consecuencias. Demás está decir que se ríe de los supuestos límites de Scioli y está seguro de su absoluta subordinación a Cristina Fernández.

Al margen de los tires y aflojes entre la Presidencia de la Nación y el gobernador de Buenos Aires, la detención ayer del dirigente ferroviario Manuel Pedraza pone de nuevo en el tapete el tema sindical.

Uno de los gordos históricos de la CGT, Pedraza no se imaginó lo que se le venía encima. Es conveniente entender —para no equivocarse— que el dirigente del riel tiene mucho más en común con su par del gremio bancario, José Zanola, que con el Momo Venegas.

Dicho de manera distinta: difícilmente los caciques del sindicalismo peronista reaccionen en conjunto, sin fisuras, en su favor. Desprestigiado como pocos, cansado, sin tropas a su disposición ni temple para luchar, su suerte está en manos de una jueza. Puede seguir los pasos de Zanola y quedar tras las rejas o conservar la libertad, pero el suyo no es un casus belli para nadie.

Hasta la próxima semana.

Vicente Massot

Fuente: Massot / Monteverde & Asoc

Gentileza para NOTIAR del Dr. Agustín Monteverde

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