lunes, 20 de junio de 2011

LA PROCESIÓN



La procesión va por dentro
Por Eugenio Paillet
Fuente: La Nueva Provincia


Cristina Fernández andaba a la búsqueda de un "gran tema" que le permitiese salir del encierro al que la había sometido, primero, el estallido, con todo su reguero de esquirlas, del escándalo de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, y, enseguida, el papelón, con fuertes sospechas de corrupción administrativa, que protagonizaron, en el INADI, el humorista Claudio Morgado y la defensora de las minorías homosexuales María Rachid, titular y vice del organismo responsable de velar por la no discriminación, hasta que la presidenta resolvió echarlos sin más trámite.







Ese hallazgo que permitiría al gobierno y a la propia Cristina recuperar la tapa de los diarios fue la causa Malvinas. Por esa razón, y por ninguna otra, según detalles de la estrategia estudiada al centímetro, escaló su duelo verbal con Gran Bretaña.

Le duró lo que un suspiro. Los diarios y el resto de los medios volvieron a reflejar los avances del juez Norberto Oyarbide en la causa por presunto lavado de dinero que le sigue a Sergio Schoklender, pero esta vez con un agregado molesto para el oficialismo de cualquier tono: el polémico juez allanó directamente oficinas de Hebe de Bonafini, sin eufemismos.

El sainete Morgado-Rachid creció a la vez, al calor de denuncias sobre la existencia de contratos truchos o de contratados a los que se les exigía parte del sueldo para la causa. Y la frutilla del postre, que llegó mientras ella se disponía a encarar el análisis crucial del fin de semana sobre su futuro político: los hijos adoptivos de la directora de "Clarín" aceptaron hacerse un examen de ADN sin condicionamientos y sin excluir a ninguna de las familias que deseen cotejar esos datos con sus propias muestras existentes en el Banco Nacional de Datos Genéticos.

Es decir, casi un disparo certero al corazón de la principal causa sobre la que los Kirchner, el gobierno y sus aliados, entre estos los incontables medios de comunicación al servicio del oficialismo, se habían montado todos estos años para machacar con la cantinela de su lucha contra el monopolio y en defensa de una causa, como los derechos humanos o el derecho a la identidad, a la que ningún registro prueba o muestra que le hayan prestado atención antes de 2003.

La durísima andanada de Cristina contra el premier británico David Cameron desde un acto partidario en Misiones fue estudiada en el gobierno hasta en sus más mínimos detalles.

La estrategia había nacido en despachos presidenciales y del entorno apenas después de aquella visita de hace una semana del secretario general de las Naciones Unidas, el surcoreano Ban Ki-moon, cuando la presidenta planteó a su visitante que insistiera en el máximo organismo con el reclamo argentino para que el Reino Unido acepte discutir el tema de la soberanía. Supuestamente, la respuesta de Cameron ("La soberanía no se negocia. Punto. Fin de la historia", fueron sus palabras ante la Cámara de los Comunes) a esa reunión en Buenos Aires fue un disparo por elevación a Barak Obama: Estados Unidos había firmado, por esas mismas horas, a favor de la resolución de la OEA en El Salvador en la que también se instó a los ingleses a acatar la recomendación de dialogar.

Lo que importa es la lectura que se hizo en despachos de la Casa Rosada apenas los cables reflejaron la parrafada de Cristina contra su colega europeo, a quien poco menos trató de "estúpido" y anacrónico.

"Con esto tapamos lo de Schoklender", se entusiasmó un operador. No contaban con la astucia de Oyarbide, que pareciera decidido a avisar esta vez al gobierno que no debe dar todo por sentado, ni con la torpeza de la dupla que condujo el INADI hasta el martes.

"No eran las personas indicadas para conducir el organismo", descubrió, el viernes, el ministro Florencio Randazzo. Ambos llevaban un año en sus sillones en medio de una feroz pelea que era un secreto a voces en los pasillos oficiales.

Peor, todavía: el gobierno sintió, paralelamente, el impacto de la decisión de la familia Herrera Noble, y lo sintió por partida doble: a la vez que cae aquel falaz argumento que esconde una pelea de poder con un diario que no escribe lo que el poder quiere, su aliada y abanderada de la lucha por la identidad de hijos de personas desaparecidas durante la dictadura, Estela de Carlotto, calificó el paso "una gran noticia".

Mal que les pese a la presidenta y a sus estrategas en materia de comunicación, la escalada deseada contra Gran Bretaña por Malvinas quedó en apenas un par de frases duras cruzadas a distancia entre un hombre y una mujer que ni siquiera estaban molestos entre sí. Uno quería cobrarle un desaire a Obama; ella buscó cambiarle la tapa a los dos grandes matutinos nacionales a los que suele hacer responsables de todos sus males, reales o psicológicos.

La procesión, por esas horas, iba por dentro. En los alrededores de Cristina, se tejieron mil y una variantes en torno de su candidatura, para el caso de aceptarla o rechazarla, y de la ristra de apellidos que entraban y salían como si nada del Prode de candidatos a vice.

A todos terminaba por ganarlos la misma angustia. Debieron repetir lo que han dicho hasta el cansancio: no hay plan B, es ella o ella, ya no tiene margen político para negarse, y otras elucubraciones de pasillo. El gobierno en su conjunto entró, por esas horas y por si faltase algo, en una suerte de estado de alarma generalizada, cuando aparecieron los primeros sondeos encargados por ellos mismos para medir el impacto en la sociedad de escándalos como el de las Madres o del INADI.

Tres de esos trabajos mostraron lo que ya muchos sospechaban: que la imagen positiva de Cristina había perdido entre cuatro y cinco puntos en el electorado porteño. Una puntual, de uno de los encuestadores de cabecera de Olivos, los puso patas para arriba: mostró que más del cincuenta por ciento de la ciudadanía de la Capital Federal considera que Bonafini sabía de los desmanejos en la Fundación con fondos para viviendas que enviaba la Nación.

Uno de los más afectados por los escándalos en las Madres y en el INADI ha sido Daniel Filmus, quien, además, debió soportar algunos encontronazos con su compañero de fórmula, Carlos Tomada, y nuevas negativas de Cristina a acompañarlo ahora mismo en la campaña, y no cuando falten unos días para la primera vuelta del 10 de julio (si es que ella se siente "salvadora", como pasó con Catamarca y Chubut, aportan los confidentes), como le transmitió Carlos Zanini, sin derecho al pataleo.

Aquellos escándalos han acercado a Pino Solanas a las posiciones de Filmus, y los sondeos que aterrizan a diario en los escritorios oficiales ya no garantizan, como era hasta antes del estallido de esos dos misiles, que la segunda vuelta electoral en el distrito, el 31 de julio, sería entre Mauricio Macri y el candidato del kirchnerismo.

A la par de esas tribulaciones, en el gobierno advierten que el desgaste también ha sido notorio en la cima. Fuentes inobjetables admitieron que, por primera vez desde el fallecimiento de Néstor Kirchner, dos encuestadoras oficiales y una independiente coincidieron en señalar en sus informes que Cristina no tendría asegurado ahora un triunfo en primera vuelta.

Su intención de voto en esos sondeos se ha estacionado en un techo del 35 por ciento. Los que todavía se desviven por alguna señal de aceptación de la candidatura desde Olivos recuerdan que ella, si algo puso en aquellos tiempos como condición, fue que jamás aceptaría ir a una elección si no tenía garantizado el triunfo en primera vuelta.

No parecen importar, por estas horas, los análisis que le acercan desde su entorno acerca de que la oposición está jugando exactamente las fichas que la Casa Rosada esperaba que jugase: la más que amplia oferta de candidatos, a los que hasta podía sumarse Proyecto Sur de Pino Solanas con postulante propio, tras la insólita ruptura con el socialismo de Hermes Binner, es funcional a la estrategia de Cristina de afianzarse en primera vuelta.

"Es evidente que están jugando para nosotros; cuanto más se parten, menos votos van a obtener por separado", dicen, en despachos del ministerio del Interior.

El 14 de agosto, con las primarias, se podrá tener una primera aproximación a la verdad.

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