Hugo Martini (De Cta Política) (Para clavedata.com)
La renuncia de la ministra de Economía tiene varias lecturas.
La primera, antes que económica, es política.
Es política no tanto por la causa presuntamente delictual que provocó su renuncia sino porque el gobierno demoró tres semanas defendiendo a una funcionaria cuyo crédito había caído para siempre. Es una ironía más de la Argentina que un ministro de Economía se quede, personalmente, sin crédito público.
En segundo lugar, es el triunfo de la investigación de un equipo de periodistas dirigido por Jorge Lanata, publicada en el Diario Perfil hace tres semanas, que destapó el tema de una bolsa con dólares y pesos encontrada en el baño privado del despacho oficial de la ministra Miceli.
En tercer lugar, es la respuesta del sistema judicial encarnado en el fiscal federal Guillermo Marijuán quien –soportando todas las presiones- llevó adelante la investigación y provocó la renuncia inmediata de la ministra cuando la citó a declarar en la causa abierta por la denuncia.
De los tres escenarios mencionados dos de ellos son relevantes: la investigación periodística y la actuación del fiscal. En realidad, estamos hablando de la libertad de prensa y de la independencia del Poder Judicial.
Si estas dos condiciones no se hubieran dado es probable que Felisa Miceli aún hoy sería la Ministra de Economía.
Deberíamos mirar este tema dos veces.
Porque la libertad de prensa y la independencia del Poder Judicial son instituciones que están en la Constitución pero recién llegan a la gente cuando pasan cosas como ésta.
¿Que son las instituciones?
La respuesta de la mayoría de los argentinos es un lamento: con las instituciones no voy al supermercado, no mando los chicos al colegio y no compro remedios.
Esta forma de pensar es depresiva, pero auténtica: las instituciones en abstracto, sin bajarla a los intereses de la gente, son palabras lejanas con las que nadie vive.
Sin embargo, las instituciones están mucho más cerca de la gente de lo que la misma gente cree. Felisa Miceli cayó porque las instituciones funcionaron.
De la misma manera que no funcionaron en las tragedias de Cromagnón o de la Amia y no funcionan todos los días en los delitos que afectan la seguridad individual.
El mensaje real de esta renuncia no es la bolsa encontrada en el baño de la ministra, ni el capricho del Gobierno por defenderla.
El mensaje real es que cuando las instituciones funcionan el que comete actos de esta naturaleza los paga.
Se podrá argumentar que éste fue solo un caso y que existen cientos de otros parecidos que nunca llegan ni a conocerse. La respuesta es que si garantizamos que haya periodistas que investiguen y jueces que hagan su trabajo sin interferencia del poder político afectado, aumentará la masa crítica de procesos como el que provocó la renuncia de Miceli.
En definitiva, en las sociedades a las que decimos que queremos parecernos sus habitantes no son mejores ni peores que en la Argentina.
Todos los días, en sus gobiernos y entre particulares, se cometen actos de corrupción. Pero siguen una vieja idea que popularizó Perón entre nosotros: “la gente es buena pero si se la controla es mejor”.
Toda la diferencia se reduce a cuatro palabras: “si te agarran, perdiste”.
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