Desarmar el enfrentamiento
La Argentina vive uno de esos momentos en los que parece que todo está permitido. La experiencia de los últimos 45 años enseña que la violencia nunca llega de golpe y estalla, sino que se instala lentamente en la sociedad y todos terminan viviéndola como un hecho natural.
Por Hugo Martini
El primer acto de esa escalada aparece en la primera plana de los medios y después migra lentamente hacia las páginas interiores.
Desde la restauración democrática en 1983 la argentina política pudo resolver sus conflictos sin violencia física pero mantuvo, a veces larvado a veces explícito, el nivel de agresión en las palabras y los discursos. El conflicto rural trajo a la superficie la incógnita de si este fue un viaje de 25 años “con el objeto de consolidar la paz interior” o estamos asistiendo el regreso a la violencia de un pueblo adicto al que solo le importa recrear el culto del coraje.
Por un lado, es cierto que el gobierno hace política solo a través de la agresión y el enfrentamiento. Del otro lado, hay mucha “bronca” acumulada en los piquetes rurales. La pregunta es si los dirigentes de la oposición y el campo están pensando ganar subiendo la apuesta de la violencia. Desde hace cinco años todos saben cómo actúa el gobierno, tanto en los procesos de decisión como en su contenido. ¿Es una alternativa a esa política contestar, por ejemplo: “que vengan nomás, que les vamos a explicar cuantos tientos tiene este lazo”?
Si a la fértil y culta imaginación de los argentinos no se le ocurre otra cosa que esa expresión costumbrista, si la resolución del conflicto pasa por los discursos encendidos de Alfredo de Angeli, ocurrirán dos cosas: primero, la violencia alcanzará de nuevo los límites desbordados de hace treinta años y, segundo, el gobierno ganará la pulseada. Los gobiernos ganan siempre –no importa el perfil ideológico que defiendan- si el campo de batalla es la violencia. Excepto que en el medio haya una guerra civil como la española, en la que se supone nadie esta pensando.
Mientras llegan las elecciones de 2009 y 2011 la oposición, desde gobernadores e intendentes disconformes y justicialistas desanimados hasta opositores netos, deberían establecer un plan para desarmar, no para subir la apuesta del enfrentamiento. Existe oposición cuando se propone un país distinto, no solo la reiteración de la política del gobierno con otros nombres y otro estilo.
A los que respondan que no están dadas las condiciones para que la oposición haga un llamado a la serenidad la respuesta es la siguiente: (1) En octubre de 2007 la oposición ganó en todos los grandes centros urbanos de la Argentina: Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Plata, Santa Fe, Mar del Plata, Bahía Blanca. (2) El gobierno ha perdido en esta crisis el apoyo de muchas ciudades y pueblos del interior con menos población, que en 2007 habían votado por Cristina y (3) A partir del error no forzado que el propio gobierno produjo el 11 de marzo pasado nació el sector rural como un actor impensado en el juego mayor de la política. ¿No hay espacio para construir una propuesta dentro de las instituciones?
La primera obligación de la dirigencia que no comparte la política del gobierno es desarmar el enfrentamiento. Si el gobierno propone escalar la violencia la oposición puede no responder de la misma manera. Para bailar un tango hacen falta dos.
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