lunes, 1 de septiembre de 2008

CICLOTIMIA

LA CICLOTIMIA POLÍTICA EN LA ARGENTINA

Por Gabriela Pousa (*)

La proliferación de problemas permite mantener la opinión pública dispersa y distraída, sin posibilidad de canalizar reacciones ni reclamos.

Sugestivamente, el escenario nacional se colma de temas sin que pueda identificarse con claridad a cuál debería dársele mayor trascendencia. La necesidad de mantener la inflación fuera de las portadas y los debates televisivos –ya que no hay forma de evitarla en la vida cotidiana de los argentinos– ha facilitado el despliegue de un mapa de problemas capaces de mantener la atención dispersa y, en consecuencia, acallada la reacción y la queja.

Resulta preocupante observar la habilidad del Gobierno, en complicidad con ciertos medios, para dar vuelta la página cuando un asunto no logra aplacarse por más oratorias y recorridos por el conurbano y provincias amigas que realice Cristina Fernández de Kirchner sin su marido al lado. Acostumbrados ya a lo que se presenta, vanamente, como “cambio” -plasmado apenas en un par de nombres reciclados y en renovado vestuario y cosmética presidencial–, seguimos sin percibir transformaciones en lo esencial.

Anuncios aislados que favorecen a grupos minúsculos de la sociedad no se convalidan con el eslogan oficialista de gobernar un “país para todos”. Las medidas económicas proclamadas en la última semana alcanzan, sin ir más lejos, apenas a un millón o dos de una población que supera los 37 millones. A pesar de ello, está claro que son decisiones funcionales para mantener la imagen de actividad, no así de popularidad, dado que las demandas perentorias de la gente siguen sin atenderse.

Es curioso: los argentinos pasamos cinco meses escuchando que estábamos atravesando una crisis magnánima, un punto de inflexión, jugándonos un desenlace a todo o nada. Se llegó a esgrimir, incluso, la posibilidad de una renuncia presidencial. Sin embargo, de pronto, como por arte de magia, todo quedó aparentemente en nada. Ni crisis aguda, ni solución, ni desenlace, ni bisagra. Bastó el “voto no positivo” de Julio César Cleto Cobos en el Senado para que el grueso de la sociedad brindara por la paz y el “triunfo” obtenido que, en rigor, se plasmó más en un aspecto institucional que en la resolución del conflicto en sí mismo.

El desempate que forjó el vicepresidente fue, sin duda, motor para la reactivación del Congreso de la Nación. Asimismo, hizo virar la atención del pueblo, cuya mirada pasó de Alfredo De Angeli y la mesa de enlace a posarse en Cobos, quien pese a ser el vice hasta entonces sólo había sido una sombra sin identidad ni peso político. En ese afán de hallar referentes y modelos, se lo endiosó en menos de un suspiro. Cobos tuvo su semana de gloria y permitió, al mismo tiempo, que se abriera un camino institucional hacia lo que vendrá, más allá de que, luego, prosperen los objetivos o todo se detenga en mera intencionalidad. En estas latitudes, el tránsito de la entronización y la devoción hacia el desprecio y el linchamiento puede darse de la noche a la mañana sin que surja siquiera una causa o razón valedera.

Así es como cada quince días, más o menos, aparece algún acontecimiento disparador de esperanzas que se atenúa, poco después, detrás de alguna medida furtiva o estrategia diferenciada que saca de la galera el Ejecutivo. De esa forma se disipa la tensión política. No obstante, aquello que ayer se leyó como positivo, hoy puede leerse con otra interpretación. Véase que, pasado un tiempo, hasta puede decirse que la definición del vicepresidente en el Congreso fue funcional al kirchnerismo: le puso una suerte de punto final a un tema que, en rigor, nunca se solucionó, razón por la cual hoy vuelve a recrudecer. De ahí en más, tuvimos una suerte de tregua durante la cual se nos distrajo con un peculiar magazine encabezado por Cristina, sus modos y maneras, sus colores menos vivos, más delineada su sonrisa y una multiplicación de discursos que, en conjunto, dejan absolutamente en claro que nada, esencialmente, ha cambiado.

La conferencia de prensa, vivida como un evento majestuoso y revelador de una transformación, terminó confirmando el modelo, el estilo y la tozudez del matrimonio presidencial en mantener el rumbo, aunque reciban señales desde los cuatro puntos cardinales advirtiendo que el mismo conduce inexorablemente a la colisión.

El afán de dividir hasta la crisis misma

Mientras la ciudadanía sigue demandando respuestas a situaciones concretas –inflación, seguridad, salud y educación–, el Gobierno permanece autista con su política de división. No les bastó la escisión social que forjaron con los sucesivos enfrentamientos entre argentinos. Ahora, cercenan los problemas de manera tal que no se hable de la gran crisis, sino de diferentes escenarios conflictivos, como si la sumatoria de partes no derivara en el todo. De ese modo, puede escogerse entre un amplio abanico de bataholas, a saber: la estatización de Aerolíneas Argentinas, la “indisciplina” legislativa, los afanes políticos de Cobos o el duhaldismo, el regreso fantasmal del radicalismo o la interna del PJ bonaerense.

En lo social, también hay para optar: entre los estudiantes díscolos que aspiran a “educarse” sin contemplar un proceso previo como es el “formarse”, pasando por el agravante de los padres que apañan la insurrección como “legítima” metodología, hasta el olor a un futuro default que no se esfuma pese a los intentos de algunos funcionarios por desodorizar el ambiente pagando el costo con su desgaste temprano. Se une a esto el colapso de la salud y, si se quiere, una mefistofélica interconexión con la turbia negociación o profanación de los medicamentos, junto con la nueva problemática en torno a la efedrina que nos convierte a todos en especialistas viviendo una trama macabra como si fuera una serie televisiva.

En apariencia, todo parece aislado e inconexo. Con todo, hay un hilo común y una unidad de sentido: el Estado ausente y el caos político. La falta de soluciones y de políticas concretas que ataquen la raíz misma de los problemas ha favorecido una suerte de “profesionalización” de aquellos. Eso explica que pasemos de ser un país de tránsito a uno productor de drogas, a la vez que se incrementa el consumo y aparece un nuevo modus operandi delictivo: el sicariato.

Ahora bien, si nada se ha podido hacer con delitos menos complejos como los arrebatos, los robos, los secuestros virtuales o express, ¿qué puede esperarse que se haga frente a la aparición casi diaria de cadáveres ligados a carteles internacionales? ¿Sería esta la revelación que tanto se mencionó durante la campaña de Cristina en cuanto a la inserción de la Argentina en el mundo y la política exterior?

Sin dudas, no hay ya una crisis única como pareció haberla durante los cinco meses de conflicto con el agro. Esto no habla de cambios ni de soluciones, sino de un Estado que sigue siendo crítico donde la enfermedad, en vez de limitarse a un único, ha hecho ramificaciones por el organismo todo. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, dice el refrán. Pero, quizás, no hay conciencia de que los males que afectan a diferentes sectores afectan -en realidad- a la totalidad de la sociedad. O tal vez, atontados, seguimos consolándonos sin advertir la pérdida de tiempo que destinamos a ello sin ningún efecto benéfico.

(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade) y con postgrado en Sociología del Poder en Oxford University, es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”. Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno. Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de "Economía para Todos", Queda prohibida su reproducción sin mención de la fuente.

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