viernes, 31 de octubre de 2008

JUSTICIA Y ASESINOS

La justicia argentina y los asesinos seriales

Podemos asumir sin temor a equivocarnos que hoy, gracias a la actitud de sus magistrados, la justicia argentina es el primer asesino y violador serial de la República. La reiteración de abusos sexuales y homicidios llevados a cabo por individuos que - gracias a la magnanimidad de los jueces, y pese a sus prontuarios, son autorizados a transitar libremente nuestras calles con el pretexto de festejar su cumpleaños, son premiados con pulseras magnéticas por presunto buen comportamiento o sacaron algunos de los múltiples premios que una tómbola judicial de libertades condicionales les otorga semana a semana - nos permite ubicar a este “poder” en esa definición.

No confundamos, no son Jack the Ripper, ni siquiera el petiso orejudo. Ellos no violan ni empuñan una pistola. Su papel es meramente intelectual, ellos son los “señores jueces provinciales y federales” que a cuento de una malsana ideología, algunos, y rascándose el higo para no remar contra la corriente los más, han permitido que cada día haya más madres, padres, hijos, familiares y amigos pidiendo justicia por aquellos que tuvieron la desgracia de cruzarse en el camino de estos beneficiarios de favores judiciales.

Si esto no tuviera una inenarrable entidad trágica, casi podría ser parte de una ópera bufa. ¿Se puede pedir justicia a un fuero que por acción u omisión de quienes lo componen es ya el autor intelectual de cuanto crimen cometen los “pobres marginados de esta sociedad inicua”?. Pongamos las cosas blanco sobre negro. En veinticinco años de democracia, pero también en veinticinco años de meter mano en la justicia, la calidad de vida de los argentinos se ha ido deteriorando lenta pero inexorablemente. Pero bien al estilo argentino – si a mi no me pasa que me importa - antes a casi nadie le importaba la inseguridad porque era cosa de villa, del conurbano profundo, donde el botín era un poco de sexo obligado por prepotencia con la mucama que salía a la madrugada para llegar temprano a su trabajo, eran veinte pesos “afanados” en un colectivo o era un balazo en el pecho de un chico para robarle las zapatillas o el ciclomotor. ¿Hemos sido tan idiotas de no darnos cuenta que a caballo de la “benevolencia” de la justicia y ayudado por la “birra” y la droga más temprano que tarde iba a llegar a nosotros la violencia?

Durante veinticinco años de democracia oímos a los políticos llenarse la boca con los derechos humanos, pero esto hay que entenderlo bien, no eran los derechos humanos de ustedes porque en Argentina para tenerlos uno debe ser políticamente correcto, y ustedes no lo son. Porque ustedes son otra cosa, ustedes jamás serán indemnizados o tenidos en cuenta por quienes son depositarios del sufrimiento y del manejo del negocio del sufrimiento. Porque ustedes, tanto un ingeniero asesinado en San Isidro que – gracias a esa simplificación infame que el gobierno se ha esmerado en desarrollar – puede ser un “oligarca” potencial, como un “laburante” del conurbano pobre que ve a sus hijos comidos por la droga, la prostitución y la violencia no aportan nada al concepto de sufrimiento que manejan esos grupos.

Ya escribí una vez sobre esto. Sobre la necesidad que los jueces paguen por sus barrabasadas, y como no hay ley que regule esto, decía que la manera de pagar fuera – era una exageración – decidida por las familias de los damnificados. Como nunca faltan, salieron los que, vestales del buen comportamiento, empezaron a perorar sobre el hecho que la mayoría de los jueces son buenos y que no podemos generalizar por el accionar de unos pocos. ¡Mentira!, el que vive en un albañal nunca sale untado en dulce de leche. No nos equivoquemos con esos “jueces callados que hacen en silencio su trabajo”, ellos son tal culpables – por omisión - como los cretinos que regalan libertades condicionales, o los que amañan juicios para quedar bien con el poder político. Ellos son los que jamás hicieron nada y menos aún dicen algo sobre los presos políticos que van a ser doblemente juzgados, porque para ellos no hay Pacto de San José que valga porque ya están condenados de antemano.

Todos los jueces argentinos padecen de la misma enfermedad. Una enfermedad que los hace temblar de espanto cuando los delegados del Reich, o los comisarios políticos – llámelos como más le guste – del consejo de la magistratura los miran torvamente.




JOSE LUIS MILIA

josemilia_686@hotmail.com

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