martes, 27 de enero de 2009

LOS ESPEJOS DEL LEPROSARIO



(Por el Lic Gustavo Adolfo Bunse) (27/1/2009)

No es poca gente la que supone que la yunta gobernante ya se encuentra dispuesta a emprender la retirada, a enrollar las carpas o a dejar en su lugar a alguna figura flexible y con sus pantalones bien gastados en la zona de las rodillas. Acaso a algún aventurero sin muchas luces, piloto de las pistas o bien de las aguas de mar.

No hay razones objetivas para desmentir esas hipótesis, pero vale la pena tener en cuenta las cabriolas de la demagogia en un circo donde la gente aplaude la falta de arrojo, el demérito de la virtud y las burlas al talento.
Basta ver, con muy poca lupa, un sofisma histórico como esta monumental engañifa de la “emergencia agropecuaria nacional”, en la que se postergan unas ganancias que ya no existen, se difieren impuestos que aún no han vencido y se eximen de obligaciones que ya ni se pueden cumplir de hecho y que tampoco son exigibles en forma inmediata.
Anuncios, declamación, retórica vacía de contenido. Ninguna medida.

Las retenciones siguen firmes …como el bótox.

De todos modos, apenas puedan olfatear el peligro, sin dudas huirán.
Y será natural que traten de guardar rápido los cadáveres en el placard.
Será, naturalmente, puro instinto de supervivencia.

Supondrán que, como siempre, en este país habrá tiempo para que alguien encuentre los muertos demasiado tarde. Y jugarse el albur, a que ese día… ya sean esqueletos.

Para lograr tal cosa, será menester que tapen sin demoras las puertas de las catacumbas y quemen incienso en el ágora.

Consultarán su manual de conservación del poder, en su capítulo de maniobras preventivas y sabrán que tienen que poner en marcha de inmediato las denuncias con estrépito, que deben tejer mil teorías conspirativas y que es urgente acusar con parábolas malsanas a algún conjunto de súbditos de la comarca.



Pero la demagogia no respira sin la “caja”.
Y estos socios del abigeato conyugal, hace diecisiete años que aplican la misma liturgia sencilla para cuatrerear votos.

Por eso, cuando no tienen caja, salen de inmediato al asalto, o ponen a funcionar a todos sus punguistas, sindicales, políticos o fiscales.

La historia del despojo social que adorna sus vidas, los inclina a tratar de tomar por sorpresa a la ciudadanía.
Cualquiera de sus latrocinios ha sido horneado en el mismo molde.

Y aún así, hay quienes, habiendo sido tomados por sorpresa mil veces, vuelven a sorprenderse e incluso a indignarse por que les soplaron los fondos de las AFJP, su capital ahorrado y sus intereses devengados.

Los rostros de ambos, son máscara y mensaje a la vez.

Sin esperar un minuto, el pobre Lombroso nos hubiese avisado que estaban por sacarnos la billetera.

No es necesario hacer demasiado análisis de psicología política, visto que han sido, son y seguirán siendo ellos (y nadie más que ellos) los dos autores exclusivos de las políticas públicas, de modo que resulta bastante fácil ver si campea en su conducta habitual aquello que se percibe como racionalidad ó irracionalidad política.

La sensación es que nos están estafando a todos.
La obra pública que cada día distribuye “imperator” en Olivos, con la discrecionalidad selectiva de un dipsómano no vidente, convenciendo a los intendentes ramplones y a los gobernadores cartoneros, es sólo eso :
Una vulgar estafa.

Ella, como regente, se encarga de la otra parte de la demagogia de la “caja” con el plan de los autos, de las heladeras, de los zapatos, de los calefones, los lavarropas y los termotanques Otra estafa enciclopédica urdida entre la ANSES y los bancos amigos.




Cualquiera de ambos, por su impresionante y disfrazada falta de idoneidad puede terminar excluyéndonos de todos los sistemas.

En efecto, cuando se vayan, estaremos fuera del sistema planetario.
Habremos sido eyectados hasta del sistema métrico decimal.

La demagogia es una contorsión sociofágica de la irracionalidad política.
Es inviable sin un diseño de auténtica malicia.
Es el preludio de todos los fracasos y las calamidades.

Los demagogos, como esta yunta, son fugitivos ingénitos de la moral.
Fugan de una moral a otra que les parece “más conveniente” calzada como la cara en la careta para hacernos víctimas de esta cabriola.

Un demagogo es, entonces, un cabal tránsfuga de la moral, por cuanto desplaza el eje de su conducta ética hacia un lugar ectópico que no le corresponde en absoluto, movido sólo por un interés personalísimo a partir de la suposición planificada en orden a impactar a los ingenuos y a conmover a los de baja preparación intelectual.
Desarrollan, por lo tanto, las antípodas de la racionalidad política.

Ambos tienen una relación autónoma, un poco menos romántica que los espejos de un leprosario, acaso para consumar la contemplación de sus propias imágenes en estado de éxtasis. Ella quizá, incluso ya ni se reconoce a sí misma en esos espejos después de tanta demolición facial, de modo que puede hacer tranquilamente el ejercicio imaginativo de esquivar hasta la propia culpa.

Es algo que, en realidad, ha sido siempre un padecimiento secreto.
Una especie de “narcisismo de la exaltación de los afectos populares” entre ellos y las clases sociales que son pobres ó muy pobres.

Y esa fuerza de atracción hacia la relación con los grupos carecientes parece potenciarse muchísimo cuando ocurren catástrofes ó calamidades de diversa índole. Y cuando vienen unas elecciones de riesgo.

Pero necesitan imperiosamente de las cámaras de televisión, de la fotografía y del foco, en vivo y en directo.



Sin embargo, una parte de la demagogia extorsiva de la caja que controla imperator, puede desarrollarse hoy en forma muy reservada, subrepticia ó anónima.

En Olivos, por ejemplo, prometiendo partidas especiales que ya empezaron a demorarse, a fraccionarse y a ser reclamadas por los alcaldes reptadores.

Si los pobres ó indigentes constituyen el 50 % de la población, tanto mejor.

Y por extrapolación sería también mucho más conveniente empobrecer a más gente, para que se produzca la repercusión en una mayor cantidad de almas que habrán así de ver las cosas, aplaudirlas y sensibilizarse mucho frente a la dádiva fácil o la amenaza de extinguir el suministro.

El demagogo, decía Julio Cesar, es la mayor expresión de los farsantes.

“Un expropiador rampante de los sentimientos del ignorante, que trabaja exclusivamente en la cornisa de la componenda haciendo equilibrio entre el falso riesgo y la abnegación fingida”.

Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar

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