lunes, 21 de febrero de 2011
ATADOS CON ALAMBRE
Por Gabriela Pousa
A nadie se le escapa que el Gobierno está creando conflictos de la nada, o quizás de sus propias impericias y torpezas. Sin embargo, los mismos parecen estar confeccionados a su propia talla. Ellos los inventan y ellos sacan rédito interno aunque más no sea por un tiempo. Pero más allá de lo efímeros o furtivos que resulten, las consecuencias llegan y el costo se paga.
La pregunta del millón apunta a desentrañar si estas consecuencias se harán sentir antes de los comicios de octubre o si se demorarán para darle tregua a una candidatura que se afianza en el rumor de las encuestas, si bien no se asegura abiertamente en ninguna de las tantas diatribas de Cristina Fernández de Kirchner.
Mientras todo gira en torno al escenario electoral y se negocian colectoras y adhesiones de sectores ajenos al núcleo del kirchnerismo inicial, el país muestra –sin eufemismos– grietas de una decadencia sin igual. Como suele decirse vulgarmente, todo está atado con alambre aunque sólo reluzca esta realidad cuando determinados acontecimientos demuestran que es tarde. Tarde porque hay víctimas y sangre.
Posiblemente, el oficialismo haya perdido cuatro votos tras el último accidente ferroviario que apenas sirvió para sacar a relucir el estado en que se hallan los trenes y de qué manera viajan los ciudadanos. Esos cuatro votos, no obstante, se saldan aparentemente con un ministro de Planificación que sale a desligar responsabilidades aun cuando su incumbencia es innegable.
Desde que el Estado se hizo cargo del sistema ferroviario, de 70 vagones como aquellos que chocaron, quedaron apenas 40 y no hace falta acá detenerse a detallar en qué situación son utilizados.
El accidente en las vías es funcional a la campaña proselitista K: sirve para que Daniel Scioli tenga que hacerse cargo. Nada más. No hubo voz oficial capaz de prometer alguna suerte de cambio en el servicio de traslados. Como sucedió cuando se incendió Cromagnon, el silencio les ganó. O peor todavía: porque mientras se exhumaban las víctimas de la colisión, la presidenta de la Nación disfrutaba y aplaudía un costosísimo show con el cual se inauguraba un estadio cuya obra data de muchos años y del que –si acaso Yaciretá alguna vez surgió como monumento a la corrupción– bien puede aducirse que es único hoy por el costo que ha tenido su construcción y las sospechosas demoras que sufrió.
Por otra parte, ¿era necesario tamaño gasto cuando en la provincia de Buenos Aires hay hospitales colapsados? Las prioridades están trastocadas tanto o más que los valores y principios de los dirigentes que las imponen por el sólo hecho de serles útil a la foto y la portada de los diarios. En época electoral no suman las obras que son útiles, sino aquellas que atraen flashes y permiten movilizar micros y camiones.
En ese desatino, esperar soluciones a los problemas más básicos de los argentinos termina siendo una utopía supina. La desnutrición será atendida con alimento cuyo vencimiento estará sujeto a la fecha de una elección. La inseguridad tendrá un paliativo también eminentemente electoral: algunos efectivos más podrán verse por las calles donde el voto cautivo se ha perdido, pero no mucho más.
Nada ofrece el Gobierno para asegurarse su continuidad, si bien también es cierto que todavía no surgió concreta la alternativa que le dé respuestas a la ciudadanía. Son cien días los que restan, nada está dicho.
Los tiempos de los políticos deben ser homogéneos con los de la paciencia del pueblo. La orfandad sigue pidiendo a gritos su final. La izquierda encuentra miserias que se le ofrecen como señuelos: basta observar el “rédito” que quiere sacársele al inexplicable papelón con el avión militar de los Estados Unidos.
Creen que mostrar un vacuo antiimperialismo es promisorio para atraer a un sector vernáculo que sabe a ciencia cierta cómo maneja los hilos el kirchnerismo. Si la Jefa de Estado es de izquierda, Lenin y Marx fueron los grandes referentes de la derecha. Pero la simulación es la que cuenta.
Nadie habla demasiado del encuentro de la Presidenta con los líderes árabes que hoy encabezan masacres. La foto con Kadhafi debe haberse guardado bajo múltiples llaves. Paradójicamente, aquella con Barack Obama, para la cual el canciller Héctor Timerman luchó hasta inclinarse por conseguirla, hoy la tiene debajo de la cama. Si asomara tiraría por la borda el intento por reclutar izquierdistas fabricando conflictos que si se leen a pie juntillas causan risa.
Pretender hacer creer que hay un avance militar imperialista por hallar un fusil con cuatro números cambiados, un frasco de morfina en un botiquín y unos “handys” de escaso poder de alcance, además de golosinas, no es verosímil ni en un jardín de infantes.
La Argentina K, atada con alambre, incumple hasta las normas que ella misma ha fijado y organizado. No se halla sujeta a las reglas del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) en lo que respecta a lavado de dinero. En pocos días, se reúnen en París a evaluar la reclasificación del país como paraíso para el lavado proveniente del narcotráfico. De 48 normas que se exigen, 45 no se cumplen.
Es fácil prever la imagen que tenemos si al mismo tiempo cruza el charco José “Pepe” Mujica para protestar por las trabas aduaneras para con el Uruguay y Amado Boudou debe volver a negociar con el Club de París una deuda que –pese a los aplausos en el Salón Blanco– jamás se ha saldado.
Mejor no mencionar cómo se hablará de esta geografía cuando el G20 ponga en consideración el PBI que tenemos, y si acaso permanecemos en aquel será gracias a la insistencia de los Estados Unidos, a quien maldecimos por haber cumplido un trato hecho de mutuo acuerdo en torno a la defensa (aquella que, es dable decir, no tenemos).
En definitiva, estamos sometidos a una campaña donde para alcanzar un voto, vale todo. A punto tal de anular la mismísima realidad.
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