sábado, 19 de febrero de 2011

DE ESPALDAS AL CAMPO


EL PROBLEMA MÁS GRAVE

Por Enrico Udenio

Llega marzo y con este mes, comenzará la etapa de mayor intensidad en los discursos de los políticos que aspiran a competir en las próximas elecciones presidenciales argentinas. Hasta al momento, solo unos pocos han hecho referencia –muy somera, por cierto- al problema más grave que tiene el país. Una traba que no sólo lo detiene en su crecimiento socio-económico, sino que lo hundirá cada vez más en el fracaso y el subdesarrollo si no logra encontrar los caminos para solucionarlo.
Me estoy refiriendo a la ya casi increíble macrocefalia argentina.

DE ESPALDAS AL CAMPO

“La idea común de que el éxito estropea a la gente porque los hace vanos y egoístas es errónea; por el contrario, los hace en su mayoría, humildes, tolerantes y bondadosos. El fracaso es lo que hace a la gente cruel y amargada.” William Somerset Maugham (1874-1965) Escritor inglés, nacido en Francia.

En mi último ensayo, “La hipocresía argentina”, relato cómo, aunque resulte difícil de creer, el país quiso crecer de espaldas a su principal riqueza: la producción agropecuaria expandida en su extenso territorio. A través de las décadas del siglo XX, sus políticos se hicieron cargo de renegar de ese sector y desvalorizarlo con los conocidos argumentos, no exentos de cierta validez en muchos momentos, del “injusto intercambio de nuestros productos primarios por los productos industriales extranjeros”, o de la necesidad de frenar los abusos de poder de la oligarquía terrateniente. Con su acción política, los funcionarios desalentaron constantemente las inversiones en el sector y no supieron aprovechar los excedentes de riqueza, que el campo producía, para construir una industria de excelente tecnología, como sí lo hizo Australia, una nación con grandes extensiones territoriales y similares características climáticas y productivas que la Argentina.
Los resultados fueron devastadores.

Con la finalización de la segunda guerra mundial, gran parte del mundo experimentó, gracias a la notable expansión del comercio internacional, el más grande desarrollo económico de la historia. Mientras esto sucedía, la Argentina fue la única nación del mundo que en sólo veinticinco años (1935 a 1960) pasó de ser un país desarrollado a ser uno subdesarrollado y, desde el año 1950 hasta el 2000, fue el país de menor crecimiento de su Producto Bruto Interno (PBI) a valores constantes, en toda América Latina, excluyendo a Uruguay.

La composición del poder político en la Argentina se mantuvo inamovible a través del tiempo: Buenos Aires sigue siendo la aspiradora económica y demográfica de la nación como lo era en el siglo XIX.
Durante décadas los jóvenes de los pueblos y ciudades de nuestro interior huyeron hacia la esperanza porteña dejando a las provincias cada vez más pobres y más despobladas mientras que el centro urbano de Buenos Aires se agigantaba al punto de consolidar una Argentina macrocéfala.

LA ASPIRADORA ECONÓMICA Y DEMOGRÁFICA

“El único sentido que es común a largo plazo es el sentido del cambio, y todos nosotros lo evitamos instintivamente.” Elwyn Brooks White (1899-1985). Escritor, ensayista y prosista estadounidense.

Para dar una idea de la magnitud de esta macrocefalia, con su desproporción económica y demográfica, basta mencionar que, para fines de 1830 la provincia de Córdoba tenía 78.000 habitantes y $ 73.000 de ingresos fiscales mientras que Buenos Aires (provincia y ciudad) tenía 140.000 habitantes y nada menos que $ 3.000.000 de ingresos. En aquel momento Córdoba tenía 55 habitantes por cada 100 que detentaba Buenos Aires. En cambio, hoy alcanza apenas a 18.
Ya en 1853 se denunciaba esta situación: durante las mismas sesiones del congreso del 21 y 22 de abril, un diputado santiagueño manifestaba su preocupación por “el cuerpo monstruoso cuya cabeza se halla hidrópica y sus miembros raquíticos”.

Hoy, la ciudad de Buenos Aires y su aglomeración urbana, la cual incluye al conurbano bonaerense, condensa al 34% de la población del país. Si nos remitimos exclusivamente al pequeño distrito federal conocido como Capital Federal, podemos observar que en sólo 200 km2 habita poco menos del 10% del total de la población y se registra el 25% de la riqueza del país. Si a la Capital Federal le sumamos la provincia de Buenos Aires, comprobaremos que concentran la mitad del total de la población argentina y el 70% del consumo nacional.
La macrocefalia se acentúa aún más cuando se resalta, no sólo la descomunal desproporción existente en el centro urbano de Buenos Aires con relación al total del país, sino también la abismal diferencia en cantidad de habitantes con relación a las ciudades que le siguen en población. Por ejemplo, la segunda ciudad más poblada de Argentina es Córdoba, con apenas un poco más de 3% del total del país. Como se ve, del 34% (primer centro urbano del país) pasamos al 3% (segundo centro urbano) y ya después de la quinta ciudad, todos los demás centros urbanos están por debajo del 0,6%.

Absurdo, ridículo, o cualquier otro calificativo queda pequeño ante tal monstruoso desnivel poblacional. No hay en el mundo una experiencia similar a la Argentina en este ítem. La nación que más se le acerca, Australia, posee en Sydney, el 20% de la población mientras que la ciudad que le continúa en importancia, Melbourne, tiene el 17%.
En Estados Unidos, el centro urbano más poblado es Nueva York con sólo el 8% del total de habitantes de esa nación. Las ciudades en orden decreciente respecto de su cantidad poblacional tienen el 6% (Los Angeles)y el 3% (Chicago). Estados Unidos necesitaría sumar a sus catorce ciudades más populosas para llegar a acumular el porcentaje que ostenta la concentración urbana de Buenos Aires.
Mucho más cerca, el primer centro urbano de Brasil, San Pablo, una de las ciudades más pobladas del mundo, tiene apenas el 6% del total del total del país. Asombrosamente, Brasil necesitaría sus 40 ciudades más populosas para alcanzar el porcentaje que detenta Buenos Aires.

Cualquiera que sea el modo de interpretar estas cifras, no puede pensarse un crecimiento social y económico de la Argentina sin solucionar esta problemática pues, sea cual fuere la metodología económica que se utilice o el partido político que gobierne, los procesos migratorios y económicos tienden, en forma natural y progresiva, a orientarse hacia aquellos lugares que generan las mayores expectativas de trabajo y los mejores estándares de vida.

EL FALSO FEDERALISMO

“Crezco aprendiendo algo nuevo cada día.” Solon (638 a.C.–558 a.C.) Poeta, reformador y legislador griego.

Mientras Buenos Aires no tenga competencia interna, seguirá siendo un imán migratorio insoslayable. Año tras año en lugar de disminuir, el flujo poblacional que arriba a la ciudad y al conurbano bonaerense aumenta considerablemente. La cabeza del país se agiganta cada vez más en proporción al resto del cuerpo.

Creo que, entre todos los males históricos que la Argentina ha padecido, esta situación se ha convertido en el peor obstáculo para su desarrollo, por todas las implicancias políticas, sociales y económicas que conlleva. Hasta que no se inicien intensas acciones enfocadas a un cambio en este sentido, será muy difícil encontrar soluciones duraderas a los graves problemas que padece el país.
Esta dificultad se acrecienta significativamente al analizar las encuestas que evidencian que, para gran parte de los argentinos, no tiene singular importancia el hecho de que el gobierno respete o no el federalismo republicano determinado por su Constitución. Siempre preocupados por la falta de dinero, la desocupación, la miseria, la seguridad, la corrupción y otros males endémicos, no relacionan al estado republicano y federal con el desarrollo socio-económico del país, por lo que, para una amplia fracción de la población, la agresión por parte del gobernante ejecutivo nacional de turno hacia sectores regionales, sociales y económicos, no resulta ser un motivo válido para retirarle el apoyo electoral.

Este desinterés por la forma federal y republicana de gobierno es uno de los más graves errores éticos y económicos en que se incurre pues permite que los gobiernos nacionales sigan controlando políticamente a la mayoría de las provincias del interior del país a través del flujo de dinero. Aunque existe una ley de coparticipación federal, la misma perpetúa la dependencia económica de las provincias pues no corrige adecuadamente las distorsiones productivas de cada región.

EL KIRCHNERISMO SUPER-UNITARIO

“Si un hombre se imagina una cosa, otro la tornará en realidad.” Julio Verne (1828-1905) Escritor y novelista francés, famoso por las predicciones en sus relatos fantásticos.

Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner han profundizado la dependencia y el sometimiento de las provincias a los designios, caprichos y desmanes del gobierno nacional. Éste recauda cuantiosos fondos que pone fuera del alcance federal, como es el caso de las ya famosas retenciones aduaneras y el impuesto al cheque, y regula su uso a través de obras públicas o subsidios adicionales, sometiendo, a voluntad, a los gobernantes e intendentes provinciales.
Las provincias y los municipios del interior de la nación necesitan, con extrema urgencia, políticas de crecimiento y desarrollo económico que atiendan la desocupación, la seguridad, la salud, y la educación para que los jóvenes y demás ciudadanos no sigan migrando a la ya hipertrofiada cabeza que es Buenos Aires. Un plan económico, cualquiera que sea, necesita de un buen federalismo en el cual apoyarse para generar una riqueza equilibrada en todo el territorio de una nación.

Durante la administración K, se extrajo dinero de las riquezas provinciales para asistir y subvencionar a las poblaciones de la Capital Federal y el conurbano bonaerense. Toda una cruel injusticia y un claro exponente del subdesarrollo del país.

Al igual que las personas, una nación logra curar sus mayores males cuando cambia su propia historia, pues es la compulsión a la repetición la que la lleva a caer, una y otra vez, en los mismos errores del pasado. Si la Argentina no logra corregir la deformación distributiva de los recursos humanos y productivos que heredó de sus antecesores, le será muy difícil lograr un progreso firme en un futuro próximo o siquiera lejano.

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