domingo, 25 de enero de 2009


La presidente y la cultura del maquillaje
EL LITORAL.COM
Cristina y Fidel. Ella, sonriente; él, serio. La foto, tan buscada, fue el gran souvenir del viaje a La Habana.
Foto: AFP

Rogelio Alaniz

La estética de la presidente es el maquillaje. Es su estética personal y política. Cree más en los afeites, las cremas y las pinturas que en los datos ásperos pero sinceros de la realidad. Por estilo de vida y elección personal supone que las apariencias son más importantes que la verdad. Y en más de un caso supone que las apariencias son la verdad misma.

Sobre sus decisiones personales acerca de su indumentaria y sus pinturas no me intereso. Es cosa de ella o de su marido. O de los dos. Sí me preocupa cuando ese estilo se traslada a la política y supone que una declaración constituye la verdad o pretende hacer creer que un informe manipulado sobre el costo de vida o los índices inflacionarios son verdades duras y consistentes como una roca.

Los Kirchner mienten, lo cual no es ninguna novedad, pero en esas mentiras, en esas manipulaciones de la realidad hay algo grotesco, algo patológico que hace ineficaz y torpe a la mentira más elaborada. Los Kirchner mienten pero lo más grave es que a veces creen en sus propios embustes. Algo parecido le pasaba al Quijote de la Mancha. Pero con una diferencia: los Kirchner carecen de la grandeza moral del héroe de Cervantes. También de su sabiduría. Carecen de la grandeza moral del caballero de Castilla y de la sabia austeridad de Sancho. Ellos jamás podrán decir, como dijera el célebre escudero después de renunciar a su cargo de gobernador de la ínsula: “Pobre he llegado y pobre me voy”, por la sencilla razón de que los Kirchner llegaron millonarios al poder y han multiplicado su riqueza a un nivel que despertaría la envidia de sus imaginarios oligarcas.

Me preocupa cuando la presidente cree -o pretende hacernos creer- que los derechos humanos son el fundamento moral de su política, cuando en el pasado ni ella ni su marido se interesaron por este tema y en el presente sólo recurren a esa causa para ganar adhesiones fáciles e interesadas. Las adhesiones fáciles de una izquierda populista que supone que Carlos Marx fue un milico tercermundista de Caracas o un jeque fanático de Bagdad, o las adhesiones interesadas de una burocracia que ha hecho de los derechos humanos una fuente de rentas personales, y por un subsidio, un plan social o un cargo público para un hijo o una hija, es capaz de aliarse con Satanás.

Las virtudes civiles o políticas se conquistan con esfuerzo, no con golpes de efecto. Las virtudes no son jingles publicitarios, propaganda liviana, son testimonios. A las virtudes se las conquista con riesgos. Es fácil y rentable hablar de los derechos humanos en la Argentina después de que otros jugaron su libertad, su vida y su prestigio por ellos. Es fácil pero tramposo y, en cierto punto, miserable, apropiarse de una causa que compromete la vida de miles de personas para ganar votos.

Si la política de derechos humanos de la presidente fuera una consigna valiosa, un valor a defender en serio, se habría comprometido con ellos en Cuba, para defender los reclamos de una pobre mujer que desea reunirse con sus nietos y la dictadura se lo impide porque juzga que su cerebro le pertenece. Si los derechos humanos fueran su obsesión, debería haber dicho una palabra aunque más no fuera a favor de los presos y prisioneros que en Cuba están condenados a la muerte civil por pensar diferente a la “nomenklatura” instalada en el poder desde hace cincuenta años.

La cultura del maquillaje de la presidente se confunde con el oportunismo y la frivolidad más chabacana. También con la torpeza. No hay ningún motivo que comprometa al interés nacional para que la máxima autoridad política de la Argentina visite Cuba en estas circunstancias. No hay razones económicas o comerciales que justifiquen tremendo despliegue diplomático para satisfacer los caprichos megalómanos de una dictadura andrajosa. La torpeza o la ignorancia pueden ser el único justificativo de una decisión diplomática que, en términos prácticos, atrasa a la política exterior argentina en cincuenta años.

Los integrantes de la delegación argentina que viajó a Cuba son todos, desde el primero al último, orondos burgueses que si hubieran vivido en Cuba, a esta altura de los acontecimientos ya habrían sido fusilados o estarían paseando por La Habana, pero por la “pequeña Habana”, la de Miami. Sólo la alienación ideológica, la fantasía populista que confunde a Castro con Perón y a la revolución cubana con la patria justicialista, es la que permite estos dislates. También los intereses por algunos negocios. Y, por supuesto, una alta cuota de cinismo político. De Vido fotografiándose al lado del Che Guevara es un gesto de obscenidad política, no de compromiso revolucionario.

Yoani Sánchez, la filóloga creadora de un blog premiado en Europa -premio que no pudo recibir porque la dictadura le prohibió viajar- dice en uno de sus textos que desearía que esas delegaciones que visitan Cuba y se alojan en los hoteles más caros, disfrutan del ron más exclusivo, de los mejores paseos y los transportes más cómodos, vivieran dos o tres días -no más- como vive el cubano medio, amontonado con su familia en un conventillo en ruinas, disponiendo de un salario de hambre, con una tarjeta de racionamiento cuyo lujo más sofisticado fue -con motivo del aniversario número cincuenta de la revolución- la entrega de media libra de carne picada, obligado a transformarse en un delincuente trajinando en la economía en negro, con su hija o su nieto convertidos en taxi boy o jinetera, sin poder expresar disconformidad, sin disponer del derecho a acceder a esos hoteles que disfrutan los turistas y de los que se benefician empresarios extranjeros que cuentan con la ganga de una mano de obra casi esclava, con obreros que reciben salarios de hambre y que carecen de sindicatos que los defiendan. Dos días -dice Yoani Sánchez- los quiero ver viviendo como vivimos nosotros para saber si después van a ponderar con tanto entusiasmo las virtudes de la revolución y las bondades del hombre nuevo que sólo existe en su fantasía o en la propaganda perversa del régimen.

No hay que desesperarse, sin embargo. La Argentina no va a estar mejor ni peor por un viaje de su presidente a La Habana o a Caracas. A pesar de todo, seguimos siendo un país importante en América latina y una torpeza diplomática no nos hunde en el barro aunque nos aproxime al ridículo. Lo que preocupa, en todo caso, son las actitudes, las conductas, la representación que de sí mismo tiene este gobierno, que en la Argentina practica el más descarnado y corrupto capitalismo de amigos, y luego pasea por América latina disfrutando de los placeres tropicales de La Habana y del humor morboso y cuartelario del demagogo de Caracas.

Si los derechos humanos fueran su obsesión, Cristina debería haber dicho una palabra a favor de los presos y prisioneros que en Cuba están condenados a la muerte civil por pensar diferente.



No vamos a estar mejor ni peor por un viaje de nuestra presidente a La Habana y a Caracas. Aún somos un país importante y una torpeza diplomática no nos hunde en el barro aunque nos aproxime al ridículo.

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