sábado, 16 de julio de 2011
PULGAR
Tésis
Los porteños bajan el pulgar
Macri. Obtuvo casi la mitad de los votos en la Ciudad por contraponerse al kirchnerismo.
por James Neilson *
Para indignación del jefe de Gabinete, el quilmeño Aníbal Fernández, y muchos otros que se desahogaron tratándolos de vagos irresponsables a quienes no les importan las cosas valiosas de la vida, y regocijo de opositores de todo tipo, el domingo pasado los porteños dispararon un torpedo contra el crucero capitaneado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que, de acuerdo común, hasta aquel momento viajaba festivamente hacia el destino previsto por el relato gubernamental. Si bien no lo hundió, lo dejó dañado bajo la línea de flotación. Como muchos nos están asegurando, ya no convence “la teoría de la invencibilidad” de Cristina, teoría que, desde la muerte de su marido, domina la política nacional. Si bien se trata de una expresión de deseos, los juicios en tal sentido distan de ser arbitrarios.
Aún más llamativo que la magnitud imprevista del triunfo de Mauricio Macri fue el desempeño poco feliz de la lista legislativa encabezada por Juan Cabandié, el abanderado de La Cámpora en la Capital, que solo pudo colectar la mitad de los votos que terminaron en el haber de Daniel Filmus. Lo entienda o no Cristina, su compromiso emotivo con este club de ayuda mutua que se ha visto beneficiado por una cantidad impresionante de subsidios, prebendas y lugares de privilegio en las listas del Frente para la Victoria, podría costarle la reelección. De no ser por la ayuda material y política que le da la Presidenta, La Cámpora no existiría. En cuanto a la supuesta politización – mejor dicho, kirchnerización– de amplios sectores de la juventud, tales fenómenos son de naturaleza efímeros y, para más señas, suelen estimular el surgimiento de otros decididos a oponérseles.
Por entrañables que le sean a Cristina los muchachos ambiciosos de retórica estudiantil, cuyas resonancias setentistas le encantan, que conforman su improvisada guardia pretoriana, ya le están ocasionando más problemas que votos. No los quiere para nada el grueso de los militantes peronistas que, sin animarse a romper formalmente con la Presidenta mientras la crea dueña no solo de la caja sino también de millones de votos, se siente tentado a aliarse tácitamente con ciertos opositores, los que, por su parte, procurarán hacer pensar que el 23 de octubre la ciudadanía tendrá una oportunidad para optar entre La Cámpora y políticos un tanto más sensatos de ideas menos contundentes; en este contexto, lo que sucedió un par de semanas atrás en Tierra del Fuego, donde la gobernadora derrotó en el ballottage a una candidata apoyada por La Cámpora que la había aventajado en la primera vuelta, fue toda una advertencia. De seguir rebelándose el electorado contra el intento de entregar el gobierno del país a una banda de fanatizados, lo de “Cristina ya ganó” y que por lo tanto puede refaccionar el peronismo a su antojo, reemplazando a veteranos toscos por jóvenes que se suponen herederos de los Montoneros, será recordado como una manifestación suicida de la mezcla de altivez e ingenuidad que es una de las características más notables de la Presidenta.
Los kirchneristas ya sabían que no les sería del todo fácil apoderarse del gobierno de la Capital Federal, un distrito tradicionalmente inmune al peronismo, pero no estaban preparados para el varapalo que los porteños les propinarían. Tampoco estaban preparados aquellos encuestadores que, días antes del voto, preveían un resultado reñido, con Filmus pisando los talones de Macri. ¿Se equivocan también cuando vaticinan que en octubre Cristina podría triunfar en la primera vuelta? Algunos opositores optimistas ya sospechaban que, a cambio de dinero, ciertas empresas encuestadoras colaboraban con el aparato propagandístico de un gobierno que quiere convencer al país de que Cristina saldrá plebiscitada de las próximas elecciones presidenciales, e incluso entre quienes preferirían otro resultado se ha instalado el consenso de que lleva todas las de ganar con comodidad. A la luz de lo sucedido en la Capital Federal, ya es legítimo dudarlo. Asimismo, Ricardo Alfonsín por lo menos recordará que en 1983 el clima preelectoral era muy similar porque el peronismo era considerado imbatible en las urnas, pero así y todo su padre triunfó por un margen muy amplio.
De tomarse en serio las declaraciones de aquellos kirchneristas que, para su pesar, reconocieron que Filmus no se anotó un triunfo épico al alejarse de Pino Solanas, por razones apenas confesables, los porteños se han vuelto derechistas que quisieran privatizar todo, lo que sería bastante sorprendente por ser cuestión de una ciudad que es célebre por su cultura progre. ¿Cómo explicar, pues, la voluntad del 47 y pico por ciento de votar por un personaje que hasta hace poco Elisa Carrió y distintos teóricos radicales, para no hablar de los kirchneristas y los referentes de la izquierda combativa, ubicaban más allá de los límites del mundo civilizado? La respuesta a dicho interrogante es sencilla. Según las pautas de países en que el nivel de vida es comparable con el de la Capital Federal, Macri es un moderado pragmático que de “derechista” tiene muy poco. Por cierto, a nadie en Europa o América del Norte se le ocurriría calificarlo así. El que tantos integrantes de la clase política nacional coincidieran en que era un extremista peligroso, portador de ideas extrañas, acaso “neoliberales”, nos dice mucho más sobre lo distorsionado que es el pensamiento de las elites intelectuales que sobre las propuestas del ingeniero.
De todos modos, en política el éxito en las urnas suele importar más que las abstracciones que sirven para entretener a los obsesionados por temas ideológicos. En cuanto se confirmó que Macri había recibido casi la mitad de los votos capitalinos, Alfonsín, Carrió y otros le perdonaron sus supuestas herejías derechistas, mientras que sus partidarios comenzaron a soñar con la campaña presidencial del 2015. Por su parte, Macri se puso por encima de la campaña que está en marcha, negándose a bendecir a ningún candidato determinado hasta después del ballottage, lo que es lógico ya que no le convendría ofender a nadie.
Sea como fuere, de resultar tan mortífero como algunos opositores esperan para las pretensiones de Cristina el golpe que acaba de asestarles, Macri se las habría arreglado para llenar de obstáculos su propio camino hacia la Casa Rosada. La estrategia de PRO se basa en el presupuesto de que Cristina sí será reelegida el 23 de octubre o, a más tardar, el 20 de noviembre, pero que la combinación de problemas económicos gravísimos y excentricidades ideológicas asegurarán que su gestión sea tan turbulenta que la mayoría, debidamente desilusionada, se encolumnará detrás de su hombre. Sin embargo, de naufragar el “proyecto” cristinista antes de culminar la temporada electoral, llevaría consigo el que los macristas, alentados por lo que ocurrió el domingo, están empezando a armar.
Nadie ignora que la Capital Federal es un distrito sui generis –cuenta con un ingreso per cápita primermundista que es hasta diez veces mayor que en las provincias más pobres–, de suerte que sería riesgoso intentar “nacionalizar” los resultados de las elecciones comunales, pero los porteños no son tan distintos de los demás habitantes del país que sus decisiones colectivas carezcan por completo de influencia. En muchas partes del interior se atribuye el triunfo de Macri al estilo abierto, tolerante y amable que le permitió diferenciarse de Filmus y, desde luego, de Cristina, lo que podría presagiar un cambio de clima que por cierto no beneficiaría a una Presidenta al parecer resuelta a hacer de su eventual segunda gestión una cruzada rencorosa contra sus muchos adversarios. Aunque hasta el 23 de octubre Cristina se esfuerce por brindar una impresión de dulzura, sería de prever que las intervenciones rabiosas de la gente de La Cámpora resultaran ser más que suficientes como para impedirle renovar su imagen a tiempo para adaptarla al gusto del electorado.
No solo en la Argentina sino también en otros países democráticos se da una franja significante del electorado que quiere votar por el ganador. Pero aunque los kirchneristas hayan acertado al optar por el triunfalismo, despreciando los consejos de quienes les decían que la confianza excesiva podría costarles caro, juega en su contra el calendario electoral, con comicios escalonados en distritos en que la oposición es fuerte. Si a causa de lo ya ocurrido en la Capital y lo que podría suceder en Santa Fe, donde el candidato a gobernador de PRO, Miguel de Sel, parece creer que le será dado emular a su jefe, se difunde la sensación de que la marea kirchnerista ha empezado a bajar y que ha llegado la hora de comprometerse anímicamente con una que no esté a punto de agotarse, Cristina tendría motivos de sobra para lamentar haber apostado tanto a que la buena suerte seguiría acompañándola que se dio el lujo, sin duda agradable, de rebanar cabezas peronistas con fruición autoritaria a fin de colocar a sus favoritos en los sitios más deseables de las listas. En tal caso, el triunfalismo cuidadosamente orquestado de sus partidarios, de los que algunos llegaron al extremo de festejar el resultado de las elecciones porteñas como si constituyeran evidencia irrefutable del poder avasallador de la imagen presidencial, solo servirá para ponerla en ridículo.
* Periodista y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
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