La Casa Rosada es un lugar malsano cuyos moradores propenden a caer víctimas de una extraña dolencia mental que los hace creer que el Destino los convocó para posibilitar el renacimiento de la Argentina y fundar un movimiento, el tercero, que, respaldado con firmeza por una ciudadanía agradecida, la guiará durante las décadas siguientes. Afecta por igual a militares y civiles, a presidentes y a sus allegados.
En un lapso muy breve, se las arreglan para convencerse de que a ellos o, si sienten respeto por la Constitución vigente, a sus clones les será dado continuar gobernando hasta las calendas griegas. ¿Y por qué no? Cuando miran a su alrededor, ven que la oposición está penosamente dividida, cuando no desmoralizada, y los encuestadores les aseguran que ningún rival recibiría más de una pequeña fracción del voto popular.
Pero sólo se trata de una ilusión. Aunque a veces la "hegemonía" de un caudillo determinado puede durar varios años, luego de cuatro o cinco suele empezar a manifestar síntomas de debilidad que preanuncian el fin.
Para asombro de quien se suponía el dueño absoluto del escenario y, a menudo, de los encuestadores también, surgen rebeliones en distintas partes del país. Con rapidez desconcertante, un panorama político que le parecía risueño se transforma en un baldío inhóspito, resucitan enemigos que supuso bien muertos y gestos que antes le sirvieron para arrancar aplausos sólo merecen desprecio. Les sucedió a los militares, a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem. Tarde o temprano, le sucederá a Néstor Kirchner.
El santacruceño aún no ha tenido el tiempo suficiente como para ajustarse psíquicamente a las circunstancias nuevas que fueron creadas por la derrota apabullante que sufrió su representante altanero Daniel Filmus a manos de Mauricio Macri en la Capital Federal y, lo que debería de molestarlo todavía más, por el triunfo de la arista Fabiana Ríos en Tierra del Fuego. Por instinto, intenta minimizar lo ocurrido porque, al fin y al cabo, eran meros comicios locales, nada que ver con el resto de la Argentina.
Sin embargo, apenas un mes antes, a Kirchner le era inconcebible que el hombre de Boca Juniors pudiera imponerse con tanta facilidad en la ciudad de Buenos Aires ya que, como todos creían saber, su "techo" era de aproximadamente el 40 por ciento con el resultado de que era previsible que perdería en la vuelta final. Asimismo, antes de que para sorpresa de muchos Ríos entrara en el ballottage, pudo confiar en que los fueguinos consagrarían a uno de los dos candidatos K.
Se equivocaba. Mal que le pese a Kirchner, la Argentina de la segunda mitad del año no es la de la primera en que podía divertirse hablando de la eventual candidatura de su pingüina aun cuando supiera que con toda probabilidad recibiría muchos votos menos que él mismo. De profundizarse las tendencias actuales, en octubre ni siquiera el pingüino podrá darse el lujo de dejar escapar un solo voto en potencia.
A Kirchner le gusta afirmar que el país está cambiando a un ritmo impresionante. Estará en lo cierto, pero no se trata del cambio que con toda seguridad tiene en mente. Son cada vez más las personas que están llegando a la conclusión un tanto tardía de que el Presidente no es un progresista comprometido con una multitud de buenas cosas sino un pragmático camaleónico que, como Menem más de diez años antes, se limitó a ponerse el ropaje que le pareció de moda cuando le tocó mudarse a la Casa Rosada.
En cuanto al "estilo K" irascible que le proporcionó tantos beneficios cuando buena parte de la población se sentía enojada y quería ver castigados con brutalidad a los presuntos culpables de sus desgracias, ya no parece apropiado para los tiempos menos angustiados que corren. Como Macri ha intuido, luego de oír desde hace más de cuatro años diatribas contra los chivos expiatorios elegidos por Kirchner y sus operadores, muchos sienten que sería bueno que les dijera qué precisamente hará el Gobierno para remediar los males denunciados.
En el fondo, el discurso kirchnerista, a la vez repetitivo y oportunista, es propio de un opositor marginado, no del Presidente de la República, motivo por el que a esta altura produce más aburrimiento que entusiasmo.
Kirchner, pues, se ve frente a un problema nada sencillo. Si sigue rabiando contra lo que Macri llamó "los fantasmas del pasado" como si aún estuviéramos en el 2003, quienes aplaudieron lo que tomaron por valentía se alejarán de él en busca de un líder menos anticuado, pero si opta por modificar su estilo para dialogar amablemente con todos, lo que le costaría mucho, correrá el riesgo de brindar la impresión de estar batiéndose en retirada frente a una horda de adversarios que no le perdonarán los agravios que les propinó cuando pensaba que la mejor forma de "construir poder" consistía en denigrar a los demás.
Otra dificultad que enfrenta Kirchner tiene que ver con su propio "proyecto" político. ¿Consiste en algo más que asegurar de que hasta nuevo aviso un pingüino y una pingüina alternen en el poder? Parecería que no, ya que nunca ha manifestado mucho interés por el mediano plazo, y ni hablar del largo. Ha resultado ser un táctico astuto, pero a juzgar por su conducta, de estratega no tiene nada.
Por ahora, los opositores no parecen estar en condiciones de derrotarlo en una batalla frontal, pero si podrán librar contra él una especie de guerra de guerrillas, atacándolo donde esté más vulnerable desde la izquierda, la derecha y el centro, hasta que en octubre le resulte imposible acumular una cantidad de votos suficiente como para ahorrarse el ballottage en que podría perder. En la ciudad de Buenos Aires, sectores supuestamente progresistas apoyaron a Macri en la segunda vuelta no por sus propios méritos sino porque no era kirchnerista.
Sería por lo menos factible que el mismo fenómeno se reprodujera en el país en su conjunto luego de las elecciones del 28 de octubre, puesto que es tan notable el talento del Presidente para crearse enemigos que para entonces muchos izquierdistas podrían preferir a Lavagna o incluso a López Murphy a cuatro años más de lo mismo, mientras que a los de la "centroderecha" les parecería mejor arriesgarse con Elisa Carrió que con el pingüino o pingüina que lleve la bandera oficial.
El arma más contundente de Kirchner es, desde luego, la economía, pero las huestes del General Invierno están avanzando. Si resulta que tienen razón los meteorólogos oficiales que pronostican que los meses próximos serán fríos y secos, podría frenarse el crecimiento chinesco que tanto ha contribuido a la popularidad del presidente.
Lo que ya hemos visto –fábricas paralizadas por falta de gas o electricidad, apagones esporádicos, cosechas en peligro de perderse y taxistas enfurecidos– puede ser nada más que un preludio benigno de lo que nos espera a menos que el clima decida colaborar con un gobierno que ha hecho de la imprevisión una cuestión de principio, de ahí la negativa obstinada a incomodar a los usuarios residenciales con tarifas equiparables con las habituales en Brasil y Chile.
Tanta preocupación por el bolsillo ciudadano es conmovedora, pero también es hipócrita, ya que los más pobres y quienes viven en zonas rurales que dependen de gas en garrafas tienen que pagar lo que les exige el mercado y de este modo subsidian a la relativamente próspera clase media porteña, detalle éste que no inquieta demasiado al Gobierno que, realista en fin, está más interesado en los votos que en el bienestar de los sectores de recursos exiguos que según parece son congénitamente peronistas.
En ocasiones, las crisis económicas se incuban durante años, como ocurrió con aquella que despedazó la convertibilidad, pero a veces se desarrollan a una velocidad desconcertante.
De difundirse la sensación de que está por agotarse el "modelo productivo" apadrinado por un gobierno que privilegia el consumo hasta tal punto que está dispuesto a anteponerlo a la producción, el aliado principal del Gobierno se metamorfosearía en un enemigo temible porque no hay duda de que la crisis energética que se nos viene encima es en buena medida consecuencia de las actitudes belicosas asumidas por el Presidente mismo.
Por lo tanto, en los meses que nos separan de las elecciones le convendría a Kirchner mantener cruzados los dedos y rezar para que una vez más los agoreros se hayan equivocado. Caso contrario, la marcha triunfal hacia las elecciones que hasta un par de meses atrás casi todos vaticinaban podría resultar ser una desbandada comparable con las protagonizadas por otros mandatarios que, antes de que el horizonte se cubriera de nubarrones, creyeron que ellos mismos o sus conmilitones conservarían el poder durante muchas décadas más.
James Neilson
Periodista y analista político, ex Director de “The Buenos Aires Herald”.
Fuente: Revista NOTICIAS
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