En estos años de reestatizacion la miseria, ahora agravada por la inhumacion de los valores morales, se ha consolidado. De pasajera ha devenido en estructural. Lo mismo acontece con la desigualdad.
Por Alberto Asseff
El mundo en general avanza, sobre todo en el campo de las ideas. En casi todos los lares se abandona el corsé ideológico para adoptar el pensamiento con cable a tierra, esto es realista. Existe un deslinde entre cinismo y practicismo que no por difícil de ubicar deja de ser real. La nota que distingue uno de otro es el ideal. El realismo no riñe con los valores morales cuando se adopta sin mengua de los principios.
Asistir a los necesitados es un imperativo. Si va acompañado de un programa de reinserción para el trabajo esa ayuda adquiere nobleza total. El mismo acto de ampliar los fondos de auxilio social sin un plan de reincorporación laboral muestra una perversidad que azora. Un acto, en apariencia análogo, puede ser virtud o vicio, dependiendo del objetivo.
Con el Estado acaece igualmente que una cosa es que mire para otro lado y otra que se entrometa en todos los rincones. Nadie lo quiere bobo o cómplice de los sectores poderosos, pero tampoco asfixiante de la libertad de iniciativa y de creatividad.
Entre nosotros hallar el equilibrio resulta tan imposible como entronizar a la justicia definitiva en la tierra. En los noventa la voz de mando fue que el Estado abdicara desde la fabricación de aviones hasta de los estudios oceanográficos, pasando por la vital cuestión del desempleo y de la consecuente pobreza de millones de argentinos. Se salvó la Antártida por un milagro de Dios. En estos albores del s. XXI el Estado reaparece, tan inútil como entonces, pero con aires de intervenir por doquier. Se justifica ese renacer en la necesidad de redistribuir la riqueza y de erradicar la pobreza.
En estos años de reestatización la miseria, ahora agravada por la inhumación de los valores morales, se ha consolidado. De pasajera ha devenido en estructural. Lo mismo acontece con la desigualdad. Cuando éramos injustos, con un Estado limitado, existía menos disparidad que hoy entre las dos franjas extremas de la sociedad. Se disparó la desigualdad entre los más ricos y los más pobres. Se africanizo, aunque emplear este verbo es en rigor inicuo ya que Africa exhibe un menor atropello.
Si la venta de la línea aérea de bandera fue, en 1990, aberrante –por sus términos y falta de condiciones-, su reestatización es escandalosa –por lo gravosa para nuestros bolsillos y por la incertidumbre sobre su futura onerosidad y su plan de negocios. Ruina en los noventa, ruina ahora, no obstante haberse mutado la ideología. Parece que la constante pasa por un desacople recurrente entre los intereses generales y su falta de servicio por parte de los sucesivos gobernantes.
Las ideas oxidadas, con naftalina, nos impulsan a la decadencia antes de haber obtenido el cenit. No es como dice Paul Kennedy refiriéndose a su país en "El águila se ha posado". Acá el cóndor reposa cuando estaba casi todo por hacerse. Es más frustrante y pesaroso.
Repasemos algunas ideas arcaicas. Sacarles a los ricos para dárselo a los pobres, pero dejar intacto el IVA, el tributo más inicuo de todos. Corolario inexorable: la plata se fuga y la pobreza se incrementa. El Estado dirá cuál es el precio y cuándo y cuánto se vende. La secuela es ineluctable: cunde el desaliento, la desinversión y la carestía. Las provincias y los municipios despilfarran, por lo tanto se debe concentrar la billetera estatal en la Casa Rosada. Resultancia ineludible: manejo discrecional, centralista y corrupto de los recursos, con detrimento gravísimo para las instituciones y del federalismo fundador. El progresismo impone ´liberarnos´ de prejuicios. Efecto inevitable: los chicos ven por televisión como las bailanteras se sacan las bombachas, pero no aprenden ni valores, ni disciplina ni conocimientos dignificantes. El entierro de los principios –para las ideas en boga son medievales– da lugar al ´todo vale´. Consecuencia forzosa: se cayó el respeto, esa columna de la ética, de la convivencia y de la economía creadora de bienes y de trabajo.
Mientras tanto, cuando el organismo impositivo pone la lupa en las facturas apócrifas de una empresa constructora y beneficiaria de las obras públicas en el Sur, entre gallos y medianoche se pasa al cuarto al jefe regional. Allí donde están los manantiales de la distribución inicua, esto es la corrupción que nos sustrae fondos que deberían ir a educación y becas, a salud y prevención, a cloacas y agua, a ferrocarriles y a lícitos y accesibles créditos para emprendimientos Pymes, está vedado poner mano, orden y dique.
Todo el mecanismo estatal se aplica a hallar a un militar acusado de torturador en hechos de hace treinta años, al que se encuentra ´peligrosamente´ refugiado en la casa de su madre, pero ese mismo Estado contempla impasible cómo crecen las ´cocinas´ de la droga, que en dos años pasaron de mil a casi cuatro mil. Las ideas con naftalina son ineptas para impedir que nos estemos transformando en productores y exportadores de 50 toneladas de éxtasis. Las ideas oxidadas siguen ancladas en eso de que ´sólo somos país de tránsito´.
El progreso en el terreno ideológico no ha llegado al sistema electoral. Las ideas ´avanzadas´ no impactan en la anacrónica votación con centenas de boletas de papel, una por cada partido, propicias para su sustracción. El progreso no interferirá en eso de ´faltan boletas´, es decir el añejísimo fraude, modernizado por la organización montada sobre las intendencias del gran conglomerado metropolitano.
La ideología vieja en algunas cosas es fidelísima consigo misma y bien conservadora: manipula como cuando llegamos a estas playas nuestras a la pobreza y quiere que se vote como en las épocas previas al insigne Sáenz Peña.
La ideología vigente se aferra a esa idea del Estado-botín. Así, rigen el acomodo, la recomendación y el amiguismo-nepotismo como en tiempos supuestamente superados por el progreso. ¿Carrera estatal? ¿Qué es eso? La naftalina nubla la comprensión y subvierte la realidad. Y promueve nuestra decadencia.
La oportunidad de un paso de calidad –no de comedia ni de mentira- pide versatilidad, no ideología congelada. Exige nobles ideales, no conceptos desvencijados.
27 millones de jóvenes –nuestra esperanza– están (de)formándose. Confío en que aún estemos a tiempo para contribuir a sentar las bases remodeladas de un buen país.
*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento
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