miércoles, 27 de agosto de 2008

VACIO DE PODER

Cristina y el vacío de poder


26/08 - 11:00 - Cristina quiere recuperar la iniciativa. La oposición no la deja. El gobierno se ve envuelto en una crisis que lo jaquea por varios lados. Todo construido, todo inventado por el propio poder. Una debacle casi innecesaria de la cual va a ser muy difícil resurgir. Kirchner quiere volver a ser como antes; ya no se puede, es tarde.(Por James Neilson)

Dice Cristina Kirchner que lo que quiere un conjunto maligno de “intereses financieros, económicos y mediáticos” cuya presunta existencia le molesta es un Gobierno “más light”, o sea, “más débil”. La Presidenta se equivoca. Si hay algo que preocupa a aquellos “intereses” que la desvelan, esto es precisamente la extrema debilidad del Gobierno que ella encabeza. Aún no se ha recuperado del mazazo que le propinó el campo y tal y como están las cosas no lo hará nunca.

Los más conscientes de esta realidad son los peronistas. Saben que el país acaba de experimentar un cambio climático y que a menos que se adapten a las nuevas circunstancias compartirán el destino de los dinosaurios. Sobrevivientes profesionales, en cuanto logren identificar al próximo caudillo no vacilarán en encolumnarse detrás de sus banderas. ¿Entienden la Presidenta y su consorte que la política nacional ha entrado en una etapa agitada en la que está gestándose un orden bastante distinto del que les permitió gozar de un lustro de poder casi hegemónico? Puede que sí, pero puesto que para ellos terquedad es sinónimo de fortaleza y, de todos modos, ya han agotado el contenido de su pequeña reserva de ideas clave, quedarán inmóviles donde están ahora mientras que el resto del país siga su camino, internándose cada vez más en el aún borroso mundo postkirchnerista en el que no habrá ningún lugar digno para el matrimonio antes todopoderoso.

A la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ex presidente Néstor Kirchner ni siquiera les esperará un retiro tranquilo en sus extensos dominios calafateños. Abogados leguleyos, jueces ambiciosos y otros están preparando listas de preguntas que tarde o temprano tendrán que contestar. ¿Cómo se las arreglaron para enriquecerse tanto comprando terrenos a precio vil para después venderlos casi cincuenta veces más caros, anotándose un beneficio del 4.800 por ciento? ¿Y los fondos de Santa Cruz más los intereses devengados durante su larga estadía en Suiza? ¿Tienen razón los opositores que afirman que están en juego mil millones de dólares? ¿Manipularon las cifras confeccionadas por el INDEC con el propósito de estafar a los bonistas? Y esto es sólo para comenzar.

Se trata de preguntas incómodas, pero no tan incómodas como las planteadas por los vínculos entre el Gobierno y el empresario de la salud Sebastián Forza, cuyo cadáver fue encontrado con los de dos amigos en una zanja en General Rodríguez, por un lado, y entre Forza y narcotraficantes colombianos y mexicanos por el otro. Es de suponer que los Kirchner nunca supieron que uno de los donantes más generosos a su campaña electoral del año pasado tuviera conexiones de algún tipo con gente nada recomendable, pero con razón o sin ella muchos se resistirán a creerlo. Las dudas son naturales, puesto que ya se había instalado la convicción de que buena parte del dinero recaudado para la campaña proselitista de Cristina fue aportado por chavistas, empresarios cortesanos comprometidos con el capitalismo de los amigos y los contribuyentes a través del Estado nacional. Si agregamos a esta mezcla la sospecha de que también aportó su cuota el crimen organizado, es evidente que la forma de financiar el Frente para la Victoria merece una investigación exhaustiva. El gobierno kirchnerista ha sido salpicado por el triple asesinato y por las revelaciones alarmantes que provocó; no le será del todo fácil sacarle toda la mugre. Por lo demás, si en los meses próximos se intensifican las actividades de los narcos en la Argentina, los Kirchner serán acusados de por lo menos haberles abierto la puerta.

Jaqueado el Gobierno por una multitud de problemas que es incapaz de atenuar, la clase política ha comenzado a darse cuenta de que una vez más se ve frente a un panorama sumamente confuso. Luego de más de cinco años de dejar todo en manos de los Kirchner, ahorrándose así un sinfín de responsabilidades engorrosas, sus integrantes tienen que resignarse a que de su desempeño colectivo dependerá el futuro del país. Aunque casi todos insisten en que lo que más quieren es que Cristina termine bien su mandato porque, nos recuerdan, su eventual éxito sería el del país también, no pueden sino entender que la posibilidad de que el Gobierno se ponga a la altura de las circunstancias se reduce día tras día. El “relanzamiento” soñado no se ha producido: convencidos de que un cambio drástico sería interpretado como una rendición, los Kirchner quieren que todo vuelva a ser como era antes de que Cristina diera comienzo a su gestión. Como un emperador derrotado que se resiste a entender que sus legiones han perecido, siguen procurando movilizar a huestes que ya no les responden.

Al difundirse la sensación de que hay un vacío incipiente de poder en el país, políticos ambiciosos se han puesto a maniobrar. El ex presidente interino Eduardo Duhalde, motivado quizás por el deseo comprensible de desquitarse por los agravios que le dedicaron los Kirchner cuando la fortuna les sonreía, raramente deja pasar una oportunidad para manifestarles su desprecio. Aunque confiesa que se excedió al comparar el estilo retórico fanatizado de Néstor Kirchner con los de Adolf Hitler y Benito Mussolini, sus palabras contribuyeron a opacar todavía más la imagen ya deslucida de un hombre que hace pocos meses era el político más popular y más respetado del país. ¿Fantasea Duhalde con un regreso triunfal como piloto de tormentas? Es factible, pero en el caso poco probable de que lograra volver se vería frente a una situación bastante distinta de la que siguió al colapso de la convertibilidad, ya que lo que está agotado es la versión kirchnerista del “modelo productivo” que él mismo armó con la ayuda de Jorge Remes Lenikov y Roberto Lavagna.

También está en la arena el héroe del voto en el Senado que marcó formalmente el fin de la hegemonía de los Kirchner, Julio César Cleto Cobos, pero si bien disfruta de un índice de popularidad muy superior a los ostentados por Cristina y Néstor, convertirlo en poder político no le está resultando nada fácil. Muchos lo consultan, pero pocos quieren comprometerse con él. Para que ello ocurriera, tendría que producirse una emergencia institucional que le permitiera mudarse por algo más que un par de horas al simbólico sillón de Rivadavia, aunque en tal caso la confusión sería tan grande que correría el riesgo de caer por una de las grietas que se abrirían. Mientras tanto, lo único que puede hacer el vicepresidente es charlar amablemente con personas cuya mera existencia fastidia a los Kirchner, correr maratones y esperar a que por algún milagro las estrellas se alineen a su favor.

Por su parte, Mauricio Macri no puede mostrar apuro. Sería lógico que, luego de una etapa inicialmente esperanzadora pero después decepcionante signada por el populismo revanchista, la resurrección del esquema “industrial” promovido por el primer peronismo y el aislacionismo resultante, la mayoría llegara a la conclusión de que convendría probar suerte nuevamente con recetas menos excéntricas, pero la mutación necesaria aún no se ha producido. Macri tenía los ojos puestos en el 2011, ya que nadie previó que el kirchnerismo se desintegrara en la primera mitad del 2008, pero no podrá darse el lujo de tardar mucho tiempo en elaborar un eventual programa de gobierno encaminado a rescatar al país de las ruinas de un “modelo” que tiene los días contados. Un motivo por el que todas las sucesivas crisis argentinas han parecido ser “terminales” consiste en que antes de que todo se haya venido abajo, ningún dirigente prestigioso se arriesgó planteando una alternativa convincente.

La Coalición Cívica de Elisa Carrió tiene la desventaja de que podría servir de base para un gobierno aceptable en una Argentina más serena y mejor organizada que la que efectivamente existe, pero no parece poseer las cualidades que se requerirían en medio de una crisis tumultuosa del tipo que suele surgir en el intervalo entre el naufragio de un “proyecto” y la botadura del siguiente. Aunque los peronistas están habituados a plantear el tema de la gobernabilidad con el propósito de intimidar a la sociedad, esto no quiere decir que carezca de importancia. Por el contrario, es fundamental, de suerte que para cumplir un papel que no sea sólo el de una comentarista aguda, en la etapa que se ha iniciado Carrió tendría que aliarse con figuras que parezcan poseer la autoridad necesaria para inspirar confianza en la ciudadanía.

¿Y el campo que asestó el golpe de gracia a la siempre precaria hegemonía kirchnerista? En teoría, un partido agrario –como uno de los jubilados– podría adquirir dimensiones significantes, pero se trataría de un fenómeno pasajero porque a pesar de la unidad que ha mostrado frente a un matrimonio que por razones ideológicas la consideró nada más que una fuente de ingresos fáciles, en términos políticos el campo es casi tan heterogéneo como el país mismo, con izquierdistas, centristas, conservadores y algunos adictos a movimientos extravagantes. Con todo, no sorprendería que el grueso optara por respaldar a un conservador centrista como Macri que entiende que en el mundo actual, la libertad de comercio constituye una alternativa decididamente más prometedora que el proteccionismo favorecido por el lobby industrial y sus amigos. (Agencia OPI santa Cruz)

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