Los límites que el kirchnerismo no acepta
El gobierno kirchnerista siempre se ha mostrado reacio a aceptar cualquier especie de límites que se le haya querido poner a su administración. Por qué la ciudadanía exige ahora que se controle todas las acciones del Ejecutivo y la reacción del oficialismo ante los límites que le impone el Congreso, la Justicia y la población
“El poder sin límites, es un frenesí que arruina su propia autoridad”
Fénelon (1651-1715)
Si hay algo que molesta terriblemente al gobierno nacional, es que se le impongan cualquier clase de límites a su autoridad. A lo largo de su vida política, el kirchnerismo nunca ha aceptado de ninguna clase, y luego del desempate de Julio Cobos en el Senado en contra del proyecto oficial sobre retenciones móviles, la sociedad empezó a exigir que se le ponga coto al accionar oficialista, que en muchas ocasiones, sobre todo en el último tiempo, ha comenzado a chocar con los intereses reales de la sociedad.
El kirchnerismo viene llevando desde hace más de veinte años un estilo de conducción férrea y estricta, que no acepta límites a su poder, y que se vio claramente en sus años como jefe municipal en Río Gallegos, luego en la gobernación de la provincia de Santa Cruz y por último en la presidencia de la Nación, donde la inflexible conducción de Néstor Kirchner no dejaba voz a ninguna disidencia interna o a críticas que sirvieran para el mejoramiento de la gestión.
Fue en la provincia sureña donde el matrimonio presidencial mostró claramente que no aceptaba límites a su gestión, y fue implacable contra todos aquellos que se opusieron a su accionar. Basta recordar el llamado del actual titular del Partido Justicialista allá por comienzos del año 2002, a terminar con los caceroleros que se atrevían a protestar frente a la gobernación sureña y que hacían ver a Santa Cruz como una provincia conflictiva.
Justamente en esas tierras patagónicas el kirchnerismo mostró lo pero de sí mismo, como fue el avasallamiento de las instituciones, entre ellas el Poder Legislativo y Judicial, que llevó a que la oposición santacruceña tachara desde un comienzo como “autoritario” a Néstor Kirchner y dijera que tenía un discurso abierto y progresista para los medios nacionales y puertas afuera de su terruño, cuando internamente era cruel y sanguinario hacia sus opositores.
A lo largo de su existencia, el kirchnerismo siempre ha mostrado un estilo confrontativo que lo ha llevado a estirar las discusiones hacia una cuestión de “vida o muerte”, saliendo siempre victorioso, hasta que se topó con el conflicto rural y el voto “no positivo” de Julio Cobos en el Senado de la Nación. Ahí el matrimonio presidencial entró en pánico, ya que veía que el vicepresidente que ellos habían elegido para acompañarlos en la fórmula de la Concertación, era el mismo que comenzaba, con el amplio apoyo de la sociedad, a ponerle límites a un estilo de conducción política que no conoce ni sabe lo que es tener límites.
Ante este nuevo estado de situación, el gobierno quiso salir del apuro haciendo cambios apresurados en el gabinete, siendo la principal víctima Alberto Fernández, que no aguantó más las presiones del matrimonio presidencial, y se fue del gobierno dando un portazo. El oficialismo sabe que es el momento preciso para pegar un cambio en el rumbo del gobierno y para eso apeló a la sangre joven de Sergio Massa para que los ayude a recomponer su relación con la sociedad, que hasta el momento se ve coartado en su accionar por el propio Néstor Kirchner, que impide que en el Ejecutivo se realicen los cambios que Massa quiere llevar a cabo.
El reloj sigue caminando, y el oficialismo se ha quedado en palabras sin pasar todavía a hechos concretos en cuanto a encarrilar en un nuevo proceso al gobierno. Hasta el momento han sido anuncios al aire que quedan bien ante el micrófono, sobre todo en una gran oradora como es Cristina Fernández, pero que a la gente no le ha llegado todavía a su vida diaria, y la gestión sigue casi paralizada, sin mostrar grandes avances más allá de las intenciones que se puedan tener para torcer la situación.
Al gobierno le va a costar mucho encarrilar la gestión de la Jefa de Estado, que a lo largo de su mandato se ha visto envuelta en los más grandes conflictos de los últimos años, como la disputa con el campo por la Resolución 125, el enfrentamiento con el vicepresidente Cobos, los cacerolazos, la polémica por la reestatización de Aerolíneas Argentinas, la falta de crédito a nivel internacional, etc., parece ahora encontrar los límites que toda gestión debe tener para un mejor control de la gestión, y para que el Ejecutivo no haga lo que quiera en el poder y se cuide el patrimonio de todos los argentinos.
Estos límites también están dados por el desafío que distintos sectores le lanzan ahora al oficialismo, desafíos que hasta antes del conflicto por las retenciones móviles no existían. Ahora todos se le animan a un enfrentamiento con el kirchnerismo, como es el caso de los industriales, los sindicatos, los legisladores que durante años estuvieron callados aceptando las decisiones que se tomaban en Balcarce 50, la Quinta de Olivos o el Calafate, y que ahora parecen resurgir de sus cenizas, acordándose de la labor principal del Poder Legislativo.
Esta situación, hace que el oficialismo viva una situación tensa en su interior, que ve que sus medidas de gobierno son miradas con miles de ojos, y esos límites que desde todos los sectores quieren imponerle ahora al Ejecutivo, es justamente lo que el matrimonio presidencial no está dispuesto a aceptar mansamente y dará pelea hasta el final, tal cual ha sido el estilo histórico del matrimonio presidencial, que es el mismo que los ha llevado hasta el lugar en el que están hoy en día, y por lo tanto no será fácil hacerles entender que deben cambiar de estilo de conducción.
La ciudadanía argentina se cansó de tanto avasallamiento sin medir las consecuencias, de tanto enfrentamiento inútil que lleva a la confrontación entre argentinos, y dijo “Hasta acá llegamos”, y el dilema que viene es ver si el matrimonio presidencial está dispuesto a gobernar con los límites que la misma ciudadanía le impone, y que son tan sencillos para la gente común, pero para un matrimonio ávido y necesitado de poder como son los Kirchner, son difíciles de digerir, como son por ejemplo gobernar sin dictar decretos de necesidad y urgencia, acabar de una vez por todas con los cuestionados superpoderes al Jefe de Gabinete (que al parecer sería la moneda de cambio dispuesta a dejar de lado por parte del oficialismo), tener más contacto con la prensa para informar de los actos de gobierno, entre otras medidas, que serían las que el gobierno tendría que llevar adelante si es que quiere llegar con oxígeno al final de su mandato.
El pedido principal de la población es que el gobierno esté dispuesto a acatar y respetar las instituciones republicanas, pero el principal inconveniente en el oficialismo, está en ver si el ex presidente Néstor Kirchner está dispuesto a obedecer estos límites que la ciudadanía quiere imponerle. Los días venideros, y no las semanas o los meses, serán los que nos den la respuesta si el kirchnerismo es lo suficientemente inteligente para aceptar las nuevas reglas de juego. Hasta el momento, conociendo el temperamento del matrimonio presidencial, podemos arriesgarnos a decir que la respuesta a simple vista es negativa, lo que finalmente terminaría siendo muy perjudicial para todos los argentinos.
BWN Patagonia
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