La muerte de Horacio Zaratiegui
Buenos Aires 25 de agosto de 2008
Carta a un amigo, apenas conocido
Recibíamos tus cartas y tus reclamos de socorro apenas encubiertos y aún no se bien porqué no supimos llegar, algo más cerca de tu corazón herido..
No lo sé, y está claro que ahora, esa será, una respuesta demorada.
Queda la pregunta, que es también manifestación de nuestra indigencia para comprender y aceptar la inevitable presencia del dolor, indigencia aún más expuesta, y ciertamente más dramática, cuando sentimos que debimos acercarnos más, al que estaba sufriendo.
Es cierto que conocí más a tu padre, a quien también era extraño no querer, y de alguna manera sospeché que desde su muerte y desde otras muertes que rozaron tu vida, daba la impresión de que llevabas ese mismo designio, muy secreto, en tu alma.
Acaso la actual agobiante oscuridad de nuestra patria, de la que compartimos tantas y tantas cosas, contribuyó a fijar el límite hasta donde podías llegar.
Nos queda tu recuerdo y mucha ausencia, especie de herida nueva, extraña, que a partir de ahora mismo cubriremos suavemente con las palabras de aquella carta de san Pablo “Pues Dios encerró a los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia”
De eso, de la misericordia de Dios solo sabemos que es infinita, y que a Su lado, por si esto fuera poco, está siempre la Virgen Madre y Marinera, que con su manto cubre amorosamente todos nuestros dolores y a quien también con fervor le pedimos por tu descanso definitivo.
Miguel De Lorenzo
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