lunes, 5 de enero de 2009

REFLEXIÓN

Reflexiones frente a la pobreza persistente

El autor pone frente a frente distintas concepciones teóricas con las cuales combatir la pobreza y la marginación, para evaluar la efectividad de unas y otras.

Por Juan Carlos Aguiló – Sociólogo


Enmarcados en los datos alarmantes de estudios sobre la materia y en la constatación del fracaso de los programas compensatorios intentados para derrotarla, reaparecen en los distintos medios de comunicación -entre ellos este matutino- los discursos que llaman la atención sobre la persistencia de preocupantes niveles de pobreza e indigencia entre nuestros niños y jóvenes.

Creo que es posible recortar de estos relatos una mezcla confusa de genuina preocupación por lo inaceptable de la situación, junto con la intranquilidad que generan las potenciales conductas “disfuncionales” de estos “sin destino” acechando a la “parte sana” de la sociedad.

La “masiva, obstinada y exasperante otredad de los otros” (Hirschman, A. 1991) acrecienta su presencia, a pesar de los crecientes gastos en seguridad policial y los insuficientes incrementos en las partidas sociales.

Reiterando un concepto ya aportado desde este espacio, el problema de la pobreza crítica y la desigualdad persistente (que no por casualidad fue el título convocante del recientemente desarrollado IV Congreso Nacional de Políticas Sociales) se debe a la permanencia de las visiones explicativas que sobre la cuestión social han sido hegemónicas en nuestros país y la región en las últimas dos décadas.

Estas concepciones son las que han sido moldeadas en el marco de la vigencia de la privatización de la vida pública de los últimos treinta años que, a la luz de la brutal simplificación explicativa del rol del “mercado” como regulador de la vida social, permitió el desmantelamiento del Estado de Bienestar desarrollado en la Argentina durante buena parte del siglo XX.

La condición de posibilidad del surgimiento y auge de los programas sociales focalizados en los más pobres, fue la naturalización de las concepciones que explican la pobreza a partir de ciertas características particulares de los individuos que la padecen.

Estos relatos dejaron de lado explícitamente las explicaciones estructurales del fenómeno de la pobreza -que la muestran como la contracara de la concentración de la riqueza y la ausencia de mecanismos de integración social garantizados estatalmente- por aquellos que basan su explicación en la ausencia de capacidades y presencia de estados de ánimo y hasta vicios individuales en los sujetos en condición de pobreza.

Esta individualización permitió la aparición y vigencia hasta nuestros días de los programas focalizados como respuesta “técnica” al problema, aggiornada en los últimos años con las ideas de “empoderamiento” y “capital social”.

Es decir, “los programas sociales forman parte de las medidas adoptadas para luchar contra la exclusión, reemplazando las políticas públicas comprehensivas por líneas focalizadas cuya pretensión es la reparación de los efectos más visibles del mal funcionamiento social.

Desplazar la cuestión social de la pobreza a los márgenes parece ser más sencillo que intervenir en los procesos que la producen, teniendo en cuenta que esto último exige un tratamiento político más que técnico” (Duschatzky, S. 2005).

Dicho de otra manera, de la mano de este “neo-filantropismo” se logran efectos de contención o aplacamiento de las manifestaciones indeseadas de causas que se encuentran en otro lado.

Pero los programas sociales focalizados no han derrotado ni derrotarán a la pobreza porque ese no ha sido ni es su objetivo. Son políticas asistenciales que, ignorando las causas estructurales, se detienen en los efectos, cuando la gran mayoría de ellos son irreversibles.

“El problema de la pobreza en el escenario de la globalización es desde ya de orden estructural, pero involucra profundamente dimensiones antropológicas. A la privación de bienes y de derechos básicos se sobreimprimen montos inenarrables de frustración frente al ostentoso espectáculo de la concentración de la riqueza" (Duschatzky, S. 2005).

La respuesta es política. Superando los planteos hegemónicos que han naturalizado la visión subjetivizante de la pobreza, volviendo a vincular su explicación como una situación que denuncia relaciones sociales de desigualdad estructural y que como tal debe ser abordada por el Estado.

Superando, sobre todo, los peligrosos discursos que “exotizando” a los marginales, los transforman en “parias sociales” cuya existencia es explicada por razones endógenas desvinculadas del funcionamiento sistémico de la sociedad.

Esto permitirá romper límites y animarse a plantear soluciones que necesariamente conducen a la recreación de un nuevo universalismo en materia de política social.

Yendo aún más allá e intentando definitivamente la aplicación de -al menos- un ingreso ciudadano a la niñez (es decir, transferencias monetarias no condicionales).

Quizás la combinatoria de desconocimiento, miedo y preocupación por estos niños y jóvenes que surgidos de los territorios de la privación se presentan como “otros” permita la profunda discusión que esta problemática reclama, si pretendemos vivir en una sociedad con niveles de igualdad social que sean conjugables con la vida democrática.

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