sábado, 22 de enero de 2011
ESTADO FALLIDO
TRISTE ESTADO FALLIDO
Por el Dr. Guillermo Enrique Avogadro (*)
“Nadie imaginaba la derrota, el atroz desenlace al que se
encaminaban, o acaso el suicidio que buscaban sin conciencia”
Julio Bárbaro
Quien se haya tomado el enorme trabajo de leer mis notas, podrá recordar que, desde hace ya mucho tiempo, digo que la crónica estupidez de los argentinos –obviamente, me incluyo- transformaría a la Argentina en un Estado fallido. Para graficar mi afirmación, sostuve que el mundo saldría de la crisis del 2008 con aún más hambre que el que tenía al entrar en ella, y que el desarrollo de los países de Asia y de Brasil haría que la demanda por más y mejores alimentos se incrementase brusca y brutalmente.
Entonces, un grupo de personas y de países –se llamara FAO, OTAN, ONU, OEA o cualquier otra sigla por el estilo- se reuniría dentro de algunos años con un planisferio y se preguntaría dónde se podrían obtener esos alimentos. Alguien señalaría, hipotéticamente, a la Argentina y, tratándose de un país desconocido para muchos, averiguaría que puede producir alimentos para quinientos millones de personas, y que sólo lo hace para cien debido a la imbecilidad de su pueblo y, sobre todo, de sus gobernantes, que tanto se le parecen. El siguiente paso sería invadirnos o, más sencillo aún, pagarnos para que cada uno de los habitantes se fuera a vivir a otro país, a su elección; seguramente, se podría evitar así la desnutrición que mata niños diariamente en muchas provincias argentinas.
Obviamente, se trataba de una exageración tendiente, sólo, a demostrar la absurda situación en que nuestro país se encuentra.
Otra vez, como tantas, me equivoqué en los tiempos históricos, porque Argentina se ha transformado ya en un Estado fallido.
A pesar de los monstruosos ingresos de divisas provenientes de las exportaciones agroindustriales y de automóviles, el sistema económico está en una profunda crisis, motivada por el gasto público descontrolado y creciente, por una inflación provocada e incentivada, por la falta de inversión en infraestructura y en industria, por el festival de subsidios y por la corrupción rampante, que parece no afectarnos anímicamente como sociedad.
El Estado ha dejado de ejercer el monopolio del poder de policía, la Justicia repta en pos de intereses mezquinos, el país carece de fuerzas armadas, no se ejerce ningún control sobre los actos del Poder Ejecutivo, se persigue a la prensa no adicta, se falsean las estadísticas públicas, crece la pobreza y la miseria, y –mal de males- los opositores, en general, carecen de grandeza.
La droga campea por sus fueros en todo el país –el pobre Scioli afirma, encantado, que nunca se secuestró tanta como en su gestión, sin percibir que ello se debe a que cada vez hay más tráfico- y la política hunde sus garras en ese nauseabundo océano en el cual se están ahogando, literalmente, generaciones enteras de argentinos. Concejales, militares, diputados, intendentes, policías y jueces han sido comprados por el dinero de ese mercado, y la triste sombra del México actual se cierne ominosamente sobre nosotros.
Argentina, pese a las reiteradas afirmaciones del inefable Jefe de Gabinete en contrario, se ha transformado en un mercado de intenso consumo de estupefacientes, además de tener coladores por fronteras y convertirse en el paraíso para quienes deben transportar la droga hacia otros destinos, como lo demostraron las valijas voladoras de Southern Winds en Madrid, o el jet detenido, con toda su tripulación, en Barcelona.
El país está al borde de la expulsión del grupo de naciones que controlan el lavado de dinero debido, precisamente, al enorme interés que tiene la Casa Rosada de impedir que se investigue a sus ocupantes y a sus espurios manejos de coimas, de fondos de Santa Cruz y de subsidios clientelistas.
La gente ha sufrido, y continúa haciéndolo, los embates del calor sin electricidad, agua y combustibles, y de la falta de efectivo en los bancos, ambos hechos producto de la imprevisión de quienes tienen el deber, como funcionarios, de prever estas circunstancias.
La inseguridad, esa que diariamente se lleva la vida y la hacienda de pacíficos ciudadanos, ha crecido tanto que hasta don Anímal ha debido llamarse a silencio al respecto, ya que su “sensación” llegó hasta a hacer desaparecer los viáticos en efectivo que doña Cristina necesitaba inexplicablemente para su gira por los países árabes.
Por otra parte, y con total prescindencia de su eventual intencionalidad política, los gigantescos asaltos a bancos y a cajas de seguridad, la impunidad con que los delincuentes roban y matan, la falta de resultados en las investigaciones policiales, la aplicación garantista de leyes absurdas y la falta de coraje de muchos jueces, además de la falta de inversión en cárceles y equipos, nos hacen aparecer como una verdadera tierra de nadie, en la cual todo es posible.
Un párrafo aparte merece la reciente decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en esta composición antaño tan elogiada por todo el arco político, que ha decidido convalidar la Justicia tuerta y, para obedecer los oscuros designios de venganza de los Kirchner y sus “jóvenes idealistas” redivivos, ignorar la Constitución Nacional en el caso de los presos políticos, e imponer tal criterio a los Tribunales inferiores. Decenas de ellos ya han muerto sin condena, mientras que miles se encuentran detenidos sin causa alguna y sin proceso, excediendo en mucho el tiempo permitido para la prisión preventiva.
La educación pública, la misma que permitió que a fines del siglo XIX no existiera el analfabetismo en nuestro país, ha visto un proceso de deterioro inaudito, y lo mismo sucede con la salud pública, por falta de inversiones debido al robo sistemático de los fondos que hubieran debido ser destinados a esos fines por funcionarios y sindicalistas.
La Cancillería, tal vez el sector de la administración pública de mayor excelencia, ha dejado de cumplir su rol para transformarse, simplemente, en la mera y tristemente payasesca expresión de los deseos de la Presidente y del hijo de Jacabo (¡gracias, Lanata!), el twittero Ministro.
La visita de doña Cristina a Qattar nos ha hecho saber a los argentinos que tenemos una nueva embajadora cultural, la pequeña Florencia quien, pese a no haber estudiado cosa alguna –si se exceptúa a su actual vocación cinematográfica ejercida en New York-, se ha reunido a solas con la hija del emir local, y ambas se han manifestado a favor de incrementar los lazos culturales entre ambos países.
El episodio no debiera sorprenderme, ya que los íconos de la cultura nacional propuestos por la Presidencia y el Ministerio de Cultura a la Feria de editoriales realizada en Frankfurt fueron Maradona, Evita, el “Che” Guevara, la señora de Kirchner y no recuerdo qué otro intelectual de fuste más. Pero sí me asombró que La Nación lo publicara en su tapa, sin asomo de ironía, pese a que dispone de plumas como las de Roberts. ¿Estará buscando un nuevo sol el diario de los Mitre?
En fin; como se ve, no estoy en un día particularmente optimista respecto al futuro de nuestra patria. Debe ser porque me estoy poniendo viejo, las fuerzas se me van yendo y, cuando miro para atrás, veo con tristeza qué hemos hecho, todos, con un país que debiera haber estado, por los dotes naturales recibidos y por la calidad original de su gente, entre los primeros del mundo. Contribuye mucho a mi estado de ánimo actual la falta de reacción social frente a las iniquidades que, día a día, se cometen desde los más altos niveles de ese triste Estado fallido en que hemos convertido a la Argentina.
(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo del Dr. Guillermo Enrique Avogadro por gentileza de su autor.
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