El primer pacto social
Argentina se desangra
Humor negro
Hay vocero
Sofisma y verdad
Volvió a suceder. Una jubilada de 65 fue asaltada y brutalmente asesinada en Villa Crespo. Este hecho, que se conoce hoy, es un caso más de los incontables que se producen en el país todos los días. Ayer una familia fue violentamente asaltada en su casa de Villa Devoto por tres delincuentes que golpearon incluso a los menores presentes. Y en un supermercado de Belgrano, los asaltantes rociaron con alcohol y quemaron las manos de dos empleados.
Sin embargo, pese a la extrema gravedad de estos hechos, tuvo que pasarle a uno de ellos para que la inseguridad fuese tapa de los diarios.
Cuando el vicejefe de Gabinete, Jorge Rivas, fue internado en estado de coma tras ser golpeado por delincuentes que le robaron el auto, su esposa dijo que el funcionario era “una víctima más”.
Es verdad. El lunes 12 de noviembre por la mañana, es decir, casi en simultáneo con el asalto a Rivas, un muchacho fue asesinado en San Francisco Solano. Un tiro en la frente y una vida joven segada por una billetera y un teléfono celular. El mismo día, en Moreno, Reinaldo Rojas, suboficial retirado de la policía bonaerense, 52 años, fue muerto de una puñalada en el pecho cuando quiso impedir que un delincuente asaltara a su hijo.
De tan frecuente, la tragedia dejó de ser noticia. Ocasionalmente, ocupa un poco más de espacio en los diarios porque las víctimas son niños, como Franco Campeggi, de 12 años, fusilado en un cibercafé, o ancianos, como María Antonieta Caputo, de 76 años, asesinada a puñaladas en un asalto en su casa.
Pero la realidad es que las autoridades permanecen insensibles, indiferentes e impotentes ante la muerte cotidiana de argentinos por causas que en última instancia remiten siempre a la desidia estatal: violencia delictiva fuera de todo control, fuerzas de seguridad carentes de preparación y de conducción, auge de la venta y consumo de drogas, anarquía vial en calles y carreteras de todo el país….
Éstas no son fatalidades, sino los dramáticos resultados de un Estado que declinó sus funciones.
Hasta ahora, el presidente no se ha conmovido frente al tributo en vidas que los argentinos pagan diariamente por la inacción oficial. La única seguridad que pareció preocuparle en cuatro años fue la suya y la de su familia, para lo cual no reparó en gastos: helicópteros, rejas en la Casa Rosada y gendarmes en sus residencias de Santa Cruz.
Mientras Jorge Rivas estaba en coma, su esposa minimizaba el hecho, al sostener que “hay inseguridad en cualquier ciudad grande del mundo”; como si su principal preocupación en esos momentos hubiese sido no contradecir la línea oficial de que la inseguridad no es algo que el gobierno tenga el deber de atender.
En efecto, éste niega la inseguridad como niega la crisis energética, la inflación o cualquier otro problema que no sabe resolver. Eso cuando no incurre directamente en la acusación o la descalificación de quienes reclaman mayor seguridad. Los padres que quieren que sus hijos puedan moverse tranquilamente por sus barrios no son de derecha ni de izquierda. Son argentinos que, como le escribió al presidente la madre de Marcos Peretti, joven militar fallecido en Tandil en mayo de este año al estrellarse el Mirage que piloteaba, sienten que “en esta democracia se ha perdido el derecho a la seguridad, a la educación, a la salud y al disenso”.
Argentina se desangra
Casi cotidianamente la muerte destruye a una familia argentina sin que se ablande el corazón encallecido de ninguno de los funcionarios encargados de velar por la seguridad de todos. Hay un absoluto divorcio entre el ejercicio de la función pública y la suerte cotidiana de la gente. El gobierno no siente, no le duele. Se lamenta por los muertos del pasado pero permanece indiferente ante la tragedia del presente.
No es necesario recurrir a las cifras pues, como observamos cotidianamente, no hay ningún argentino que no haya padecido la violencia delictiva, en su persona o en la de algún familiar o allegado. La Argentina se está desangrando.
Cuando lo acorraló la movilización ciudadana, el gobierno optó por gestos mediáticos o por atacar las consecuencias y no las causas, lanzando una disparatada campaña de desarme. Es lamentable y peligroso que los civiles se armen pero ello no es resultado de un capricho sino de la deserción del Estado. Por eso el llamado Plan Nacional de Entrega Voluntaria no sólo es absurdo (¿acaso los delincuentes se desarmarán voluntariamente?) sino cínico: que hoy muchos particulares tengan e incluso porten armas es un signo de nuestra degradación como sociedad y de la absoluta inoperancia oficial.
Del mismo modo, cuando la preocupación ciudadana por el elevado número de accidentes de tránsito fatales llegó a los medios de comunicación, el gobierno hizo lo único que sabe: propaganda. El beneficio de la campaña lanzada fue, una vez más, para los medios y no para la gente. “¿La vida no vale nada?”, rezaban los avisos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Y seguían: “El comportamiento temerario de conductores y peatones es la mayor causa de los hechos de tránsito que producen anualmente más de 8000 muertos. Entre todos preservemos el derecho a la vida, etc.”. La campaña lo dice todo: las autoridades no asumen ninguna responsabilidad. El resultado fue el previsible: el número de muertos y heridos en accidentes de tránsito aumentó.
Análogamente, a unos cinco meses de lanzada, la campaña por el desarme voluntario da como resultado que empiezan a multiplicarse los casos de justicia por mano propia, como el de la mujer que en Avellaneda tras ser asaltada y maniatada por dos delincuentes, los corrió y mató a uno de ellos con un disparo en el pecho; o el del hombre que vengó la muerte de su hijo matando a varios miembros de la familia de su asesino antes de quitarse la vida; o el de la señora que ante los gritos de su marido golpeado por un grupo de delincuentes, tomó un arma y le dio a uno de ellos –menor de edad- un disparo mortal en la cabeza.
En algunos barrios del conurbano son las propias madres las que deben patrullar las calles para evitar que sus hijos compren y consuman paco, una de las drogas más siniestras, que luego los lleva al delito, a la prostitución y, en muchos casos, a la muerte.
En una escuela primaria de Alto Verde, provincia de Santa Fe, los maestros enseñan a los niños a protegerse de los tiroteos, con la conciencia de que, frente al azote del delito, nada se puede esperar de las autoridades. Esta noticia causó impresión en su momento, sin embargo, el pasado 14 de noviembre, en Quilmes, un pequeño de 9 años que regresaba de la escuela murió al quedar en medio del fuego cruzado de dos bandas que disputaban un mismo territorio.
Como para empeorar las cosas, a la policía, que debe llevar adelante la lucha contra este flagelo, no se la prepara, no se la respalda, ni se la dignifica en su función, a pesar del altísimo costo en vidas que paga en el cumplimiento de su deber.
Humor negro
La permanencia en un área tan crítica de funcionarios que han tenido cuatro años para probar su incapacidad más allá de toda duda indica que no hay lugar para la esperanza. Es que la presidente electa sigue la línea de negar el problema: “Inventan un sofisma: dicen que no sirve vivir mejor o tener más ingresos si hay inseguridad”.
Evidentemente, la esposa de Jorge Rivas piensa como Cristina Fernández porque, cuando el pronóstico sobre la salud del funcionario todavía era reservado, ella estaba más preocupada por preservarle el trabajo que la vida. Su prioridad en ese momento fue no enojar a los intemperantes y vengativos Kirchner con algún comentario que confirmase la inseguridad que se vive.
Los cambios y las permanencias en el gabinete son un indicio claro de lo que el gobierno se propone hacer en la materia: nada. Tras afirmar con absoluta tranquilidad y como si el tema no le incumbiese que la política de combate al narcotráfico “fue un total y absoluto fracaso”, en septiembre pasado el ministro del Interior Aníbal Fernández –en Mar del Plata y frente a un auditorio compuesto por concejales e integrantes de foros de seguridad, alarmados ante la ola de delitos en esa ciudad-, prometía “darle un mayor tratamiento a la problemática de la inseguridad”… ¡como si acabase de asumir el cargo!
Cabe concluir que el funcionario practica el mismo tipo de humor negro que el matrimonio presidencial cuando decide mantenerlo al frente de esa responsabilidad.
Sin embargo, hay “cambios” para contabilizar. Por ejemplo, la ex ministra de Economía, Felisa Miceli, eyectada de su cargo por no poder explicar el origen del dinero encontrado en su baño, pasará a administrar el presupuesto de la ONG Madres de Plaza de Mayo que preside Hebe de Bonafini. Presupuesto cada vez más abultado gracias a fondos públicos.
La profundización del cambio es por lo tanto la profundización de la hipocresía. Por eso, Cristina Fernández dice que gracias a la política de revisión interesada del pasado –mal llamada de “derechos humanos”- que promovieron ella y su esposo, “los argentinos podemos volver a mirarnos a la cara”.
Evidentemente, ése es su problema. Del mismo modo que la política “justiciera” hacia el pasado es usada como excusa para eludir responsabilidades presentes, la sobreactuación del matrimonio presidencial en materia de derechos humanos busca tapar defecciones de ayer y otras debilidades. Como dijo el ex gobernador de Santa Cruz, Sergio Acevedo, “a mí Néstor no me puede mirar a la cara”.
Hay vocero
El presidente no hizo ningún comentario público sobre el episodio que ensombreció la última Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile. Sin embargo, a través de sus ya clásicas pseudo entrevistas con periodistas amigos, hizo escribir a Joaquín Morales Solá que para él el rey Juan Carlos era “el mejor político de España”. En concreto, un intento de quedar bien con Dios y con el diablo; una conducta solapada, motivada por el miedo a Hugo Chávez.
En las reseñas sobre el semi nuevo gabinete faltó por lo tanto comentar esta otra novedad: hay vocero. El “mudo” Miguel Núñez ha sido sustituido por el columnista estrella de un diario que Kirchner –hasta ahora- no ha vuelto a llamar “gorila”.
“La presidente electa está poniendo en marcha, antes de asumir, un giro en la política exterior”, sueña el nuevo portavoz, en un artículo en el cual destaca la visita de Cristina Fernández al presidente brasileño Lula Da Silva porque, a su juicio, la misma implicaría un desalineamiento respecto del venezolano Hugo Chávez. La experiencia de estos cuatro de gestión aconsejaría mayor prudencia. Cabe recordar aquellas antológicas declaraciones de amor brasileño del primer canciller kirchnerista que terminaron en odio a los pocos meses y que marcaron el comienzo de una de las políticas exteriores más erráticas que se haya visto. Los mismos vaivenes se vivieron con Uruguay, con Estados Unidos, con Europa, etc.
Pero bueno, es evidente que este columnista aspira a algo más que una mera vocería. Al igual que su antecesor, Horacio Verbitsky, intenta influir sobre la presidente electa indicándole por los diarios las que a su entender deberían ser las orientaciones de la política exterior oficial.
Sofisma y verdad
Finalmente, ¿de qué vale la constante exhibición de índices macro-económicos positivos si la vida misma de los argentinos está regalada? ¿Cómo se puede tolerar semejante nivel de pérdidas del principal tesoro que tiene nuestro país que es su gente? ¿Cómo pueden “mirar a la cara” a los argentinos quienes así declinan sus responsabilidades? Un Estado que no vela por la vida de sus gobernados está violando su misma razón de ser. Esto no es un sofisma sino una verdad, absoluta como toda verdad.
Estamos ante una verdadera catástrofe, que exige remedios urgentes.
Hay que poner fin a este estado de anomia social en el que la droga destruye el futuro de nuestros jóvenes, el delito se acompaña de niveles crecientes de violencia, los responsables de hacer cumplir la ley no gozan de la confianza ni del respaldo del poder político y el Estado ha renunciado al monopolio del ejercicio de la fuerza pública.
El primer Pacto Social que el gobierno debe promover es el de la salvaguarda de la vida, pues todo carece de sentido si no somos capaces de defender primero la vida de los argentinos.
Ricardo A. Romano
21 de noviembre de 2007
TRIBUNA DE OPINIONES
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