domingo, 25 de noviembre de 2007

LOS SACRAMENTOS DE LA NACIÓN

Los sacramentos de la Nación
Son signos sensibles y eficaces, entendibles por todos incluso por los extranjeros; son sencillos y variados y tantos que es imposible enumerarlos. Hagámoslo con algunos: El Himno Nacional, la bandera, la escarapela, el asadito domiguero, el tango y la chacarera. Ellos nos indican que hay un espíritu común yun proyecto compartido en el pueblo y una identidad propia en la Nación.

Por Juan Carlos Sánchez


Esta nota que publica PyD en esta edición es vieja, del año 2005. Sin embargo mantiene actualidad sobre todo visto como una argucia de tenor hereditario (en vida del legador) ha permitido que Cristina de Kirchner sea la Presidente electa de los argentinos. Es legal, lo que está en duda es la legitimidad al igual que la elección que puso a Néstor Carlos Kirchner en la Casa Rosada.
A la fecha no solamente se corrompieron los sacramentos de la Nación sino también el concepto íntimo de República y desvergonzadamente se muestra la intención final: Devolver en 2011 el cargo al Presidente de la Nación hoy en ejercicio.
Presidencia de la Nación, un bien de familia.


Ese mismo pueblo que comparte esperanzas y proyectos también se ve dividido en compartimientos estancos, lamentablemente inflexibles a veces: Pobres y ricos, católicos y protestantes, negros y rubios, bosteros y millonarios, zurdos y nazis, peronistas y antiperonistas, milicos y civiles, cultos e incultos, patriotas y vendepatrias. Las antinomias fueron y son la mayor y más burda simplificación de la composición del corpus civica. Vivimos encasillando, dividiendo, clasificando todo lo que se mueve en dos patas (y que no tiene alas) según nuestras preferencias también antinómicas y desechando a quien pertenece al bando rival.

Solamente los grandes de verdad son capaces de la simplificación unitiva. Perón, anciano y sabio, al regresar de su exilio madrileño, propuso: "para un argentino no hay nada mejor que otro argentino", algo que venía sosteniendo aún en los tiempos en los cuales debía confrontar para construir y retener el poder. Decía por aquellos tiempos fundacionales que "para un peronista no hay nada mejor que otro peronista" e intentó con éxito que casi todos fueran peronistas, al punto que luego de años de persecuciones y de campañas mediáticas en contra, obtuvo su tercera presidencia con el 60% de los votos. No fue expresión de sospechosa hegemonía sino de satisfacción unitiva. Con obras y no con declamaciones, puso en marcha un modelo que produjo en la política argentina el fenómeno de la simbiosis entre pueblo y peronismo; entre la Nación y el movimiento político que lideraba. Desde entonces fue imposible cualquier perspectiva que obviase al peronismo. Decía también que "hay una sola clase de hombres, los que trabajan" y con tal definición juntaba libros con alpargatas detrás de un mismo proyecto.

Carlos Menem años después y a su manera, intentó lo mismo. Las leyes de perdón, la propuesta reconciliadora con los fusiladores del ´55, con los procesistas y los guerrilleros de los ´´70, con las instituciones de la República, ya militares, ya gremiales, ya religiosas; la incorporación de hombres y mujeres del amplio abanico político nacional proviniesen del liberalismo o de la izquierda nativa; la apertura hacia todas las libertades pero siempre contenidas en el marco de la racionalidad, la legalidad y el respeto, como ser la de prensa, de opinión, de agremiación, de comercio, en fin, las constitucionales, fueron herramientas útiles para la destrucción de las barreras que dividen a los argentinos y que son el instrumento del coloniaje y de la dominación.

Luego de estas dos experiencias, casi calcándose entre sí, dominaron los extremismos ideológicos o de conveniencia o ambos a la vez.

Cuando cayó Perón en el ´55, gobernaron los antiperonistas rabiosos. Cuando Isabel Perón fue derrocada, también los mismos. Cuando Menem dejó el gobierno, provino una ola de antimenemismo. ¿Qué propusieron estas dirigencias? Dicotomías, venganzas, violencia, fraccionamientos del corpus civica. También distracciones políticas, banalidades, tecnicismos y voluntarismos que poco y nada aportaron a la definición de la identidad nacional, acto que no es privativo de un grupo o sector sino del conjunto social.

Junto con la esperanza y la dignidad de los ciudadanos, fueron cayendo los valores y los sacramentos (signos) y los símbolos de la unidad nacional.

En esta nueva etapa que parece ser excluyentemente K., observamos con estupor que el símbolo del poder que es el bastón presidencial fue un juguete en las manos del nuevo presidente que asumía ante la Asamblea Legislativa. Todo un signo. Reiteradamente vimos también al mismo Presidente, dialogar con la multitud que se apiñaba frente a un palco cualquiera, tirar besitos, saludar y sonreir mientras se entonaban las estrofas del Himno Nacional Argentino. Otro signo. Señales de desinterés por las formas, conducta que no siempre identifica a aquel que desprecia el fondo de las cosas, pero que, peligrosamente, se le aproxima. Néstor Kirchner es un trasgresor, ¿solamente de las formas?

La pregunta se hace obligatoria cuando se observa el trato despectivo ¿o confrontante? hacia las instituciones republicanas, específicamente las uniformadas. Es como si el Presidente guardase dentro suyo algún rencor profundo o una cuenta no cobrada aún; alguna insatisfacción o un trauma no superado. Kirchner es visiblemente un hombre de rencores. Arremete contra todo y todos al mismo tiempo y se recuesta con simpatía manifiesta en aquellos o aquello que satisface su propia historia setentista y su ideología. ¿O es una búsqueda de auto justificación?

No basta para explicar la personalidad política del Presidente, aducir que intenta construir un poder que aún no tiene o que procura una limpieza moral profunda de la sociedad. Esta última no se logrará desvalorizando (restando valores) a los institutos que la componen, poniéndolos bajo sospecha permanente o demonizando a todos los actos y actores de períodos históricos anteriores a los que él mismo protagoniza. El camino correcto es ejercitar la memoria de lo bueno y rescatarlo y perdonar lo malo y, si se tiene poder y cabe a sus facultades, superar y corregir lo posible. Jamás jugar a los enfrentamientos y a las divisiones; nunca, proponerse como la verdad absoluta porque eso significa tratar peyorativamente la democracia y por ello mismo, no habrá construcción del buscado poder para el largo plazo.

Estas actitudes sirven para pasar el rato, para la coyuntura, para la gilada, como dicen los muchachos del barrio, pero no para elaborar un modelo abarcativo y socialmente justo.



A modo de explicación.

He venido escribiendo con cierta dureza sobre este gobierno nacional inaugurado en medio de una de las crisis más profundas de la historia nacional. A este portal han llegado gran cantidad de correos electrónicos con opiniones favorables y desfavorables, ninguno de ellos llamándome mentiroso o manipulador de la información pero sí, la mayoría de ellos, teñidos de ideologismos y de parcialidades.
Como periodista y "opinador", me preocupa -admito que no demasiado, pues es bueno y necesario el disenso- y me ayuda a repensar desde variados puntos de observación.
Como ciudadano sí me aterra que no intentemos con todas nuestras fuerzas la unidad en la diversidad, el respeto por los demás, el debate enriquecedor de las ideas, la unidad de concepción para la unidad de acción.
No soy antikirchnerista, ya lo dije en una nota anterior, pero cada vez que veo decaer la sacralidad de alguno de los signos de la nacionalidad o la dignidad de alguna de sus instituciones, me siento algo menos, como si un pedazo de mí mismo se estuviera corrompiendo.


zschez@gmail.com


Fuente Archivos de PyD

www.politicaydesarrollo.com.ar

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