jueves, 7 de agosto de 2008

GRAN FRAKASO

BREVE ANTECEDENTE

PARA UN GRAN FRACASO


Por Carlos Manuel Acuña


Corrían los primeros meses del año 2007 cuando los Kirchner decidieron cuales serían sus próximos pasos políticos. Tras sopesar las distintas posibilidades de permanencia en el poder y de acuerdo con los mejores consejos suministrados por algunas cabezas más sensatas, resolvieron que la candidatura de Cristina permitiría ofrecer un panorama de renovaciones sustantivas que facilitarían los movimientos internacionales, especialmente los orientados a obtener recursos y realizar grandes negocios en distintos rubros.

Por cierto, dentro del cerrado esquema mental y cultural del matrimonio, no entraban los distintos factores que componen la vida del mundo y mucho menos la prospectiva de aquellos que hacen a la evolución del futuro de la Argentina, pero su instinto les decía que debían realizar cambios y que éstos debían corregir las desproligidades en que habían incurrido. Así, para mediados de ese año intensificaron las versiones ya más detalladas, relativas a la candidatura que heredaría Cristina, más allá de las normas constitucionales que se disimularían de la manera más conveniente para no tener que dar muchas explicaciones.

Así, ya tomada la resolución el matrimonio partió de viaje a los Estados Unidos donde mantuvo contactos importantes con factores del poder local y mundial y deslizaron que la nueva etapa, en "un país difícil de gobernar como la Argentina, que venía de una dictadura militar que había enfrentado nada menos que a la OTAN", la futura gestión de Cristina permitiría imponer aquellos principios institucionales caros a las formas de la política Occidental y más particularmente a la tradición norteamericana.

Imbuidos de lo que consideraron un éxito creíble y creído, Cristina viajó más tarde a Europa donde de acuerdo con lo planificado con Néstor, su marido, decidió recalar en España por diversos motivos. Entre ellos, los distintos negocios que anudaban a las dirigencias de los dos países y la conveniencia de poner un pie firme en Europa para su próximo gobierno. Previamente, nuestro embajador asesino Carlos Bettini había realizado una intensa tarea promocional y asegurado que la próxima autoridad máxima de los argentinos era más dúctil, tenía una actitud política más flexible que la de su marido y haría efectiva la división de poderes, el respeto por la Justicia anticipado por la nueva Corte de Justicia, que respetaría a la oposición y que ejercería una visión más abarcativa de las necesidades Argentinas respecto del exterior. También aseguró que Cristina no sólo ejercía una buena relación con los políticos que quedarían y los que vendría, sino que esa comportamiento sería extensivo hacia la oposición a la que conquistaría con un estilo mejor que el de su irascible marido.

En España la estadía duraría menos de una semana pero sería suficiente para lograr una notable distinción: el Rey Juan Carlos, anoticiado de las conversaciones mantenidas en los Estados Unidos y el hecho cierto que Cristina sería la próxima presidente de la Argentina, resolvió atenderla el 23 de julio de 2007 con toda la gracia que caracteriza a los españoles en su palacio de verano Marivel. Juan Carlos estaba de buen humor pues había solucionado un serio problema de familia con la buena colaboración de su amigo César Allierta, con quien había realizado un viaje de placer en su barco como señal de retribución por el favor recibido. No obstante - y esto según los preocupados norteamericanos, era algo más que una buena señal de predisposició n para quien sería la máxima autoridad de la Argentina. De por medio estaban, además, los intereses pesqueros, petroleros y por supuesto, entre otros, el futuro siempre discutido de Aerolíneas Argentinas. Para los norteamericanos, la Argentina mantendría sus preferencia comerciales con los europeos, con los españoles en particular y continuaban relativamente inquietos por lo que harían nuestros gobernantes - por así llamarlos - respecto de la crisis que ya afectaba a Latinoamérica con su buena dosis de terrorismo extendido hacia otras latitudes.

Pese a todo, Cristina, alegre y con sonrisa de ocasión, confirmó de palabra que introduciría cambios importantes en el gabinete nacional para darle la jerarquía acorde con un país de la importancia de la Argentina. De esta manera venía a coincidir con lo anticipado el embajador asesino Bettini quien en su previa tarea promocional había seguida con eficiencia las instrucciones del jefe de gabinete Alberto Fernández, detalle que podría aportar alguna idea acerca de los tantos motivos de animadversión que éste funcionario acumuló de un sector del kirchnerismo hasta su reciente e intempestiva renuncia.Tan intensa y eficaz fue la gestión del matador del capitán Berardi ocurrida en La Plata como aspirante a actuar dentro del terrorismo de esos años, que consiguió que Cristina se reuniera durante dos horas con el presidente de Telefónica con quien dialogó sobre las importantes perspectivas ampliatorias que ofrecía ese sector de los negocios, a quien le hizo el mismo relato de sus futuros planes de gobierno. Bettini también obtuvo otras entrevistas para una entusiasmada Cristina que entre compras y compras, tiendas y tiendas, tuvo tiempo para entrevistarse con el presidente Zapatero, con el vice Fernando de la Vega, con empresarios y hasta con Rajoy, cumpliendo así con un arco amplio de relaciones que le sirvieron para trazar una semblanza alentadora ante personas de influencia y la trama política y empresaria de una España pujante más allá del socialismo de Zapatero que obviamente le simpatizaba.

Cristina había tocado el cielo con las manos. Volvió radiante con sus valijas llenas de ropas y menudencias y sentía, dentro de su esquema de limitaciones intelectuales, que ya estaba en condiciones de ejercer una presidencia brillante, con respaldo externo y una consecuente imagen para lograr los votos internos que siempre le faltaron. Lo que nunca tuvo en cuenta fue que aquí, en la Argentina, los celos enfermizos de Néstor crecerían intensamente y se impondrían apenas se instalara en la Casa Rosada, que su marido no dejaría nunca de lado su idea centralista y excluyente del manejo del gobierno, que la división de poderes no existiría y dependería de las sumisiones que surgen de las listas sábana y que pese a que lograría profundos enfrentamientos con su marido, se contagiaría de su estilo y del cerramiento de su visión a lo que debía ser su prometido papel de presidente de la República. Ahora, transcurrida la mitad del año, sobrevienen los conflictos imparables, el sometimiento de la justicia a las necesidades del Ejecutivo, a la persecución de los fiscales que investigan a los empresarios amigos y un conflicto con el campo que sería el vehículo formal para el fracaso y el derrumbe que inexorable, se aproxima lleno de peligros.

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