lunes, 27 de septiembre de 2010
BASILISCOS
LA MUERTE DE LOS BASILISCOS (1)
Por Gabriela Pousa
“En tiempos de paz, el hombre belicoso
se hace la guerra a sí mismo.”
Nietzsche
“Dos no pelean cuando uno no quiere”, reza el refrán. Sin embargo, los argentinos estamos inmersos en una batalla unilateral, protagonizada por un único protagonista. Aunque aparezcan efímeros personajes, Néstor Kirchner lucha contra sí mismo a modo de Sísifo. El desgaste es inútil. Todo lo que le rodea es casi una abstracción.
La gente no lo entiende. Como se suele decir ahora, “está en otra”, quiere saber si mañana podrá o no comprar leche, si llegará al trabajo sin obstáculos, si al salir del banco lo espera la suerte o la desidia de las manos atadas… No sabe quién es el ex procurador Eduardo Sosa, menos aún qué sucede en Santa Cruz, de qué trata Papel Prensa, ni qué papel juega la Corte Suprema.
Menos todavía le interesa la interna proselitista entre actores que se devaluaron hace tiempo por sus propias acciones. No hacen falta siquiera las contiendas a las que los tienen acostumbrados las campañas previas a las elecciones si tampoco hay certeza de cuánto éstas han de ser celebradas. A esta altura, da lo mismo que sea marzo, junio, octubre o diciembre. Es como si las esperanzas se derrumbaran ante la nada.
La pregunta del vulgo es tan sencilla que es absurdo complicarse buscando una respuesta que ya está dada: ¿Hay alguien con la mente puesta en ayudarle a resolver alguno de sus problemas? Sabe, sin embargo, que esa soledad, esa orfandad política quizás sea mejor compañía que muchas de las que se le ofertan como salida. No se pierden las proporciones de la decadencia aún cuando la percepción de crisis no termine de definirse y expresarse con contundencia. Vivir se ha limitado a respirar todos los días. Mientras usted lee estas líneas, hay cinco ciudadanos que se infartan por hora. Deporte extremo de alto riesgo es cualquiera de las rutinas que llevan los habitantes en Argentina.
Nadie presenta las contrariedades en términos de Apocalipsis. No es el 2001 pero tampoco el 2010. Es una mezcla extraña de pasados viciados por revisionismos macabros y futuros gastados. Hasta las exageraciones se morigeran. Por esa razón tanto el optimismo como el pesimismo resultan impropios debido a que yerran a la verdad: un funambulismo entre dos extremos. Hay desesperación y calma simultáneamente, y ambas se expresan tibiamente.
Un año en un calendario pareciera otorgar oxígeno suficiente para seguir aunque en el trayecto se desvelen sueños y se desperdicien oportunidades como nunca antes. Pero claro, se mantienen inmunes los deseos de sentir el ruido de la piedra al chocar con el agua, y eso permite resistir la burla permanente de una dirigencia cuya característica intrínseca salta a la vista: la desverguenza y el maltrato.
Las críticas se multiplican hasta convertir la indignación en risa. Escuchar a la máxima “autoridad” de la nación resulta un show. Que la salud del ex mandatario colapse despierta “fantasías” incontables. Los Reyes Magos llegan todas las mañanas. Al bajar de la cama aparecen las sorpresas más impensadas. Rutas y calles que últimamente conducen a cementerios-parque porque, en definitiva, se conduce como se vive: con violencia inaudita y sin respeto por la vida. Así además lo enseñan los de arriba aunque después ofrezcan estadísticas antojadizas a modo de aspirinas (placebos más que remedios). Y asaltos, homicidios, violaciones, o sicariatos que pasan a ser parte de la cotidianeidad sin que nadie se espante lo suficiente ante los silencios inexpugnables de quienes debieran asegurar la integridad de los habitantes.
El último recurso para convertir la política en algo burdo parece ser la confrontación vía “twitteo” entre funcionarios, sean o no adversarios. Un 4% de la población apenas tiene acceso a tecnologías de avanzada: si eso no es reirse en la cara del pueblo, ¿cómo se llama?
En este caos de cosas, que Cristina Fernández de Kirchner vuelva de Nueva York sin otra adquisición que renovadas carteras Vouiton es la lógica. Dar un giro de 180 grados a la ignominia de sentirnos ultrajados de la noche a la mañana parece una utopía si la opción se limita a tocar el timbre en otra casa donde las ambiciones de sus huéspedes coinciden con las de los actuales gobernantes.
Ante una “oposición” que no terminamos de definir si acaso nos causa espanto más que gracia, cabe la certeza de la solución que en la historia universal más se ha dado a estas o similares circunstancias: el suicidio de los basiliscos.
Seguros de tener siempre un as bajo la manga, y ser superiores por argucias más que por hazañas, los Kirchner no han de acabar por una “guerra” perdida contra otro protagonista en esta geografía sino como es su audacia: convertidos en basiliscos que en el trayecto hacia la infamia se toparán con un espejo que les devuelva su mirada.
(1) El basilisco es un animal fabuloso en forma de serpiente que mata con la mirada.
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