domingo, 26 de septiembre de 2010
JUSTICIALISMO 2011
¿Puede el Justicialismo ser gobierno en el 2011?
Por Ricardo Romano
En el contexto de un clima de intemperancia y de una degradación institucional sin precedentes en la vida del país, producto de una política de gobierno que eligió el camino de la confrontación, impulsando incluso una revisión maniquea del pasado como variable de ajuste de sus carencias y debilidades.
Y ante las aspiraciones presidenciales de algunos hombres del mismo signo ideológico al cual el oficialismo dice pertenecer, cabe preguntarse: ¿Puede el Justicialismo ser gobierno en el 2011?
Puede. Pues no imagino a un hombre surgido de sus filas que hoy no se formule promover la reconciliación de los argentinos y la pacificación nacional.
No imagino tampoco al pueblo argentino, votando por un candidato que no encarne la voluntad de restituir la estabilidad, la confiabilidad y la previsibilidad necesarias para poner nuevamente a la Argentina de pie, potenciando toda su energía productiva y transformando el crecimiento en desarrollo para facilitar empleo digno para los millones de argentinos hoy desocupados.
Indudablemente es difícil pensar que alguien, que se considere a sí mismo surgido de un movimiento nacional, social y cristiano, pueda ser tenido en cuenta por la ciudadanía si desconoce los alcances de la soberanía jurídica del Estado argentino o si promueve la degradación de sus instituciones fundacionales como la Iglesia o las Fuerzas Armadas, en particular en el año del Bicentenario de la Revolución de Mayo que las tuvo como protagonistas y en tiempos en que se declaman derechos soberanos que se dejan sin custodia.
O no defiende al matrimonio constituido por un hombre y una mujer como el núcleo natural de la familia, ni a la vida –aún desde el instante mismo de su concepción- como valor supremo.
O a la sociedad considerando a un candidato que hable de cambio sin estar dispuesto a diseñar una nueva estructura geopolítica del país –regionalización- que aumente la eficiencia y la competitividad tanto para la atracción de inversiones como para la multiplicación de las exportaciones.
O que con el conocimiento de que no hay federalismo económico sin federalismo político, no esté decidido a restituirles a las provincias el poder político de decisión que tenían a través del colegio electoral en la Constitución de 1853.
Nuestro país requiere de un hombre conciente de la necesidad de sacar al Estado de la disputa política y colocarlo respecto del mercado en situación de armónico equilibrio, para facilitar la participación de la sociedad civil y realizar pacíficamente una verdadera revolución política, institucional, legítima y legal.
Un hombre que frente a la demanda de recursos, teniendo que optar entre el endeudamiento o la producción, se decida por la producción, eliminando todos los obstáculos que hoy tienen los sectores más dinámicos y competitivos del país.
Es decir, un hombre que conciba al Justicialismo como la síntesis entre la eficacia económica, el capitalismo y la justicia social.
Que en la disputa que hoy existe entre la imagen y la idea como norma más eficaz para la acción política, priorice a la idea. Pues la imagen solo concita la adhesión estética y el signo constitutivo de ese poder mediático es siempre la fugacidad.
En cambio la idea puede poner un pensamiento en acción y convocar a la imaginación de los argentinos para modificar la realidad en el sentido de las aspiraciones y necesidades que hoy tiene el conjunto de la Nación.
Un hombre que entre la autoridad y el poder se decida por la autoridad. Y se disponga en consecuencia a repartir poder. Pues ello acerca la política a la gente y, del mismo modo que la imagen se desvanece ante la presencia de la idea, el poder migra en sentido de la autoridad. Y la autoridad es un elemento fundamental de la política para la reconstrucción moral y constitucional del país.
Finalmente, cabe preguntarse también: ¿Puede un dirigente de otra fuerza política ser presidente en el 2011?
Puede, en particular si los dirigentes justicialistas no defienden valores o se comportan solamente como hombres de partido. Pero deberán como éstos y como toda la dirigencia del país, contribuir a sacar a la política de su actual estado de devaluación poniéndose el mayor grado de conjunto arriba del hombro.
Como en su momento lo hicieron Perón y Balbín en la “Asamblea de la Conciliación Nacional” también llamada “Hora del Pueblo”, en la que se convocó a todos los argentinos de bien dispuestos a poner fin a una etapa de odio, división y rencor. Y propender al bien común de la Nación.
Sin estos valores el cambio de gobierno puede significar tan sólo el cambio de una facción por otra en el ejercicio del poder.
Pues la facción sólo se desvanece ante la existencia del todo.
Y todos tenemos la intransferible responsabilidad de terminar con el estado de facción.
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