SEMIÓTICA DE LA FARSA SOCIAL
Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse – 20/08/2008
El gobierno, contrariando los consejos más elementales de los sabios del mundo, sigue haciendo lo mismo de siempre, acaso creyendo que así, va a obtener resultados que sean diferentes.
El propio Ministro de Economía, Carlos Fernández, tambaleante y sin la menor convicción, explicaba hace algunas horas a los empresarios que la economía se halla más vigorosa que nunca.
Ninguno de los borregos allí presentes, atinó a replicarle nada.
De la inflación no habló ni media palabra. Si habla de eso, lo echan.
En verdad, el que debería haber ido a dar explicaciones sobre la inflación y sobre su futuro combate, es el Presidente del Banco Central Martín Redrado quien todavía no ha empezado a leer sus gravísimas responsabilidades primarias en ese terreno.
Por el trágico método de la absoluta indiferencia, el matrimonio del poder sigue haciendo navegar el país al garete, como si nada hubiera pasado.
La señora sigue con sus inauguraciones de semáforos y pasos a nivel, en su habitual lenguaje retórico vacío, y con un cuaderno plagado de números todos los cuales le son entregados cada mañana prolijamente por el INDEC.
Esta insensatez, ya, a estas alturas, sólo puede tratarse de una secreta pasión enfermiza por la farsa, o acaso puede ser un estado de verdadera inconsciencia. Un psicótico, cuando no alcanza las metas ambiciosas que se ha fijado tiene un método sencillo para no acumular frustraciones :
Se auto convence de haber alcanzado esas metas.
Pero es peligroso y sospechosamente exculpatorio pensar que están locos.
Duhalde, sin el auxilio de ningún psiquiatra ya hizo su diagnóstico sobre el presidente de facto, avisándonos a todos que desconfía de sus facultades mentales. Consumado intérprete de los fingimientos, le absuelve culpas.
Muchas veces, no sin una enorme pena, uno trata de encontrar las verdaderas razones de nuestra mediocre saga como Nación.
Casi como una excusa, pero sin saber cuan lejos o cerca de la verdad estamos, decidimos que somos un pueblo con una infernal mala suerte.
Pero no nos ha servido absolutamente para nada, pensar en la famosa estadística de la “mala suerte”. Aquí no funciona.
Peor que eso : con nosotros los argentinos, ha funcionado exactamente al revés, es decir :
Mala suerte sería que nos estén dando cartas malas todas las manos y que siempre sean las peores.
Pero otra cosa diferente sería que nadie en verdad nos da esas cartas.
Que somos nosotros los que estamos tomándolas de la mesa, sin que haya una sola que sea buena.
Además de ser nosotros mismos los que tomamos cada mano del turno, resulta que todas las cartas están boca arriba.
O sea que, sin dudas, las vemos una por una, perfectamente bien.
Aunque incluso seamos víctimas de una masa crítica de gente que vendió su voto por un paquete de yerba, aquí hay un catálogo interminable de cosas que evidentemente hemos dejado y estamos dejando de hacer.
De aquello que podría llamarse la semiótica de la farsa social y del estudio de los signos sociales, puede verse una especie de línea continua en el trazo de nuestra trayectoria histórica.
En efecto : Hemos tenido en los últimos 50 años, un promedio histórico parejo, eligiendo sucesivamente siempre a una categoría especial y única de sujetos, todos los cuales, sin excepción, eran farsantes en sus tres categorías conocidas :
a) Farsante amateur, b) Farsante superior, c) Farsante consumado.
Nuestra sociedad, de ese triste modo, parece haber diseñado, casi sin advertirlo, lo que podría llamarse “la incubadora de Frankenstein” :
Una verdadera casta de dirigentes políticos farsantes, cuya única condición ingénita de “pertenencia”, casi obligatoria, es justamente esa :
Ser farsantes.
En nuestro tratado sobre la semiótica de la farsa social y en la verdadera etiología de la farsa como concepto artesanal, vemos lo siguiente :
Las farsas, para tenerlo claro, son aquellas conductas en las que se finge la realidad genuina.
Esto supone que, en verdad, podemos distinguir dos planos :
Uno externo aparente, manifestativo y otro interno sustancial, que se manifiesta en aquel. Y aquella realidad, tiene la misión ineludible de ser expresión adecuada de esta.
Si no lo es, entonces es farsa.
Y además, esta realidad interna tiene a su vez, la misión concreta de manifestarse y exteriorizarse en aquella.
Y si no lo hace, es también farsa.
Pongamos un ejemplo concreto:
Un hombre que defiende con vehemencia un conjunto específico de opiniones ó principios, todos los cuales en el fondo de su conciencia le importan realmente un bledo, es un farsante.
Y de modo análogo pero inverso :
Un hombre que tiene realmente ese conjunto de opiniones firmes, digamos un catálogo de principios expresables, pero no los defiende ni los pone en práctica jamás, es otro farsante.
Así dicho, pues, la verdad del hombre radica en la correspondencia exacta entre el gesto y el espíritu, esto es, en la casi perfecta adecuación entre lo externo y lo íntimo.
En la traslación rectilínea desde la convicción personal hacia los hechos de la vida que lo tiene a uno como protagonista simple.
Pero vemos claramente que no existe, por donde se lo busque, ningún dirigente político argentino que luzca esta última condición.
No hay nadie así, en estas tierras.
Los que tenemos… son exactamente todo lo inverso.
Pero… no es mala suerte :
Lo que pasa es que hemos forjado nosotros mismos, muy silenciosamente y con un inexplicable esfuerzo, a toda una dirigencia trágica, unívocamente farsante. Casi genéticamente replicada con el ADN de la farsa.
Todos ellos son así. Y están todos en la misma “bolsa negra”.
Cualquier cosa que saquemos de esa “bolsa negra” tiene la garantía inmanente de cumplir con tal singularidad.
El problema no es el output, sino el input.
Lic. Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo. com.ar
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miércoles, 20 de agosto de 2008
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