Demasiadas Argentinas en una misma geografíaGabriela Pousa
El país, completamente fragmentado y dividido, se debate entre diferentes realidades, necesidades, prioridades y destinos.
Parece mentira cómo se va transformando la Argentina. Poco queda de aquel país que conocí a través del diálogo con mi abuelo, argentino por opción. No reconozco ni el paisaje urbano ni siquiera al porteño o al provinciano tal como él los describía. Pareciera que los códigos y valores que acunaron a tantas generaciones se fueron desdibujando. Quizás eso puede que sea un mal universal. No somos, los argentinos, como a veces se cree, ni los mejores ni tampoco los peores. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la división de la sociedad forjó o puso en evidencia un sinfín de diferencias que hacen visible la partición misma de la nación.
Hay un país lidiando por sobrevivir, afrontando luchas que jamás hubiese creído tener que encarar porque no fue formado para la batalla, sino para la civilidad.
Hay otra Argentina que simplemente espera, con mayor o menor ansiedad, el regreso a la cordura. Resulta extraño decirlo, pero aquello que se aguarda es: “normalidad”.
También está la República soñando con volver a ser, con recomponer la institucionalidad que lejos está de reducirse a una rueda de prensa donde se responde a los interrogantes con oratoria adornada, eufemismos, burlas y palabras vacías, sin contenido.
Y está esa otra nación que excede todo esto, que vive en una realidad propia, limitada a los metros cuadrados donde ha quedado confinada. Una Argentina transformada en herramienta clientelista para los objetivos de la dirigencia, sin ideal.
Ese país, que es un medio y no un fin en sí mismo, no estaba el sábado en La Rural ni en Olivos. Mientras Cristina Fernández de Kirchner sonreía tensa a las cámaras, tal vez más preocupada porque no se le corriera el rímel ni se advirtieran las cirugías, esa fracción de la Argentina sepultaba dos criaturas. Dos víctimas de la desidia, de quienes están más atareados en demostrar quién manda que en el mismísimo ejercicio de mando.
Para el Ejecutivo, el hallazgo macabro de restos humanos no vale nada, a no ser que pueda utilizarse como epopeya de una política de “derechos humanos”, en exceso desvirtuados. Política de anticuario: los huesos de desaparecidos en los años setenta cotizan más que aquellos hallados en estos días. Los dos chiquitos masacrados y sus padres enterrados horas antes pertenecen a la Argentina anémica, al país de la acefalía. Un área donde la marginalidad es soberana y la sangre corre con la impunidad que da el saber que, a las demás Argentinas, esto no les importa nada.
Claro, si se tuviera que hacer un minuto de silencio cada vez que se halla un cuerpo víctima de la inseguridad –o, para dejar de lado los eufemismos, víctima del desgobierno y de una justicia incomprensible e irracional–, sería este un escenario sumido en un mutismo total. En menos de 48 ó 72 horas, la familia asesinada por un criminal condenado a cadena perpetua que vivía en su casa, con una “pulsera” que podía quitarse sin demasiada dificultad, pasará al olvido. No habrá siquiera crónica periodística que conmemore la atrocidad hasta que no suceda un caso similar y, entonces, se realicen las cronologías de antecedentes en la materia. Cuando eso pase, las Argentinas paralelas volverán a horrorizarse y comentar en sobremesas una vez más. En ciertas latitudes, puede que sea una luz de alerta: si el tema no desaparece de las portadas con urgencia, corre peligro el despacho y la chapa de ministro o funcionario a cargo. ¿A cargo…?
Entretanto, hay Argentinas sectoriales que bregan, con lícito derecho, por sus intereses pues han puesto en ello esfuerzo y tiempo: el único recurso no renovable. Como es apreciable, no sólo difiere esta Argentina siamesa en el paisaje, sino también en sus posibilidades. Lejos de la distribución del ingreso, que apenas es un eslogan para recuperar la dilapidada caja oficial, el país se va deshaciendo. Divididos de este modo, es complejo aventurar un escenario donde, por ejemplo, un voto a conciencia en el Parlamento no sea una gesta magna, sino una conducta habitual; donde una conferencia de prensa sea parte de la rutina de quienes deben dar cuenta a la ciudadanía de su hacer y también de la metodología, no porque se busque desestabilizar, sino porque se los ha elegido, precisamente, para ejecutar políticas y no para encapricharse y crear antinomias y hostilidad.
La Argentina de Cristina, que es Kirchner
En este contexto, donde se ratifica, día tras día, que se hará lo opuesto a lo que demanda, en general, la sociedad, no es factible prever un escenario de verdadero diálogo. Seguirán los monólogos y las órdenes se ejecutarán hasta que el hartazgo y las demás Argentinas comiencen a mostrar que aún hay espacio para quienes quieren desertar. En definitiva, mientras la guerra inútil y absurda siga siendo el eje central, el campo de batalla en que se ha transformado la Argentina oficial irá perdiendo hombres, recursos y medios para sustentar el poder debilitado ya por la pérdida de energías que implica vivir en la confrontación y en la orgánica mentira. Sin adversario que acepte el rol de enemigo situándose en otro bando, no habrá manera de continuar. “Dos no pelean cuando uno no quiere”, reza el refrán.
Lo que sigue también es obviedad: el repliegue, la retirada, una suerte de final. Antes o después, cuando se tenga en claro de qué manera hacerlo para no mostrarse vencidos o para posicionarse como víctimas de algún invento conspirativo aunque no queden villanos o agoreros del mal que permitan ser utilizados como tal, se pulverizará ese epicentro que, en poco más de un lustro, logró diezmar la Argentina hasta convertirla en archipiélagos, en islas…
Mientras un discurso para inaugurar una muestra del sector agropecuario no pueda ser una alocución que ponga de manifiesto resultados y proyectos y deje asomar la dignidad de hacer Patria a través del trabajo rural, en vez de ser una coraza o un pedido para poder crecer y progresar; mientras las ideas y convicciones no se organicen y aúnen por sus semejanzas y objetivos, sino que se disipen y vendan según la conveniencia y oportunidad espacio-temporal, es muy difícil aventurar cambios de envergadura en estas latitudes.
Podrá convocarse a los medios, cambiarse un funcionario y hasta definirse teóricamente si quedarse con el Partido Justicialista o concertar que todo va a seguir medianamente igual. Ante este panorama, cualquier análisis político puede simplificarse haciendo un “ta-te-ti” de nombres que desertarán, infiriendo que el campo ganó con su muestra frente a la manipulada conferencia de prensa con reglamento y manual, suponiendo que el leitmotiv de la revuelta social cordobesa es fruto de un régimen obsoleto de coparticipació n federal o probando que la previa se gestó en Balcarce 50.
En rigor, pueden analizarse puntos y comas de cada oratoria escuchada este fin de semana y concluir quién mintió y quién dijo la verdad, o a quién se aplaudió más. Pero nada de eso aporta a este rompecabezas deshecho en que se convirtió la Argentina. Hay que lograr que las fichas vuelvan a encastrarse de manera tal que quede armónico el paisaje. Y “podemos hacerlo ahora o esperar al 2011”. La paradoja es que la elección no es de nosotros ni de los demás. La decisión está del lado de la Argentina de Cristina que es Kirchner, o de Kirchner que es Cristina.
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