La noche de los gatos pardos
El deterioro de la situación económica exacerba la debilidad política kirchnerista. Es necesario que el Gobierno reaccione y halle respuestas eficaces. Y que la oposición -incluida la peronista- no sea tan ansiosa.
Por Sergio Serrichio
Un cóctel económico peligroso fue tomando forma en la Argentina durante el último año y medio, dos, mientras desde la cúspide del Estado se negaba el aumento de la inflación y se cebaba el gasto para garantizar -primero- la elección de Cristina Fernández e intentar -luego- eludir los efectos indeseados del llamado “modelo”.
El gasto público, que cerrará 2008 por arriba de los 240.000 millones de pesos, se duplicó en dos años y chocó con límites que al fin impuso la realidad. La rebelión fiscal del campo por las retenciones móviles fue la expresión más clara de ese fenómeno y catalizó el deterioro, al despojarlo del bálsamo de un crecimiento a tasas del 8/9 por ciento anual. El ritmo pasó bruscamente a la mitad, y está por verse si se sostendrá.
Las señales de dificultades “de caja” son obvias y numerosas: desde el retraso selectivo de los fondos que el Gobierno nacional debe enviar a las provincias -sometidas a la morsa de un aumento inercial de sus gastos y otro más lento de sus ingresos-; el recurso a lugares poco visibles -como las cuentas de Cammesa, la empresa mixta del sector eléctrico, cuya deuda, según distintas estimaciones, ya suma entre 15.000 y 20.000 millones de pesos- para esconder pesares; maquillajes como la transferencia de “utilidades” del Banco Central a las cuentas del Tesoro, para disimular el deterioro; hasta la altísima tasa que el Gobierno aceptó pagar para que el “amigo” Hugo Chávez le preste 1.000 millones de petrodólares.
Así las cosas, el viernes el “riesgo-país” superó los 700 puntos básicos por primera vez desde que la Argentina completó, en 2005, la reestructuración de la deuda externa pública a acreedores privados.
De la economía a la política
Las referencias a la evolución reciente y la coyuntura de la economía vienen a cuento del progresivo debilitamiento del kirchnerismo, cuyo poder político se cimentó en la efectividad del dinero y su supuesta eficacia de gestión.
Ciertamente, los más de seis años de recorrido del crecimiento iniciado en abril de 2002, basado en un esquema macroeconómico mucho más sensato que la ruinosa fantasía del uno-a-uno, fue para bien de la enorme mayoría de los argentinos.
Si durante toda la década del noventa se habían creado en términos netos apenas medio millón de empleos, desde mayo de 2002 a mayo de este año la cifra fue de más de 3,5 millones. A su vez, entre 2003 y 2006 el poder adquisitivo de los salarios aumentó año a año (desde 2007, en cambio, empezó a tallar más fuerte la inflación) y una gran masa de jubilados se benefició de una política que privilegió la suba periódica de las jubilaciones más bajas.
Sería necio negar esa palpable y vital mejora para millones de compatriotas. De lo que hay serias dudas -al menos, en esta columna- es que se haya debido a la pericia política y económica del kirchnerismo. Pasada la etapa fácil -o menos complicada- Cristina Fernández, apoyada en los consejos de su marido, tiene la oportunidad de demostrar que así fue, y que así seguirá siendo.
Su gobierno, sin embargo, se aferra a fórmulas que ya perdieron la magia. No se trata sólo de que la Presidenta diga -como hizo en su primera conferencia de prensa- que haría todo exactamente igual e insista en negar lo innegable y se aferre al rencor contra el vicepresidente Cobos, sino de cierto tufillo a desesperación.
Escuchen, si no, al ministro del Interior, responder a los popes industriales que, acuciados por la pérdida de competitividad a que los expone una inflación en alza y un dólar cuasifijo -al menos por ahora- salieron públicamente a pedir un combate en serio a la inflación y el fin de los dibujos del Indek: “Algunos no creen en el Estado, sino que creen en el mercado”, replicó Florencio Randazzo, la lengua K más filosa de la nueva etapa. “Nosotros -agregó- creemos en la injerencia del Estado para regular muchas veces a mercados que son oligopólicos y monopólicos y que se abusan de las condiciones preponderantes que tienen en el mercado e incrementan los precios”.
Por las mismas horas en que Randazzo atacaba los “oligopolios y monopolios”, el Gobierno desplazaba de su cargo al titular de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, José Sbatella, precisamente porque éste se había tomado a pecho la idea de competencia y cuestionaba operaciones que el polémico secretario de Comercio Interior aprueba sin dudar, porque en el planeta K lo que cuenta no es la competencia, sino la pistola expuesta en una mesa chica. Y para las mesas chicas, nada mejor que la concentración de poder, tanto económico como político.
Eficacia se busca
Un poder así concebido y ejercido, sin embargo, se diluye si no muestra eficacia de resultados.
Tal es hoy el problema de los Kirchner.
La inflación sigue su curso, y las únicas anclas que halló hasta ahora el Gobierno fueron el brusco enfriamiento de la economía y la nerviosa quietud del dólar, en el primer caso por impericia y terquedad en el conflicto con el campo, y en el segundo por temor a que un mínimo toque cambiario reavive las peores memorias.
En el frente político sucedieron varias cosas, en pleno desarrollo.
El Congreso recuperó protagonismo, lo que es bueno para la salud institucional del país, pero no necesariamente para un tránsito exitoso de los planes oficiales.
Aún en la confusión -por caso, sobre la profundidad del “fenómeno Cobos”-, la oposición ha recuperado la fe.
Y lo más importante: se consolidó la fuga del peronismo “no K”, del cual el ex presidente Eduardo Duhalde sigue siendo el más fuerte referente. Hace pocos días, Duhalde señaló: 1) que Néstor Kirchner “está psíquicamente desgastado”, y 2) que Cristina Fernández “no puede gobernar sin él”.
Duhalde no explicitó la conclusión de su inquietante silogismo, pero que el kirchnerismo no lo haya tachado de “destituyente” expresa también la pérdida de fe de las huestes oficiales.
Es urgente que el Gobierno reaccione y halle mejores caminos. El país lo necesita.
Y la oposición necesita tiempo para diferenciarse entre sí, armar sus mejores propuestas y dejar atrás la proverbial noche en que todos los gatos son pardos.
Fuente Diario Los Andes
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sábado, 9 de agosto de 2008
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