domingo, 3 de agosto de 2008

LA LUZ DE LUZ

"30 años después las heridas duelen a todos pero urge perdonar "


"Cuando ya la clase dirigente se había acostumbrado a vapulear a las FFAA hasta humillarlas, cuando se sentía dueña de la situación mostrando orgullosa a ex guerrilleros ostentando cargos públicos y ofendiendo a los ciudadanos, cuando decidieron sancionar injustamente a quienes honraran a "sus muertos" por la Patria, hacer callar a las máximas autoridades de la Iglesia, pisotear las Instituciones, cuando Bonafini viaja en 1º clase con los dineros de todos nosotros mientras los generales que en aquellos tiempos nos defendieron cumpliendo órdenes de una presidente democrática - nada menos que de la señora de Perón -, ya viejos y enfermos pelean con el último aliento que les queda para no ser mandados a una cárcel común como pretende la despótica Garré, miles de personas que permanecían en el más oscuro de los silencios y acaso olvidados, despertaron del letargo y del miedo y decidieron hacerse sentir y respetar.

Vaya dolor de cabeza inesperado para el Presidente y sus súbitos que creían que 30 años después, habían "aniquilado al enemigo".

Lamentablemente quienes formaron parte de las filas guerrilleras en la terrible década del 70, están convencidos de que todo aquel que no comparta su ideología, su manera de pensar y proceder, es su enemigo.
Y como si el tiempo se hubiera detenido - quizás por el mismo odio que siembran desde las altas esferas - están concentrados en dividir, en revolver todo un pasado temible del que muchos jamás van a poder cicatrizar porque el dolor dejó huellas profundas, porque perdieron a sus seres más queridos, porque se libró una guerra sucia y cruel, como en toda guerra al menos que yo sepa.

Lo que no puede entender esta gente, es que se cometieron atrocidades – sería absurdo negarlo – de ambas partes, que en los dos lados murieron inocentes, padres de familia, hijos, parientes, amigos.

Que la sociedad entera sufrió y padeció y que quiénes vivimos en la década del 70 no vamos a olvidarnos nunca de la sensación de inseguridad, de desconfianza, de tristeza y de pánico que nos envolvía porque era común despertarse cada noche con los tiros, las bombas o el ulular de las sirenas que parecían parte de una cruel pesadilla.
En Tucumán la violencia golpeaba en la puerta de las casas. Los que vivimos en Tucumán en donde se libró la batalla y en la que por ser una provincia muy chiquita no podíamos evadirnos, lo sufrimos en carne propia y lo padecimos día y noche rogando a Dios que nos trajera paz.

Era normal por las noches refugiarse bajo la almohada y taparse con fuerza la cabeza porque el ruido ensordecedor de la guerra nos sonaba a espanto.

Era común no tener amigos porque de todos se sospechaba, el ejemplo más cruel era saber que una "íntima amiga" de la hija del General Cardozo, le había puesto una bomba debajo del colchón a sus padres.
Todo podía ser un engaño, el miedo nos había invadido.
Eran tiempos de guerra, sí, en Tucumán nadie quedó exento, todos conocíamos al Capitán Viola y a su hijita, todos lloramos al ver a María Cristina casi a punto de dar a luz llevando en brazos a su otra hija con la cabeza vendada y el corazón partido ante el asesinato de su marido y su pequeña hija delante de sus propios ojos cuando llegaban a almorzar un domingo a la casa de sus suegros.

Todos nos sacudimos cuando en una emboscada quisieron secuestrar al empresario azucarero José María Paz quién venia de Buenos Aires y a quién supuestamente "entregaron", un hombre recto como pocos, con unos valores de hierro.
El ingeniero Paz se resistió, lo balearon y pensaron que había muerto. Durante 20 días luchó para salvarse, pero las balas habían hecho estragos en su cuerpo. La sirena del Ingenio Concepción retumbaban en la ciudad, sus miles de obreros lo despedían acongojados, su madre, su viuda, sus hijos, sólo pedían "perdón" para los asesinos pese a que sus vidas cambiarían para siempre.

¿Y qué decirles de Larrabure?, recuerdo que estábamos en el colegio cuando nos avisaron de su muerte, después de más de un año en el que las 1.600 alumnas pedíamos cada día por su vida, por su familia, en el que acompañábamos silenciosamente a sus sobrinas, nos parecía una noticia terrible, todas explotamos en llanto aún sin haberlo conocido personalmente.

Sí, en Tucumán las calles tenían olor a pólvora y a muerte. La gente caminaba cabizbaja pero nerviosa, siempre en contra del tráfico, siempre con bajo perfil, evitando cualquier tipo de problemas, asustada, sabiendo que cualquiera podía ser la próxima víctima de esa insensata situación.

Quizás por eso la plaza se llenó de gente y de banderas. Claro, hoy 30 años después nadie puede explicarse que la plaza se haya colmado de gente que vitoreaba a los militares cuando por fin decidieron poner fin a ésta locura y salvarnos de un régimen muy cercano al comunismo. Nadie hoy aprobaría un golpe que interrumpa un proceso democrático ni querría nada que se parezca a la violencia.

Pero a las cosas hay que analizarlas en su contexto, lo cual en la Argentina no sucede y ver porque entonces pedíamos a gritos que alguien dijera basta.
Acá se enseñó solo una parte de la historia y a la otra se la borró vaya a saber porque, en una muestra de total falta de respeto, porque a la historia la componen todos los protagonistas, todos los que la vivieron, todos los que de alguna manera fueron protagonistas, nos guste ó no nos guste.

A la historia de ésa década que reitero, todos quisiéramos olvidar o al menos rogar que nunca se repita, la hicieron los militares y los guerrilleros, los de izquierda y los de derecha, los ciudadanos inocentes, los niños que quedaron huérfanos, también aquellos que horriblemente desaparecieron. Nos guste ó no nos guste, es noble decir la verdad y reconocer que hubieron ideales diferentes, equivocaciones a montones, quizás gente llena de buenas intenciones, sí, es probable, que también en ambos lados hubiera gente que luchaba convencida de que era lo mejor y otros que se habrán aprovechado.

Pero hay que verlo en ésa época, en la que presas del pánico y de la incertidumbre, todos o la mayoría, avalaron y festejaron que las FFAA vinieran para poner orden porque así lo mandaba la presidente de la Nación, porque Argentina, nuestra Patria, ya no daba para más. Porque estábamos frente a una guerra civil que podía terminar con nuestra independencia, con nuestros derechos, con nuestro país entero. Y entonces fueron cientos de oficiales que salieron a dar sus vidas por mandato, por convencimiento, porque se prepararon para eso, pero que seguramente jamás habrán imaginado ellos tampoco, que degeneraría en una etapa tan cruel.
La democracia y las FFAA
Estos oficiales o lo que quedaron de ellos - léase sus familias, sus discípulos, sus amigos - fueron hostigados y desprestigiados, de a poco se los fue anulando, hasta pretender hacernos creer que eran gente despreciable.
Llegó un momento en que nuestros hijos creían que tener algún familiar en las FFAA era hasta una deshonra.

Dios!! ¿es qué nos habíamos vuelto todos locos?.

Los familiares de los guerrilleros fueron indemnizados en muchísimos casos, se los ayudó, se los reivindicó. Y a aquellos mismos que lucharon en el monte tucumano ametralladora en mano, se los fue rescatando de la clandestinidad para ir de a poquito haciéndolos sentir mártires, ídolos, próceres.

Sin embargo ningún gobierno les dio el protagonismo de ahora, donde haber pertenecido a los grupos que desestabilizaron el país sembrando odio y violencia, parecería ser sinónimo de gloria, de venganza, de poderío.
Muchos ex militantes ocupan importantes cargos y no conformes con eso hacen gala de todo aquello, instando a los argentinos a dividirse, teniendo a los pocos sobrevivientes de las FFAA de entonces en el olvido cuando no en el encierro, sometiéndolos ya viejos y enfermos a vivir angustiados y a ser considerados la peor especie de la raza humana.
Abucheados, humillados, repudiados por una sociedad que no fue testigo de todo aquello y que fue creciendo en un mundo de mentiras, los militares parecían destinados a desaparecer en silencio, sin que nadie se animara a pedir por ellos bajo amenaza cierta de ser despedido de sus trabajos, sancionados y hasta privados de su libertad.

Pero los unió el dolor y el espanto. Los hijos y familiares de las víctimas del terrorismo surgieron desde las sombras para rogar que haya reconciliación, para invitar al perdón, para salvar a Argentina.
No nos corresponde ya buscar culpables ni responsables, tampoco son los ciudadanos ni muchísimo menos los periodistas, los indicados para hacerlo.
En cambio a todos nos une la necesidad de acortar diferencias y de, como lo señaló el Arzobispo Villalba el día de Corpus Christie, empezar a unirnos para buscar el bien común de todos los argentinos a través del diálogo, del respeto, de la tolerancia mutua.

Los oficiales jóvenes se cansaron de permanecer impávidos, ya no tienen miedo o prefieren dar la cara.
Los familiares y los hijos de quienes perdieron la vida en manos de la guerrilla, también se pararon firmes y no van a permitir más atropellos.

Ahora honrarán a sus muertos, recordarán a sus familiares y se vestirán de celeste y blanco no sólo para ver un partido de fútbol sino para defender a su Patria.
Pero en un admirable gesto de grandeza, no quieren más revanchas e invitan a TODOS LOS ARGENTINOS a unirse y a usar palomas blancas en sus solapas como un signo de paz. Ellos están dispuestos a guardar su dolor y su pena – que es enorme – en lo más profundo de sus corazones para estrecharse en un abrazo. NO permitirán atropellos, lo que inquieta sobremanera al "poderoso señor Kirchner" y no darán marcha atrás en su actitud de reivindicar a sus muertos, pero lo harán sin violencia, con madurez, con la seguridad de que si no se da un paso adelante ahora mismo, mañana puede ser demasiado tarde.
Esperemos que quienes hoy nos gobiernan recapaciten, que se den cuenta que no pueden censurar ni una vez más a los oficiales que pacíficamente asistan a un acto o a una misa, que no pueden quitarle el trabajo a un militar porque su mujer tuvo el coraje de escribir una carta a un medio defendiendo a la Iglesia, que dejen de jactarse de ser democráticos, de decir que se respetan las libertades de cada uno, que defienden la democracia. Porque la libertad es el bien más preciado de todos, porque queremos un país democrático en donde se respeten las leyes y la Constitución, un país en el que se pueda pensar, informar, circular y expresar con absoluta libertad.

Señor presidente, Ministra Garré, funcionarios todos: en sus manos está la posibilidad de enderezar el rumbo de este sufrido país que tiene el privilegio de contar con hombres notables, con la riqueza de sus tierras, que está con viento a favor económicamente. No lo dejen pasar, mañana puede ser demasiado tarde.

Luz García Hamilton
Periodista, Lic. En Comunicación Social

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